Reportaje:PLAZA MENOR - AGUSTÍN LARA

Chotis multiétnico y taberna global

Tres chavales morenos juegan a las canicas aprovechando los desniveles naturales de la plaza de Agustín Lara y mantienen una apasionada discusión sobre los avatares del juego, el juego es el gua, y la lengua de los jugadores, el árabe. Esta barrera idiomática impide al cronista, que en su infancia destacó en esta especialidad deportiva,ejercer como árbitro en una partida que se adivina competida y vibrante, aunque no haya despertado la expectación del alegre y heteróclito grupo de desocupados que ocupa los bancos del mejor rincón de la plaza, el más soleado y protegido de los malos vientos.Muy...

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Tres chavales morenos juegan a las canicas aprovechando los desniveles naturales de la plaza de Agustín Lara y mantienen una apasionada discusión sobre los avatares del juego, el juego es el gua, y la lengua de los jugadores, el árabe. Esta barrera idiomática impide al cronista, que en su infancia destacó en esta especialidad deportiva,ejercer como árbitro en una partida que se adivina competida y vibrante, aunque no haya despertado la expectación del alegre y heteróclito grupo de desocupados que ocupa los bancos del mejor rincón de la plaza, el más soleado y protegido de los malos vientos.Muy cerca se eleva, moderadamente, el monumento a Agustín Lara, que posa como un figurín anoréxico, envarado y tieso, como si el traje le hubiera encogido con las lluvias que le han caído encima desde 1975, fecha en la que el Ayuntamiento decidió subir al pedestal al compositor mexicano, recreador imposible del casticismo madrileño que propuso coronar emperatrices en Lavapiés y luego celebrar la fiesta con un agasajo postinero en Chicote con la crema de la intelectualidad, que ésos se apuntan a un bombardeo si les garantizan que va a haber canapés y barra libre. Pero Lara no se limitó a cantar las glorias de Madrid y de Chicote, el prolífico e imaginativo autor rindió en otras tantas canciones sentidos homenajes a Toledo,Sevilla, Granada, Navarra, Valencia y Murcia sin moverse de su casa y de su piano.

El monumento podría considerarse como un precedente de la estatuaria posliliputiense, tan cara a nuestros ahorrativos munícipes, un estilo que ha dado obras de la talla de La violetera (1,50 metros sin pedestal). Quizá para compensar el ahorro en materiales que supuso la erección de una escultura a tamaño natural de un artista tan enteco, al pie del pedestal le colocaron una musa trompetera también ligera, de carnes y de ropa.

Pero ni los clarines de la fama pueden despertar al durmiente que liga bronce en un rellano de la escalera, ni perturbar la animada charla que en el rellano opuesto mantienen una dama con abrigo de piel, sombrero borsalino, gafas negras, melena color zanahoria y acento porteño y su vecina, nativa, que viene de hacer la compra en el mercado próximo.

Una mano hábil y anónima ha introducido por su cuenta una ingeniosa variante en la rotulación de una de las placas de la calle de Mesón de Paredes rebautizándola "Mesón de Parados". Puro realismo irónico y castizo para describir la situación que vive este barrio castigado y superviviente, hospitalario y mestizo de todas las etnias de la inmigración, del campo a la ciudad, primero, y luego de África, de América, o de Asia a los arrabales de Europa. En los alrededores de la plaza conviven carnicerías islámicas y bazares chinos, bares caribeños, peluquerías africanas y pequeños talleres donde trabajan artesanos senegaleses.

Y tabernas eclécticas y castizas donde conviven en ejemplar armonía los callos a la madrileña y el pulpo a la gallega, la paella valenciana y la morcilla de Burgos. Tabernas honradas y modestas, como la de Jaime, un canario-madrileño que ha incorporado a su panoplia de especialidades las papas con mojo de su tierra y los picatostes al ajo que el cliente frota a su gusto sobre las tostadas generosamente ofrecidas en el mostrador. Fotografías enmarcadas con motivos taurinos y castizos tapizan el local sin dejar un resquicio en las paredes. El sector taurino está mayormente dedicado a un ilustre parroquiano del establecimiento El Chino Torero.

En el sector castizo, la estampa más representada es la de Don Hilarión, el más legítimo de los Hilariones, como certifican sus repetidos triunfos en el concurso anual que se organiza cada verano con motivo de las fiestas de San Cayetano y la Paloma. Además, Esteban Carmona, que no es boticario, sino jubilado de la fábrica de tabaco de Embajadores, fue el Don Hilarión oficial de la Expo 92 y figuró al frente de una expedición de chulapas y chulapos reclutados por el Ayuntamiento. Una aventura de la que no guarda buen recuerdo porque a ellos no les llevaron a Sevilla en el AVE como a los invitados de lujo, sino en autobús, y sólo les dieron una bolsa de viaje con bocadillo, refresco y pieza de fruta, y luego no les dejaron entrar al guateque del pabellón de Madrid hasta que no salieron los VIP

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En el entorno de la plaza proliferan día a día los bellos trazos de la caligrafía árabe que aflora en las fachadas comerciales. Estamos en Ramadán, y el Ramadán se hace perceptible, se trasluce en los rostros y en los gestos de los fieles creyentes que caminan, ensimismados y ajenos, en estas fechas más que nunca, al mundanal bullicio callejero y a todas sus tentaciones. Este asunto de las tentaciones y de las prohibiciones coránicas debe influir, de forma más o menos explícita, en el criterio de algunos taberneros de por aquí que se cuentan entre los más preocupados por la "islamización" de la zona. La peor pesadilla de un mesonero castizo de Mesón de Paredes debe tener como escenario un barrio mayoritariamente habitado por abstemios a quienes su religión prohíbe también catar al menos un 80% de la oferta gastronómica del local, emparentada con el puerco ibérico y cristianísimo.

El meollo de los problemas del barrio no está en la inmigración, sino en la marginación, el desempleo, en el deterioro de sus viejos y entrañables edificios. En un extremo de la plaza de Agustín Lara, las ruinas del antiguo convento y colegio de los escolapios, cercadas por una verja tan imponente como inútil, acumulan basura y abandono bajo la escrutadora luz del día, pero al anochecer emergen como un fantasma que clama venganza por tanto agravio, un esqueleto inquietante, un paisaje digno de un aguafuerte de Piranesi, un artista enamorado de las ruinas y las mazmorras.

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