Tribuna:

Réplica

DE PASADALa familia real de Arabia Saudí está reconstruyendo la Alhambra en un desierto inhóspito de su país. Los copistas han recibido el encargo de duplicar no sólo la compleja belleza de las yeserías y el color de la arcilla de los ladrillos sino también el deterioro de los materiales. Un grupo de atentos y bien pagados arquitectos se dedica desde primeros de año a la paradójica tarea de perfeccionar los desperfectos, afinar los errores, mejorar los descacarillados y desgastar las baldosas de modo que cuando los reyes entren en los aposentos tengan la viva sensación de estar en un monumento...

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DE PASADALa familia real de Arabia Saudí está reconstruyendo la Alhambra en un desierto inhóspito de su país. Los copistas han recibido el encargo de duplicar no sólo la compleja belleza de las yeserías y el color de la arcilla de los ladrillos sino también el deterioro de los materiales. Un grupo de atentos y bien pagados arquitectos se dedica desde primeros de año a la paradójica tarea de perfeccionar los desperfectos, afinar los errores, mejorar los descacarillados y desgastar las baldosas de modo que cuando los reyes entren en los aposentos tengan la viva sensación de estar en un monumento lleno de sublimes descomposturas antiguas. Construir la decrepitud es un capricho que sólo está al alcance de las grandes fortunas de la tierra. Los individuos modestos estamos condenados a la cíclica y engorrosa tarea de estrenar y desgastar, mientras los ricos desgastan sus estrenos. La idea de edificar la Alhambra se le ocurrió al príncipe Abdullazih, aquel que acampó hace un año en el Parque de Invierno para ver amanecer sobre Sierra Nevada. Quizá cuando duplique la Alhambra el príncipe duplique también Sierra Nevada y el lugar donde colocó sus jaimas. El desierto es un salón inmenso que agradece los buenos decorados. Otra cosa es su credibilidad: los saudís podrán edificar una réplica perfecta de la Alhambra, pero ¿se puede concebir la Alhambra sin una réplica de Mateo Revilla? Imposible. La controversia estética del monumento y, por tanto, la medida de su autenticidad, necesita no sólo una copia del director sino otra de Carmen Calvo y Esperanza Aguirre en permanente discusión sobre las bondades del consejo asesor. También habría que clonar a los sombríos aspirantes a ocupar alguna vez los puestos que perdieron en los órganos de dirección del monumento; a los gatos lustrosos que se pasean entre los arrayanes; a Celestino, el aparcacoches; a los olmos con grafiosis... Menos complicado sería, si el príncipe decide finalmente duplicar la sierra y el Parque de Invierno, sacar copia de todos los obsequiosos individuos que acudieron a agasajarle, desde el alcalde Díaz Berbel al constructor Ávila Rojas. Así tendríamos un regidor de repuesto para ocupar sus ausencias en los viajes de representación. ALEJANDRO V. GARCÍA

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