Tribuna:

Sostenibilidad e imaginaciónJOSEP MARIA MONTANER

La ciudad sostenible, tal como se titula la exposición que se presenta actualmente en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, es el deseo consensuado de una parte de los habitantes de la Tierra: que las grandes ciudades occidentales frenen su proceso depredador y desequilibrante y se transformen para disminuir su pisada ecológica y su despilfarro energético. Y en esta exposición se produce un hecho ejemplar: una institución pública, el CCCB, expone una opinión decididamente comprometida. La causa de la sostenibilidad siempre comporta dos vertientes: una, concienciar sobre una situaci...

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La ciudad sostenible, tal como se titula la exposición que se presenta actualmente en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, es el deseo consensuado de una parte de los habitantes de la Tierra: que las grandes ciudades occidentales frenen su proceso depredador y desequilibrante y se transformen para disminuir su pisada ecológica y su despilfarro energético. Y en esta exposición se produce un hecho ejemplar: una institución pública, el CCCB, expone una opinión decididamente comprometida. La causa de la sostenibilidad siempre comporta dos vertientes: una, concienciar sobre una situación planetaria basada en la explotación y la injusticia que puede conducir a colapsos y catástrofes, y la otra, presentar mecanismos correctores que permitan alterar las tendencias hacia el consumo indiscriminado de todo y hacia la insostenibilidad creciente. En la exposición del CCCB, sin embargo, se insiste mucho más en plantear los problemas y crisis medioambientales y en mostrar la estructura depredadora de los sistemas urbanos que en plantear alternativas para repensar la ciudad. Hay muchos montones de neumáticos viejos y pocas explicaciones detalladas de alternativas contemporáneas, de las denominadas buenas prácticas. De hecho, el gran reto de la sostenibilidad consiste en agudizar la capacidad creativa de los grupos sociales. Una de las definiciones de desarrollo sostenible más difundida enfatiza que una actividad es sostenible cuando, además de recurrir a materiales en forma de ciclos cerrados y de usar energías limpias y renovables, "proviene del potencial humano, por ejemplo, la comunicación, la creatividad, la coordinación, la estimación y el desarrollo espiritual e intelectual". La clave de la sostenibilidad está, por lo tanto, en explorar al máximo nuestra capacidad de imaginar y crear, una habilidad que cada sociedad ha de ser capaz de desarrollar para afrontar sus problemas medioambientales. En este sentido es esencial conocer lo que otras ciudades están impulsando: sus iniciativas de participación, sus indicadores de sostenibilidad y sus medidas estratégicas para decantar las ciudades a favor del bien colectivo y de la eficacia energética. En Cataluña funcionan ya muy diversas experiencias: en Sabadell, entre otras iniciativas, los camiones del Moviblau van recorriendo el itinerario de los puntos azules en cada barrio para acercar a los habitantes los contenedores de recogida selectiva de residuos, como pilas y aceites domésticos; en Tortosa se ha incluido dentro de las competencias de los guardias urbanos la vigilancia sobre los problemas y las agresiones al medio ambiente; en Vic se han establecido rebajas en las tasas para los habitantes que comparten vehículos, y en Girona se ha promovido una campaña de rechazo al despilfarro que supone la publicidad repartida indiscriminadamente en los buzones. Y si nos vamos alejando podemos seguir encontrando otros modelos, como la calidad de vida conseguida en Vitoria con la rehabilitación del centro histórico y la construcción de centros sociales y culturales; los experimentos de transporte público en ciudades francesas como Poitiers -con autobuses que funcionan con gas- o Estrasburgo -con la introducción de líneas de tranvías-, o el laboratorio denominado La Ciudad de los Niños, iniciado en Fano por el pedagogo italiano Francesco Tonucci, en el que se promueven la sociabilidad, los juegos y el uso libre y sin peligros de la ciudad por parte de los niños, una experiencia que ya se ha exportado a muchas otras ciudades del mundo, entre ellas algunas catalanas. En el campo de la ciudad sostenible, una de las ciudades modélicas es Curitiba, en el estado de Paraná (Brasil), donde la política de parques, de educación ambiental y, sobre todo, de transporte público es ejemplar. Un sistema de autobuses biarticulados que circulan por carril propio, con estaciones tubo en las que se compra el billete previamente, consigue un rendimiento similar a una línea de metro habiéndose hecho una inversión cien veces menor. Los autobuses de Curitiba, bajo control público, son propiedad de una decena de empresas privadas que obtienen beneficios que revierten a la ciudad. En la Europa anquilosada nos parece increíble que un sistema de transporte público pueda ser eficaz y no deficitario. Curitiba nos demuestra que la rentabilidad de la red de autobuses sólo depende de una correcta gestión. Posiblemente, una mayor difusión y debate de todas estas experiencias estimularía la fantasía para imaginar nuevos instrumentos para la sostenibilidad y para ir transformando los hábitos. Lo que queda por inventar y experimentar es inmenso: nuevos sistemas de objetos polifuncionales y reciclables, incluyendo mejores elementos para ir especializando la recogida doméstica de residuos y nuevos sistemas industriales para obtener beneficios con los residuos urbanos; nuevos tipos de vehículos que permitan una movilidad pacificada y sostenible, que sean de propiedad compartida y que funcionen con energías alternativas a la obtenida del petróleo; la superación de la dictadura del coche privado y el establecimiento de nuevos sistemas de transporte público, como taxis colectivos o metros ligeros; mecanismos bioclimáticos que aprovechen la energía solar -tal como ya se ha hecho en Mataró y Castelldefels, y como está en proyecto en Barcelona, con las 435 viviendas sociales que se construyen en las rondas, y en Terrassa, en el Museo de la Ciencia y la Técnica- , y la promoción de nuevos trabajos, como colaborar a mejorar el medio ambiente, redistribuir los excedentes de bienes y los objetos reutilizables, y difundir el conocimiento de los nuevos medios informáticos. El reto de la sostenibilidad es el de la imaginación. Una manera de pensar madura y creativa que, tomando conciencia de los límites de explotación del planeta y partiendo de que los seres humanos necesitan energía y movilidad, consiga estos objetivos recurriendo a la mayor libertad creativa para no hipotecar el futuro ni esquilmar irreversiblemente los recursos. En esta dirección, tanto la Xarxa de Ciutats i Pobles per a la Sostenibilitat, promovida por la Diputación de Barcelona, como el Departamento de Medio Ambiente de la Generalitat de Cataluña tienen previsto incluir próximamente en sus respectivas páginas web un banco de ideas dedicado a exponer las buenas prácticas: experiencias promovidas por municipios catalanes y, en algún caso, ejemplos internacionales. Lo que está en juego es suficientemente importante para que todos los esfuerzos se coordinen y se difundan, y se superen los partidismos.

Josep Maria Montaner es arquitecto.

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