Tribuna:

El guante y las garras

Hay ocasiones en que a la historia diplomática, entendida como narración que lima aristas y sienta las bases de lo que se denomina amistad entre los Estados, se opone la historia construida a partir de las fuentes diplomáticas. Es lo que sucede con las relaciones internacionales en el curso de la guerra de independencia cubana. Una visión de las cosas que parece ir alcanzando cierto predicamento, sitúa la doble derrota de España en el marco de un proceso modernizador de larga duración, a modo de simple incidente que no alteró el curso de la tendencia general, siendo simplemente el Desastre pro...

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Hay ocasiones en que a la historia diplomática, entendida como narración que lima aristas y sienta las bases de lo que se denomina amistad entre los Estados, se opone la historia construida a partir de las fuentes diplomáticas. Es lo que sucede con las relaciones internacionales en el curso de la guerra de independencia cubana. Una visión de las cosas que parece ir alcanzando cierto predicamento, sitúa la doble derrota de España en el marco de un proceso modernizador de larga duración, a modo de simple incidente que no alteró el curso de la tendencia general, siendo simplemente el Desastre producto de la imaginación de unos intelectuales. Por parte norteamericana, la intervención no habría surgido de un designio maquiavélico, sino, como se ha relatado hace poco en el suplemento de este diario, por efecto de la presión social, impulsada por los ciudadanos Kane desde la prensa amarilla, logrando quebrar por fin la resistencia de un presidente McKinley favorable a la paz.Sólo que la información proporcionada por las fuentes diplomáticas británicas y francesas, los dos principales testigos del proceso, invalida semejante interpretación: Otra cosa es que McKinley fuera un maestro en esconder sus golpes, incluso ante embajadores tan avezados como el inglés Pauncefote o el francés Cambon. Porque su decisión de intervenir en Cuba, incluso militarmente, nada tiene que ver con la explosión del Maine. Queda de manifiesto mucho antes, y con fecha de septiembre de 1897, en el curso de las conversaciones de su enviado a España, Woodford, con los embajadores de las grandes potencias, siendo prevista para diciembre del mismo año. A duras penas la concesión de la autonomía a la isla por parte de España, anunciada en octubre, obliga a un aplazamiento de la sentencia. Para entonces, los principios básicos de la posición norteamericana sobre el conflicto estaban fijados. La clave residía en que toda solución pasaba por la mediación o la intervención de los Estados Unidos, que habría de garantizarles el control sobre la política y la economía insulares. La fórmula era lo de menos. El embajador francés, marqués de Reverseaux, lo destaca al contemplar la ingenua esperanza del Gobierno liberal, que cree posible resolver el problema con la autonomía. "A los liberales", advertía, Ies es imposible aceptar la mediación de los Estados Unidos, y ésta es, sin embargo, la única cosa seria que se espera de ellos en Washington". Y añade en relación al embajador norteamericano: "El señor Woodford esconde cuidadosamente las uñas (fait patte de velours), pero es posible apreciar las garras bajo su guante". Los modos eran suaves, pero la finalidad, inequívoca.

Una vez esbozada la postura en los últimos meses del presidente Cleveland, y fijada con McKinley, la voluntad de intervención se ocultaba bajo la oferta de los buenos oficios del presidente. En las conversaciones de septiembre del 97 entre el embajador británico en Madrid y el norteamericano, al querer éste ganarse la benevolencia de aquél, todo quedó claro. Drumnond Wolff, el inglés, se dio cuenta de que la oferta era un modo suave de desplazar inexoablemente a España de Cuba. Si aceptaba la mediación, se encontraría seguramente con una exigencia de rendición incondicional, "una humillación inútil e intolerable". Woodford advertía que el conflicto tendría que resolverse inmediatamente o la intervención norteamericana, dados sus intereses en y sobre la isla, tendría lugar. Y acerca del fin último de la maniobra, Woodford no dejaba espacio para la duda: "Cuba is the richest slice in the earth", la más sabrosa tajada o rodaja sobre la tierra, lo que poco tiene que ver con la independencia que al parecer reconocía McKinley. Más tarde, el servidor del presidente será aún más claro: "Tan seguro como que el sol sale mañana, Cuba será antes o después norteamericana". Sobran comentarios. Los Estados Unidos no deseaban hacerse cargo inmediatamente de Cuba, lo que sería tanto como gobernar un manicomio, pero confiaban en el modelo antes experimentado: la mediación abriría el camino a una u otra fórmula de anexión o protectorado. Así que ni Cuba independiente, ni deferencia hacia España: sólo un expansionismo que reconocía las dificultades para quebrantar las reglas del derecho internacional tomando parte en una guerra contra un Estado con el cual le unían oficialmente relaciones de amistad.

En la serie de declaraciones del Gobierno de Estados Unidos sobre el conflicto, desde la nota Olney de abril de 1896 al mensaje de McKinley en abril de 1898, el hilo conductor es siempre la oferta de mediación, los buenos oficios, que sólo en el primer texto citado se concretan en una actuación como garante de una autonomía otorgada por España, aunque sin prescindir del sesgo coactivo. Desde el mensaje de Cleveland en diciembre de 1896 hasta el final, esa presión se acentúa. En realidad, se trataba de un modo inteligente de utilizar la imagen deplorable de la guerra y las protestas de sentimiento humanitario para conseguir que el centro de decisión se trasladase de Madrid a Washington. El único obstáculo lo constituían las grandes potencias, pero llegados a ese punto intervenían el aislacionismo patentado por Cánovas y la solidaridad anglosajona. Todo era para McKinley una cuestión de guardar las formas. Mientras vivió Cánovas y mandó Weyler en Cuba, la cuestión se deslizaba de modo suave e irreversible. Luego habrá que dar por muerta la autonomía, a las dos semanas de entrada en vigor y antes de que el Gobierno autonómico publique su manifiesto de intenciones. Del mismo modo que en el último momento, cuando el Gobierno español accede nada menos que a un armisticio unilateral, exigencia de McKinley días antes, eso en nada modifica ni lo fundamental de su mensaje ni su decisión de emprender la guerra.

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En realidad, no era cuestión de personas ni únicamente de movimientos de opinión. La lógica del expansionismo de Estados Unidos miraba hacia la nueva frontera del Caribe, también hacia el Pacífico, y para eso el viejo imperio español constituía un obstáculo a eliminar. No es cierto que Estados Unidos hubiera estado en paz desde la guerra de secesión. Entre 1865 y 1890, la homogeneidad de su territorio se consiguió al precio de las guerras contra los "americanos nativos", las tribus indias, con una combinatoria de arbitraje forzoso y acción militar que constituye un anticipo de la estrategia tan inteligentemente desarrollada para intervenir en Cuba. Quizá

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Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid y autor, con E. Hernández Sandoica, de La guerra de Cuba. Historia política de una derrota colonial, de próxima aparición en Alianza Editorial.

El guante y las garras

Viene de la página anteriorpor eso los diplomáticos tradicionales se vieron desbordados por tan novedosos procedimientos y cuando finalmente descubrieron que la voluntad de paz de McKinley era un engaño, y que a toda costa iría a la guerra contra España, emprendieron una acción sin precedentes en la historia de la diplomacia. El 14 de abril de 1898, los embajadores de las seis grandes potencias en Washington, del Reino Unido y Francia a los Imperios Centrales, pasando por Rusia e Italia, acordaron proponer a sus Gobiernos que declarasen injustificada la política de guerra de McKinley, pues España había respondido a todas sus demandas con el armisticio unilateral. Fue una iniciativa estéril, pero significativa.

En lo que era inicialmente la confrontación entre dos jugadores, en un juego de suma cero, con el inicialmente dominado (Cuba) tratando de imponerse sobre el dominante (España), McKinley supo lograr la interferencia de un tercer jugador, el cual, con el pretexto de apoyar al primero, acabó alzándose transitoriamente con la victoria, reduciendo a su protegido a una condición subalterna. Pero él mismo quedó atrapado en la jugada que había puesto en práctica, pues su Finalidad declarada, lograr la libertad para Cuba, impedía consolidar la meta efectiva de dominación. Construcción nacional e independencia formal quedaron disociadas en Cuba, y la potencia hegemónica tampoco vio abiertas las vías para la anexión o para una tutela estable, a pesar de la enmienda Platt. La historia de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a lo largo del siglo XX se moverá en el cuadro de esa enorme tensión.

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