Editorial:

Clinton, acosado

BILL CLINTON se enfrentó ayer al peor trago de su carrera. A una acusación por acoso sexual se ha venido a sumar la apertura de una investigación por falsedad en testimonio, obstrucción a la justicia e invitación al perjurio. El objeto de esta investigación que lleva a cabo el fiscal especial Kenneth Starr es tan comprometido que, como señaló ayer el presidente de la Comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de Representantes, el republicano Hyde, pone a Clinton ante la posibilidad de un impeachment, una destitución por el Congreso. Naturalmente, antes la justicia habría de probar los...

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BILL CLINTON se enfrentó ayer al peor trago de su carrera. A una acusación por acoso sexual se ha venido a sumar la apertura de una investigación por falsedad en testimonio, obstrucción a la justicia e invitación al perjurio. El objeto de esta investigación que lleva a cabo el fiscal especial Kenneth Starr es tan comprometido que, como señaló ayer el presidente de la Comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de Representantes, el republicano Hyde, pone a Clinton ante la posibilidad de un impeachment, una destitución por el Congreso. Naturalmente, antes la justicia habría de probar los hechos -ahora criminales- de los que se acusa al presidente, en un proceso que ha estado lleno de penumbras, pero que ahora rebasa el caso de Paula Jones, que Clinton parecía estar controlando.Jones es una joven ex telefonista que asegura que en 1991, cuando Clinton era gobernador de Arkansas, mandó que la hicieran subir a su suite en un hotel de Little Rock para proponerle prácticas sexuales. La acusación se basa en que el entonces gobernador se prevalió de su posición de poder para presionar a Jones a hacer algo que no quería y a lo que, consecuentemente, se negó. El presidente se vio obligado el sábado a comparecer durante seis horas en el despacho del abogado de Jones para un interrogatorio grabado en vídeo sobre esta acusación de acoso sexual.

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Ahora llegan unas alegaciones, aparentemente sustentadas en grabaciones, que, desdicen en parte a Clinton, y que ayer sacó a relucir The Washington Post. Según éstas, Bill Clinton mintió en su declaración del sábado, puesto que en 1995 habría incitado al perjurio para declarar en contra de Paula Jones a Monica Lewinsky, entonces una joven becaria de la Casa Blanca con la que, según estas acusaciones, habría mantenido una relación sexual el presidente. En fechas más recientes, Clinton habría aconsejado a Lewinsky desmentir toda alusión a relaciones entre ambos.

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El confuso desmentido de Clinton ha alimentado las sospechas. Sería bueno que todo se aclarara con rapidez. El juicio sobre el caso Jones está previsto para el 27 de mayo en Little Rock. En razón de su cargo, Clinton no tendrá que sentarse en el banquillo de los acusados, pues podrá enviar en su lugar el vídeo grabado el sábado, y cualquier otro posterior. Pero las nuevas acusaciones van mucho más allá. No le será fácil a Clinton aguantar la presión hasta entonces si no convence de que se trata de una acusación falsa.

También el abogado de Lewinsky desmintió los hechos. Según él, su cliente es víctima inocente del sistema político y estas alegaciones han arruinado su vida. Puede que no le falte razón, pues no es oro todo lo que reluce en este caso. Paula Jones no consideró oportuno reivindicar su derecho a una reparación, que cifra en dos millones de dólares (300 millones de pesetas) y una petición pública de excusas, hasta más de dos años después de ocurridos los hechos, cuando Clinton ya era presidente. Y aunque la ley no se detiene ni siquiera ante la figura presidencial en defensa del principio de igualdad ante la justicia, es improbable que Paula Jones hubiera podido llevar adelante su demanda sin el apoyo económico de una organización ultraconservadora de acento religioso. Es verdad que este caso revela que la justicia no se detiene ni siquiera ante el hombre más poderoso de la tierra, pero también lo es que sólo se ha puesto en marcha cuando ha surgido una organización dispuesta a financiar la demanda.

Puede ser que el fiscal especial que investiga el caso sea enemigo de Clinton. Pero no puede decirse otro tanto de la fiscal general, Janet Reno, nombrada por el presidente. Y resulta llamativa con que ésta y el tribunal de apelación han autorizado la apertura de una investigación sobre las últimas acusaciones. El asunto es enormemente delicado, y de imprevisible desenlace. Junto a la admiración que produce una justicia verdaderamente ciega en su asalto a las torres más altas, tampoco se puede perder de vista que este tipo de historias se pueden inventar. Ante semejante caso, y siempre desde la presunción de inocencia para el acusado, lo deseable es que se conozca la verdad y se haga justicia. Pues lo que afecta al presidente de Estados Unidos puede acabar afectándonos a todos.

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