Tribuna:

Reliquias de toro

Paso por Granada y bebo una cerveza en un bar impresionante, abierto todos los días en la plaza de toros, bajo el tendido. El alto techo inclinado es el tendido de la plaza, sobria y sólida, de una arquitectura muy parecida a la de la cárcel provincial, plaza y cárcel junto al antiguo campo de fútbol: los domingos futbolísticos veíamos desde el estadio los barrotes verdes o negros de la cárcel. Aquel campo de fútbol es hoy una desolación, ejemplo de lo que los años hacen con las cosas. Hay en el bar abierto en la plaza cabezas de toros y carteles de la fiesta nacional, papeles de colores dorad...

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Paso por Granada y bebo una cerveza en un bar impresionante, abierto todos los días en la plaza de toros, bajo el tendido. El alto techo inclinado es el tendido de la plaza, sobria y sólida, de una arquitectura muy parecida a la de la cárcel provincial, plaza y cárcel junto al antiguo campo de fútbol: los domingos futbolísticos veíamos desde el estadio los barrotes verdes o negros de la cárcel. Aquel campo de fútbol es hoy una desolación, ejemplo de lo que los años hacen con las cosas. Hay en el bar abierto en la plaza cabezas de toros y carteles de la fiesta nacional, papeles de colores dorados y estampas decadentes, como de una decadencia sin principio ni fin, eterna. Y hay en una columna un recorte enmarcado, la fotocopia de la primera página del periódico Ideal al día siguiente de la muerte del torero Manolete en Linares. Es un periódico que tiene ya más de 50 años. En la esquina inferior derecha de la página destaca una noticia: el rabo del toro que mató a Manolete está en Granada. Fue legendario Manolete, y el rabo del toro que lo mató era parte de la leyenda. Hace veinte o treinta años aún aprendían algunos niños el nombre del toro que mató a Manolete. -¿Cómo se llamaba el toro que mató a Manolete? Y un niño listo contestaba: -Islero, de la ganadería de Miura, con divisa verde y negra. Y el que había preguntado brillaba de satisfacción, porque su mundo de toros y toreros seguía existiendo. Así era aquel mundo difunto: Granada celebraba el recibimiento del rabo de Islero. ¿Cómo llegó a Granada la reliquia? La cuadrilla llevó a la enfermería las orejas y el rabo de Islero. Manolete agonizaba. Entonces ofrecieron los trofeos a los aficionados que esperaban la consumación de la tragedia, el momento histórico, luctuoso y único. Y allí estaba Mariano Peña, veterano guía turístico de Granada, que había ido con dos extranjeros a la corrida de Linares y recogió el rabo. ¿Cuánto se tardaba en agosto de 1947 en viajar de Granada a Linares? ¿Quiénes eran aquellos dos extranjeros? ¿En qué países contaron cómo vieron morir a Manolete? ¿Cuántas veces lo contaron? Todavía hay quien recuerda a Mariano Peña subiendo con dos bastones y una gorra veraniega las cuestas de la Alhambra. ¿Dónde y cómo aprendió idiomas aquel guía? Dice el periódico que Mariano Peña pensaba entregar el rabo de toro a la granadina peña del Realejo, donde quizá fue venerado por socios y curiosos. Mi primera profesora de francés, la señora Simone Bernard, me regaló en 1962 una oreja de toro seca, que estuvo colgada en mi cuarto. A madame Simone se la había regalado un torero. Era una oreja muerta, dura, negra y lisa, y estaba taladrada por un cordel fino. No sé si la peña del Realejo todavía tiene el rabo del toro que mató a Manolete. ¿Qué fue de Mariano Peña, de sus dos extranjeros, de aquel mundo de orejas y rabos de toro? ¿Dónde acabaría la oreja que me regaló madame Simone?

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