Proa a L"Albufera

La industrialización desarboló L"Albufera. Desde los años sesenta el lago quedó convertido en una llanura líquida, huérfana de mástiles con velas hinchadas por el viento. ¿Qué fue de aquel alboroto de barcas que surcaban sus aguas para pescar o transportar personas y mercancías del uno al otro confín de la huerta? Los puestos de trabajo en fábricas y despachos, junto a las autovías y al metro, confinaron a L"Albufera a la condición de alcantarilla metropolitana y paisaje de fondo para los turistas que acuden a deglutir una fideuà en El Palmar atraídos por los tópicos de Blasco Ibáñez. "Un conc...

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La industrialización desarboló L"Albufera. Desde los años sesenta el lago quedó convertido en una llanura líquida, huérfana de mástiles con velas hinchadas por el viento. ¿Qué fue de aquel alboroto de barcas que surcaban sus aguas para pescar o transportar personas y mercancías del uno al otro confín de la huerta? Los puestos de trabajo en fábricas y despachos, junto a las autovías y al metro, confinaron a L"Albufera a la condición de alcantarilla metropolitana y paisaje de fondo para los turistas que acuden a deglutir una fideuà en El Palmar atraídos por los tópicos de Blasco Ibáñez. "Un concejal de Catarroja se quedó muy sorprendido cuando le dijeron que el pueblo tenía un puerto en L"Albufera", rememora Miquel Martí, descendiente de una estirpe de barqueros. Decididos a sanar la amnesia que ha sufrido Catarroja con respecto al lago en los últimos 40 años, Martí y otros hijos y nietos de barqueros han vuelto a navegar para retomar el vínculo entre Catarroja y L"Albufera. Los nuevos navegantes han creado un club de barcas de vela latina (el lienzo triangular que se enarbola desde hace más de 1.000 años en el lago). Ya cuentan con 150 socios que surcan las aguas los fines de semana y una vez al año, a principios de junio, celebran una travesía con premios. Pero no se han quedado ahí. "Como siempre éramos los mismos", comenta Artur Penella, otro de los adictos a la vela latina, "hace dos años creamos una escuela de vela para atraer a más gente ". Artur y el hijo de Miquel, estudiante de Historia, ejercen de profesores una vez a la semana. Entre la veintena de alumnos hay gente que llega desde Alboraia, Gandia o el barrio de El Cabanyal de Valencia. Pocos tan entusiastas como Pepe, un experto marino curtido por el salitre que un día llegó en bicicleta al puerto de Catarroja y se convirtió en un apasionado más de la vela latina. En las clases reciben enseñanzas teóricas sobre las embarcaciones neolíticas o la cerámica de Manises que muestra velas latinas en el lago. Junto a viejos trucos de navegante: cuando pases arrimado a un cañar, alza la vela o te quedarás sin viento. Estas argucias han sobrevivido al paso del tiempo gracias a viejos barqueros como Vicent Martí, El Tío Vicent, de 83 años. Con su memoria, el club de vela rescató del olvido los ardides de la navegación y hasta los nombres genuinos de las partes de la barca: carena (quilla), arbre (mástil)... con los que piensan conformar un vocabulario de la vela latina. "Si hubiésemos tardado 10 años más, estos barqueros estarían muertos y sus conocimientos se habrían perdido", advierte Penella, sorprendido por la habilidad de Vicent. A pesar de las reducidas dimensiones del lago, en su vida utilizó la perxa para virar la barca (fer bordades). Pero el paso del tiempo ha envejecido las 2.837 hectáreas del lago con todo tipo de desperdicios y vertidos contaminantes de las industrias cercanas y las aguas fecales de los pueblos. Por ello, la desembocadura del barranco del Poyo es un lugar tabú para las barcas, con sus temibles arrecifes de muebles desvencijados y esqueletos de automóviles.

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