Editorial:

Arde la Amazonia

DE NUEVO una catástrofe medioambiental se ceba sobre una de las zonas más importantes del mundo, tanto en su condición de reserva excepcional de especies como en la de proveedora del oxígeno que regenera el aire que respiramos. Un incendio, el más grande que se recuerda en la selva amazónica, ha devastado ya una superficie equivalente a toda Extremadura y está en estos momentos fuera de control, amenazando zonas pobladas por algunas de las tribus más primitivas del planeta y hábitats únicos. Una ruina que puede adquirir caracteres más dramáticos si no se pone remedio pronto.Las causas próximas...

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DE NUEVO una catástrofe medioambiental se ceba sobre una de las zonas más importantes del mundo, tanto en su condición de reserva excepcional de especies como en la de proveedora del oxígeno que regenera el aire que respiramos. Un incendio, el más grande que se recuerda en la selva amazónica, ha devastado ya una superficie equivalente a toda Extremadura y está en estos momentos fuera de control, amenazando zonas pobladas por algunas de las tribus más primitivas del planeta y hábitats únicos. Una ruina que puede adquirir caracteres más dramáticos si no se pone remedio pronto.Las causas próximas del incendio parecen radicar en el fenómeno de El Niño, un periódico calentamiento del océano Pacífico debido a causas naturales que genera perturbaciones climáticas que se traducen en sequías prolongadas o en grandes inundaciones. Una de estas sequías está en la raíz del incendio que arrasa la selva. Pero si bien estos fenómenos son inevitables, no lo es que tengan consecuencias desproporcionadas. El daño hecho ya a la Amazonla por las explotaciones madereras, mineras o agrícolas poco respetuosas con el medio ambiente se han sumado a los efectos de El Niño para facilitar la extensión imparable del fuego. Por si eso fuera poco, una serie de problemas burocráticos y políticos, absurdos dada la magnitud del desastre, han dificultado la lucha contra las llamas.

Se trata de una terrible tragedia, en primer lugar para los países directamente involucrados, especialmente Brasil y después Venezuela y Guyana, pero también para el resto del mundo, porque el aire que respiramos se regenera y limpia gracias a las grandes extensiones verdes de la Tierra, independientemente de su adscripción territorial. La atmósfera no sabe de fronteras y su salud o enfermedad son fenómenos globales.

En ese sentido, sería imprescindible que la opinión mundial y los Gobiernos de todos los países se movilizaran para acudir en ayuda de quienes se ven sacudidos por este tipo de catástrofes. Del mismo modo que la comunidad internacional interviene para atajar conflictos armados en tal o cual parte del mundo, parecería conveniente disponer de organismos de intervención en caso de desastres medioambientales que, a la postre, a todos nos afectan. Eso sí, que actuaran con algo más de rapidez que la que es usual en este tipo de decisiones.

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