Tribuna:

El canciller ha encontrado un amigo

Un ministro del último Gobierno conservador británico fue capaz de publicar un artículo de siete folios sobre la construcción de Europa en el siglo XXI sin nombrar, ni una sola vez, a Alemania. No es extraño que el canciller Helmut Kohl se sintiera a veces hastiado de sus colegas y correligionarios del otro lado del Canal y que ocultara a duras penas su deseo de ver hundirse en el Atlántico a la señora Thatcher y a sus seguidores.Se diría que a Kohl le gustan más los socialdemócratas que los conservadores, siempre que sean moderados y, sobre todo, que no sean alemanes. Antes contrarrestaba sus...

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Un ministro del último Gobierno conservador británico fue capaz de publicar un artículo de siete folios sobre la construcción de Europa en el siglo XXI sin nombrar, ni una sola vez, a Alemania. No es extraño que el canciller Helmut Kohl se sintiera a veces hastiado de sus colegas y correligionarios del otro lado del Canal y que ocultara a duras penas su deseo de ver hundirse en el Atlántico a la señora Thatcher y a sus seguidores.Se diría que a Kohl le gustan más los socialdemócratas que los conservadores, siempre que sean moderados y, sobre todo, que no sean alemanes. Antes contrarrestaba sus obligadas entrevistas con Thatcher o Major con amigables conversaciones con Mitterrand, Delors o González. Ahora, el canciller ha encontrado un nuevo amigo, el seductor laborista Tony Blair, y le ha enviado un bonito regalo: un sillón en el Comité Ejecutivo del futuro Banco Central Europeo.

El regalo es un poco extraño, porque el Reino Unido no lo podrá ocupar, como muy pronto, hasta el 2002, pero demuestra una gran confianza. Es como si un padre comprara al hijo un coche en primero de carrera y prometiera dárselo cuatro años después, seguro de que aprobará todas las asignaturas a tiempo.

Londres ya ha explicado que no podrá adherirse a la unión monetaria antes de las próximas elecciones, previstas inicialmente, para el 2002, no sólo porque el humor de sus nacionales no garantiza un sí en el obligado referéndum, sino también porque el ciclo económico británico no coincide con el del resto de Europa y, en esas circunstancias, la adhesión al euro podría tener un coste demasiado elevado. Pero Blair, que invitó hace pocas semanas a su colega alemán a un tête-a-tête de cinco horas, ha dejado claro que contempla con simpatía el proceso de unión monetaria y que mantendrá una actitud "positiva" y no obstruccionista, como sus antecesores tories.

El regalo es también extraño porque no está claro que Kohl pueda hacerlo en realidad. El poderoso Comité Ejecutivo del BCE -se nombrará el próximo mes de mayo- tiene sólo seis plazas (presidente, vicepresidente y cuatro vocales), su mandato tendrá una duración de ocho años no renovables, y sus sillones son probablemente en estos momentos los más codiciados del mundo. Kohl no ha aclarado si pretende que una de las plazas quede vacante (lo que no está previsto en el Tratado), si está dispuesto a ceder la que corresponderá a Alemania cuando llegue el momento o si ha ideado alguna fórmula extraña.

Lo que sí parece evidente es que el canciller, que se muestra seguro de ganar las próximas elecciones en 1998, está dispuesto a animar cuanto esté en su mano al Reino Unido para que desarrolle un papel protagonista en la nueva Unión. "La política europea de Alemania va a ser más británica", aseguró el pasado 25 de septiembre en Berlín el secretario de Estado alemán Hans Friedrich von Ploetz. Uno de los analistas de Le Monde tradujo inmediatamente "más británica" por "menos francesa" y llamó la atención sobre la creciente irritación de Bonn por la política laboral (35 horas) del Gobierno de Jospin.

Quizá Kohl esté pensando en suavizar el eje franco-alemán dando entrada a Londres, con el que comparte actualmente más análisis económicos que con París, pero sin duda no olvida que el Reino Unido significa algo más: una visión crítica del proceso de construcción europea y un recelo histórico al papel internacional de Alemania en la política y la diplomacia. Su nuevo amigo tiene todavía que demostrar que es también amigo del proceso abierto por la Unión Europea, no sólo en el capítulo económico, sino también en el de relaciones exteriores o de defensa.

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