Tribuna:

La patria en peligro

Carlos Caballero, diputado del PNV por Álava, firma un artículo publicado el martes en un periódico de Vitoria en el que ensaya una alegoría sobre la invasión de Ermua por una multitud de ratas llegadas de España. Ermua: el pueblo vizcaíno del que era concejal Miguel Angel Blanco, asesinado por ETA en julio pasado. El autor del artículo explicó ayer por la radio que la metáfora de las ratas no hacía referencia a los habitantes de Ermua, mayoritariamente inmigrantes, sino a los del Foro Ermua: la plataforma de intelectuales y profesionales que hace poco hizo público un manifiesto en el que se d...

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Carlos Caballero, diputado del PNV por Álava, firma un artículo publicado el martes en un periódico de Vitoria en el que ensaya una alegoría sobre la invasión de Ermua por una multitud de ratas llegadas de España. Ermua: el pueblo vizcaíno del que era concejal Miguel Angel Blanco, asesinado por ETA en julio pasado. El autor del artículo explicó ayer por la radio que la metáfora de las ratas no hacía referencia a los habitantes de Ermua, mayoritariamente inmigrantes, sino a los del Foro Ermua: la plataforma de intelectuales y profesionales que hace poco hizo público un manifiesto en el que se denunciaba la aparición de un nuevo fascismo dirigido por ETA y la actitud permisiva de los políticos vascos hacia los intentos de imposición de ese movimiento.Desde la aparición del manifiesto, los publicistas y portavoces nacionalistas han convertido a algunos de los firmantes en objeto casi diario de sus sarcasmos y descalificaciones (como ex etarras, agentes del Ministerio del Interior, la voz de su amo, etcétera). Nunca ha reaccionado el nacionalismo contra el ''fascismo de libro" (según Arzalluz) de ETA-HB con tanta irritación como ahora lo hace contra quienes denuncian ese fascismo. Un motivo de esa irritación es seguramente la falta de costumbre: la casi total ausencia de oposición política, a cuenta de los pactos múltiples anudados por el PNV, hace que en Euskadi cualquier crítica sea interiorizada por los líderes nacionalistas como una "ofensiva intelectual, política y mediática sin precedentes" (Garaikoetxea). La obsesión del líder de EA por los intelectuales (sedicentes intelectuales, según él) viene de lejos, pero ahora es sobre todo el PNV quien encabeza la manifestación. Las páginas de opinión de su principal periódico rebosan desde hace semanas de insinuaciones y advertencias implícitas contra esos profesores y escritores críticos: especialmente, contra Savater y Juaristi.

¿Por qué estos dos? Porque se han permitido poner en solfa el pensamiento del santo patrón y pedir al líder máximo que se vaya. Es cierto que el patriotismo de partido es común a todas las formaciones, pero en el caso del PNV esa osadía ha sido percibida casi como un sacrilegio, y su reacción ha sido perseguir a los impíos hasta el mar. Ya hace unos meses, en un artículo aparecido en Deia, el portavoz del PNV amonestaba a EL PAÍS por haber encargado un reportaje sobre el nuevo Bilbao del Guggenheim a Jon Juaristi. Ahora, incluso han planteado una pregunta parlamentaria protestando por la participación de ese escritor bilbaíno en un programa de TVE sobre su ciudad.

El PNV, que hace bandera de la reinserción de los que han militado en ETA contra la democracia, sigue negándosela a quienes militaron en ella contra Franco en los años 60. Por eso, resulta algo contradictoria su pretensión de desautorizar a los críticos con referencias indoctas a su pasado. Pero lo verdaderamente innoble es hacerlo con insinuaciones de que quienes ridiculizan a Arana y recomiendan a Arzalluz que se vaya no son verdaderos intelectuales críticos, a la manera del Zola de J'accuse, sino dóciles escribientes al servicio del poder.

¿Sabrán esos valerosos defensores de la causa patriótica lo que escribió su maestro sobre Émile Zola? El 5 de octubre de 1902, Sabino Arana publicó en las páginas de La patria un artículo titulado Zola ha muerto en el que, tras reprochar al escritor haber vivido "alimentando sus sentimientos en el cieno de las más brutales pasiones", y haber vertido en los libros "la infamia de sus ideas", aseguraba que su muerte era "la de un Judas" que se había "hecho ricacho con la entrega de su pluma a los judíos para combatir a Cristo".

Fue el director de La patria quien en 1903 se preguntaba "¿Quiénes son esos que ( ... ) pretenden acorralarnos y hacer suyo nuestro campo?". Son, se respondía, "esos desgraciados a los cuales el espíritu hospitalario vasco los recibe en su hogar con los brazos abiertos. Es esa turba nauseabunda con entrañas de fiera que llena nuestra patria de crímenes y hechos repugnantes ( ... ) mercancía adulterada y podrida que emigra a nuestro país para pervertirlo y emponzoñarlo". En otras palabras: ratas.

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