Editorial:

Reformas y estímulos

L A CRISIS que desde hace un año viven, salvo excepciones, las economías de Asia-Pacífico ha entrado en una nueva fase tras las intervenciones por parte de EE UU para comprar yenes y la reunión del G-7 y 11 de los países del área para debatir la situación crítica de la economía japonesa y exigir a Tokio reformas en profundidad y sin demora. Se han agotado las terapias al uso para tratar el más serio episodio de inestabilidad al que se enfrenta la economía mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Si la devaluación del bath tailandés marcó la emergencia de lo que inicialmente se cons...

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L A CRISIS que desde hace un año viven, salvo excepciones, las economías de Asia-Pacífico ha entrado en una nueva fase tras las intervenciones por parte de EE UU para comprar yenes y la reunión del G-7 y 11 de los países del área para debatir la situación crítica de la economía japonesa y exigir a Tokio reformas en profundidad y sin demora. Se han agotado las terapias al uso para tratar el más serio episodio de inestabilidad al que se enfrenta la economía mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Si la devaluación del bath tailandés marcó la emergencia de lo que inicialmente se consideró una crisis regional, la recesión japonesa, confirmada tras una segunda contracción consecutiva en su producción, se ha convertido en la más seria amenaza económica para el resto del mundo.Las reclamaciones que los responsables de finanzas del G-7 han hecho con urgencia a Japón no son nuevas. A estas alturas, la reforma del sistema bancario nipón es un eufemismo. Si el saneamiento de la banca japonesa pasa por la liquidación de algunas de sus entidades, la efectiva recuperación de la mayor economía de Asia requiere acciones adicionales que deben ir mucho más allá de las reformas orientadas solamente a evitar la agravación del cuadro recesivo japonés. Resulta ineludible que Japón aumente la inversión pública para generar estímulos que permitan a la economía japonesa recuperarse. Tal decisión no es cómoda, a tenor de los sucesivos paquetes ensayados y con elecciones parlamentarias en el horizonte inmediato. La alternativa, relajar aún más la política monetaria, tiene pocos márgenes, pues los tipos de interés en Japón están en mínimos históricos.

Para que la economía japonesa recobre confianza, el Gobierno debe oxigenarla, introducir reformas de alcance en su sistema financiero y estimular la actividad en «un plazo de tiempo limitado», como le han exigido el G-7, del que forma parte, y los otros países asiáticos. El Ejecutivo japonés ha acogido de forma constructiva el aviso internacional. Pero no bastan ya las buenas intenciones. Todo el mundo estará sumamente atento a las medidas que tome Tokio.

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