Reportaje:PLAZA MENOR: JOSE MARTÍ

El malecón de La Habana

Un frío y marmóreo monolito consagra la memoria de José Martí, poeta y héroe nacional de Cuba, en esta plaza irregular y sin nombre explícito que forma en su arranque el paseo de La Habana. El rostro del homenajeado surge hierático y esquemático a través del entablado. El monumento, firmado por un escultor (José Villa) y un arquitecto (Rómulo Fernández), fue inaugurado en 1986 y en su parte posterior recoge una frase que exalta el amor a la patria y a la bandera: "El amor triunfante con todos y para el bien de todos".Un acuerdo municipal de 1899 sustituyó en un alarde de trasnochado patriotism...

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Un frío y marmóreo monolito consagra la memoria de José Martí, poeta y héroe nacional de Cuba, en esta plaza irregular y sin nombre explícito que forma en su arranque el paseo de La Habana. El rostro del homenajeado surge hierático y esquemático a través del entablado. El monumento, firmado por un escultor (José Villa) y un arquitecto (Rómulo Fernández), fue inaugurado en 1986 y en su parte posterior recoge una frase que exalta el amor a la patria y a la bandera: "El amor triunfante con todos y para el bien de todos".Un acuerdo municipal de 1899 sustituyó en un alarde de trasnochado patriotismo los nombres de las calles de Madrid que hacían referencia a las Antillas y Filipinas para sustituirlos por los de los héroes españoles, caídos o distinguidos en las guerras coloniales de ultramar. Así desapareció de un plumazo el antiguo paseo de La Habana, que desde aquella extemporánea decisión del Ayuntamiento pasó a llamarse calle de Eloy Gonzalo recordando al héroe inclusero de la batalla de Cascorro. La injusticia histórica y patriótica tardaría muchos años en remediarse, pero, poco a poco, en el nuevo callejero de la ciudad en expansión volvieron a brotar los nombres tachados, cerradas ya las heridas de las viejas batallas y reabiertas las vías de comunicación entre la metrópoli venida a menos -y sus antiguas colonias enlazadas por una hermosa lengua común y enturbiadas siempre por las malas andanzas de los políticos de aquí y de allá.

Por el paseo de La Habana se entra en el barrio de Chamartin, que estos días acaba de confirmar su "privilegio" como la zona inmobiliaria más cara de Madrid, por encima del barrio de Salamanca. Dentro de Chamartín se encuentra el sub-barrio de Hispano América, donde las calles se bautizan con los nombres de las repúblicas "hermanas" en una confusión babélica reforzada por la homogeneidad de su hermanamiento arquitectónico. Sólo los vecinos más avezados saben distinguir, por ejemplo, entre Uruguay y Nicaragua, Bolivia o Colombia. Salvo marcadas y remarcables excepciones consolidadas en algunos edificios notables y recientes, todas estas calles surgidas alrededor del viejo camino de Chamartín parecen iguales, desaparecieron casi por completo las antiguas villas y quintas de recreo para dar paso a bloques de viviendas, racionales y eclécticos, cajones de hormigón y ladrillo para albergar a familias de clase media con posibles, funcionarios e intermediarios desembarcados en la capital con armas y bagajes para medrar en el hormiguero de la nueva urbe.

El arranque del paseo de La Habana. forma ángulo agudo con la prolongación de la Castellana, unas manzanas antes del estadio Bernabéu, que es el centro de este barrio burgués, comercial, lúdico y nocturno construido en su entorno. La descabalada plazuela donde se eleva el monolito de Martí se abre junto a la embocadura del laberinto subterráneo de Azca, una red de túneles que discurre bajo los cimientos de las altivas torres consagradas por la banca, el comercio y las comunicaciones. El monumento nació contagiado de este espíritu vertical que crece con el barrio, pero por sus reducidas dimensiones se quedó en maqueta de sí mismo, agraviado incluso por el crecimiento de los árboles que le fueron creciendo alrededor, un muestrario no muy boyante de especies en el que figuran cipreses, pinos y plátanos de sombra. Los inevitables juegos infantiles de hierro y los carteles que advierten a los propietarios de perros de sus limitaciones indican que la plaza tiene pretensiones de miniparque urbano con sus dos fuentes, una presuntamente decorativa en hormigón y otra pequeña y funcional para uso ciudadano.

Abundan en este espacio de confusa geometría los comercios de lujo, boutiques de moda con nombres italianos o italianizantes junto a los sobrios escaparates de Adolfo Domínguez, bazares elegantes y centros comerciales. Una red de bares de copas, cafeterías y cervecerías avisa de la cercanía del gran estadio que convoca a las multitudes hambrientas y sedientas de goles, siempre dispuestas a celebrar sus éxitos a pie de barra o a consolarse en el mismo lugar de los fracasos de su equipo favorito.

José Luis, santuario del pincho y de la tapa, abre las puertas a sus fieles, que abarrotan su local de reducidas dimensiones para comulgar en las fiestas y horas señaladas con el solomillo, la croqueta y el langostino. La oferta alcohólica y gastronómica es múltiple y variada, de la comida rápida a la gastronomía de élite, pasando por la multidisciplinar carta del VIPS, que tiene para sus clientes más reposados y exigentes un restaurante italiano adosado. Los VIPS se han incorporado al paisaje de la ciudad como proverbiales centros de avituallamiento en festivos y horarios nocturnos, abigarrados islotes donde recalan los náufragos de la madrugada para reponer fuerzas, comprar los periódicos del día que se anuncia o trasegar la penúltima, nunca la última copa según el ritual, esa copa a la que injustamente achaca todos los males de la resaca el bebedor noctámbulo.

La noche de Madrid en todas sus facetas recala en este tipo de establecimientos. Las mesas de la cafetería están situadas al fondo del local para hacer pasar a los clientes dos veces bajo las horcas caudinas del consumo, entre los estantes repletos de productos, libros, revistas, objetos de regalo, discos, dulces, chocolatinas, bebidas, aparatos fotográficos, un bazar laberíntico de pasillos estrechos para que los viandantes sientan el roce de las pequeñas tentaciones.

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El malecón imposible del paseo de La Habana sirve de refugio también para prostitutas de lujo y golfos de postín que se dan cita en locales discretos y turbios, en misteriosos apartamentos donde "encantadoras señoritas" hacen pases de lencería, preparan el jacuzzi y exhiben un catálogo de fantasías de pago. Su presencia apenas se nota en las aceras, sólo un relámpago de piernas de seda al subir o bajar de un automóvil, un pálido reflejo de carne pecadora tras los cristales ahumados.

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