Tribuna:

Apertura

El nuevo secretario general del PSOE parece decidido a impulsar hasta el final el proceso de reorganización básica que su partido necesita. Y para ello ha optado por activar una de las resoluciones aprobadas en su último congreso federal, convocando lo que ya se conoce como elecciones primarias. Cabe desear que semejante experimento no sea más que el primero de toda una serie de reformas institucionales destinadas a redefinir la cultura organizativa del partido y restaurar el compromiso ético con sus bases sociales, suscitando una mayor participación ciudadana en su proyecto político. Esto imp...

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El nuevo secretario general del PSOE parece decidido a impulsar hasta el final el proceso de reorganización básica que su partido necesita. Y para ello ha optado por activar una de las resoluciones aprobadas en su último congreso federal, convocando lo que ya se conoce como elecciones primarias. Cabe desear que semejante experimento no sea más que el primero de toda una serie de reformas institucionales destinadas a redefinir la cultura organizativa del partido y restaurar el compromiso ético con sus bases sociales, suscitando una mayor participación ciudadana en su proyecto político. Esto implica correr el riesgo indudable de abrir a los cuatro vientos la caja de Pandora, dados los múltiples conflictos que se han venido acumulando a lo largo del último decenio. Pero, aunque así fuera, bienvenida sea la catarsis purificadora, que siempre vendría a suponer, a fin de cuentas, una válvula de escape para tanta tensión irresuelta.Queda la pregunta escéptica: ¿serán suficientes estas primarias para provocar la apertura a la sociedad que un partido tan bloqueado como el actual PSOE necesita? Después de todo, en estas primarias sólo van a participar los militantes afiliados, en buena medida dependientes de las redes clientelares cuyos nudos están controlados por el aparato socialista (a su vez desgarrado por las tensiones sectarias o territoriales que enfrentan a los distintos grupos de poder). Por eso, el saldo final podría ser contraproducente, si es que sólo se obtiene más de lo mismo y resulta confirmada en sus cargos la oligarquía responsable de tantos abusos de poder como en el pasado se produjeron. Así se frustraría el llamado testamento de Felipe González en el 34º Congreso, cuando aconsejó que para elegir candidatos se tenga en cuenta su liderazgo social, y no su apoyo interno.

En mi opinión, el problema más importante que se le plantea al PSOE no es el de su democratización interna. Si sólo fuera por esto, habría que poner como ejemplo a IU o el PNV, cuyo liderazgo siempre resulta refrendado por el plebiscito populista de sus militantes. Pero es que la cuestión esencial no es ésa, pues la clave del impasse socialista no es su oligarquización (quizá consustancial a todo partido, en tanto que organización necesariamente jerárquica) sino su cierre autista al exterior. Es verdad que hay causas para ello, pues el castigo sufrido a manos de la cruzada inquisitorial desatada desde el año 1992, en reacción a sus propios abusos de poder, le obligó a cerrarse en banda, negando la evidencia y erigiendo en su torno un búnker desde el que luchar a la defensiva como gato panza arriba. Y este autismo sobrevenido se sobreañadió al natural aislamiento que, para autores como Von Beyme, separa a la clase política de sus bases sociales en el Estado de partidos. La consecuencia de todo ello ha sido la ruptura unilateral del contrato de representación que debiera vincular al partido socialista con sus votantes civiles.

Por eso, creo que la condición necesaria (y quizá suficiente) para que el PSOE vuelva a abrirse a la sociedad, recuperando a largo plazo su electorado, es centrar todos sus esfuerzos programáticos y organizativos en el desarrollo de su capacidad de representación. En consecuencia, se impone una política de retorno a las bases sociales. Y son tres los objetivos donde el PSOE debiera buscar su fuente originaria de representatividad. Ante todo, la política autonómica, recuperando la representación territorial de los intereses comunitarios y civiles a escala local. Después, los segmentos sociales excluidos sin oportunidad para emanciparse: jóvenes, mujeres, parados, mayores o migrantes. Y por último los sectores urbanos de vanguardia que lideran el dinamismo cívico-cultural, desde el voluntariado de los nuevos movimientos sociales hasta el último arte experimental, pasando a través de todas las redes de innovación interactiva. El resumen es simple: la apertura debe pasar por la cultura del trabajo (y por el trabajo con la cultura), que constituye para la izquierda su mejor seña de identidad.

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