Editorial:

Espíritu amenazado

HACE AHORA un año, ETA escaló una de las más altas cimas de la infamia con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Obtuvo como justa respuesta por parte de la sociedad -en toda España y, sobre todo, en el País Vasco- la repulsa más explícita y multitudinaria que se recuerda a la utilización de la muerte como mensaje político. Espíritu de Ermua se llamó a aquel clamor que se negaba a aceptar que, en un país democrático, unas determinadas aspiraciones requieran del crimen para expresarse. Doce meses después, intentar rastrear una traducción política de aquel espíritu es un empeño descor...

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HACE AHORA un año, ETA escaló una de las más altas cimas de la infamia con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Obtuvo como justa respuesta por parte de la sociedad -en toda España y, sobre todo, en el País Vasco- la repulsa más explícita y multitudinaria que se recuerda a la utilización de la muerte como mensaje político. Espíritu de Ermua se llamó a aquel clamor que se negaba a aceptar que, en un país democrático, unas determinadas aspiraciones requieran del crimen para expresarse. Doce meses después, intentar rastrear una traducción política de aquel espíritu es un empeño descorazonador. Aquel clima, como refleja el Barómetro de verano que hoy publicamos, se ha deteriorado en parte.Quedan, sí, en cada uno de nosotros la emoción y la náusea de aquellos días de julio, que se renuevan cada vez que los asesinos vuelven a la carga. Pero el viento de los intereses, de la visión rasa y la mezquindad han barrido los propósitos que proclamaron entonces los dirigentes de las principales instituciones del Estado y de los partidos democráticos. Llegamos a pensar que la sacudida de conciencias que supuso la muerte a plazo tasado de Miguel Ángel Blanco, potenciada por la imagen anterior de Ortega Lara saliendo de su zulo de exterminio, ayudaría a recomponer el consenso básico de las fuerzas democráticas sobre el diagnóstico y tratamiento de la violencia de ETA. Porque las grietas en el Pacto de Ajuria Enea habían comenzado a abrirse tiempo atrás. No fue así, lamentablemente. Pero nadie podía imaginar que, pese a ahondarse el desafío de los terroristas, la desunión de los partidos llegaría a los extremos manifestados estos días, que no ocultan los llamamientos surgidos de diversos ámbitos ayer para recuperar ese espíritu desvanecido.

Ante la zozobra de nuestra sociedad, en estos momentos sólo el repudio del crimen parece unir a nuestros representantes políticos. Los mismos que el 12 de julio pasado marcharon juntos en Bilbao con promesas de haber entendido el mandato que les expresaron aquellos días los ciudadanos. De alguna forma, se ha vuelto a la situación anterior a 1988, cuando la falsa dicotomía entre "medidas políticas" y "medidas policiales" impedía un acuerdo operativo entre los demócratas. Han cambiado las palabras, los términos son ahora "salida dialogada" frente a "policial", pero el fondo de la discordancia es el mismo, como si se hubieran evaporado el contenido del Pacto de Ajuria Enea y 10 años de un consenso esencial.

A un año vista de Ermua, el panorama no resulta en absoluto alentador. Los líderes de los partidos se enzarzan en juicios de intenciones sobre sus voluntades y responsabilidades en torno al problema de la violencia de ETA, mientras que los terroristas y sus apoyos civiles, lejos de cejar en su presión criminal -¿hay que recordar que en estos 12 meses ha habido otros nueve asesinatos, seis de ellos concejales del PP?-, han cobrado en el País Vasco un protagonismo político y un crédito dialogante disparatado. El empeño del PNV por buscar su propia salida mediante el diálogo con HB tendría sentido, dentro de su carácter de apuesta azarosa, si realmente fuera acompañado de gestos creíbles por parte de la organización terrorista.

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Sin embargo, lo único apreciable hasta ahora es la habilidad de HB para acentuar con actuaciones descomprometidas en el Parlamento vasco las contradicciones entre los partidos nacionalistas y los no nacionalistas. En estas circunstancias, el PNV no debe extrañarse de que su decisión de mantener abiertas y "blindadas" unas conversaciones sobre la violencia mientras el agente de la misma, ETA, persiste en la liquidación física de los cargos electos de un partido, provoque incomprensión y rechazo. Los ciudadanos, que reclaman en un 70%, según el Barómetro, el aislamiento de HB mientras no condene la violencia de ETA, achacan el deterioro de este espíritu a los partidos políticos, y dentro de éstos, a los nacionalistas en primer lugar. Por otro lado, nadie sensato puede pedirle al Gobierno del PP que, en medio de la borrasca terrorista, cambie su política. Pero debe hacer pensar la incapacidad del Ejecutivo para sumar voluntades de otros partidos a su estrategia, como en el pasado, y la facilidad con que suscita recelos por la patrimonialización de la respuesta cívica contra los asesinatos.. Recordar lo que significó 12 meses atrás Ermua no debe quedarse sólo en un nostálgico y doloroso ejercicio de memoria. Porque la amenaza para la convivencia que representa el virus totalitario que anida en ETA no ha desaparecido. Entonces se hizo evidente con toda su crudeza y movilizó conciencias y voluntades. Ahora se cobija y medra con la escandalosa desunión de nuestros representantes políticos.

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