Tribuna:

Los nombres de la rosa

FERNANDO QUIÑONES Precediendo a las diabluras del surrealismo, algunos de los simbolistas franceses debieron poner de moda, en el París del siglo pasado, un juego con las palabras consistente en hallarles un eco o resonancia personales, inmediatos e instintivos, sin relación con sus naturales significado o etimología, sino oscuramente ligados a perdidos recuerdos de infancia, a sueños olvidados, a su sonido o al simple capricho. Si un niño, pudo pensarse, oye por primera vez la voz "tempestad" mientras está conociendo, también por primera vez, el sabor de la coliflor o el olor del jazmín, és...

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FERNANDO QUIÑONES Precediendo a las diabluras del surrealismo, algunos de los simbolistas franceses debieron poner de moda, en el París del siglo pasado, un juego con las palabras consistente en hallarles un eco o resonancia personales, inmediatos e instintivos, sin relación con sus naturales significado o etimología, sino oscuramente ligados a perdidos recuerdos de infancia, a sueños olvidados, a su sonido o al simple capricho. Si un niño, pudo pensarse, oye por primera vez la voz "tempestad" mientras está conociendo, también por primera vez, el sabor de la coliflor o el olor del jazmín, éstos acudirán a su memoria, por vía subconsciente, muchas veces de las que se dé en su vida con la palabra "tempestad" y al margen de estar seguro del significado lógico de la misma. Claro que el asunto está condicionado a la personalidad y a la imaginación de cada cual; seguro que más de un lector se identificará con él aunque no le haya dicho a nadie ni pío, temiendo ser tomado por exótico o por loco. Pero, echando a un lado esos temores, hoy y aquí rastrearemos, junto con un amigo, los ecos que nos suscitan los nombres de la rosa, nuestra ancha rosa, Andalucía. Sin recordar ya para nada a sus vándalos bautizadores, Andalucía suena a obra sinfónica completa, con sus pasajes altos y bajos en las dobles "aes" iniciales y en la "u" que dará paso a la apoteosis sonora, al fonema "ía", como un afortunado platillazo de cierre firmado por Falla o por Tchaikovski. También en el terreno musical, la voz Córdoba parece insistir en el bordón de la guitarra y sus graves ecos bellos, severos, acentuados por el carácter esdrújulo de la palabra. Término sin duda más fluido que su precedente islámico (Ixbiliah), Sevilla suena a algunos de sus emblemas bulliciosos y festivos; la palabra caracolea en torno a sí misma como una jaca o una bata de cola, y parecen lucir en ella faralaes, farolillas feriales y vistosas banderillas de lujo. Su voz fenicia, Gadir, o la romana Gades, aventajan en buen sonido y ecos a la actual Cádiz, palabra débil y sosilla, como una de esas galletas finas pero sin sal (la que le sobra precisamente a la ciudad). Huelva tira también a lo gastronómico, con una cierta resonancia a suculenta tortilla algo crudita, de gambas tal vez, más que de sus jamones serranos. El antiguo "camino de caravanas", el "Xeen" árabe, hoy Jaén, se insume fonéticamente en sí mismo, es como si cayera bruscamente a un pozo apenas empezar a enunciarse. Málaga suena a cosa abierta y azul plagada de blanduras, a comienzo o estribillo de una lenta pero animada canción, acompañada de biznagas frescas y dulces de convento. Granada, coincidente con Málaga en la exclusiva riqueza de "aes", es sin embargo más fuerte y rueda suave cuesta abajo, como si se deslizase armoniosamente por las nieves de su sierra al mar. Y Almería, en fin, se erige en la ganadora fonética, en el pétalo nominal más melódico, gallardo y encendido de nuestra rosa andaluza.

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