Tribuna:

Golosinas para ricos

El verdadero centro comercial no se alza fuera de las grandes ciudades, sino dentro del mismo hogar. Lo que Internet está cambiando en los modos de vida de las gentes se corresponde con lo que está alterando el comercio internacional. Más aún: mientras las autoridades norteamericanas -máximas autoridades en el ciberespacio- tienen prevista una restricción de libertades civiles dentro de la red, sólo piensan, por el contrario, en ensanchar y hacer cada vez más trasparentes las libertades económicas.El discurso de liberalizar Internet hasta convertirlo en un duty free planetario se corres...

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El verdadero centro comercial no se alza fuera de las grandes ciudades, sino dentro del mismo hogar. Lo que Internet está cambiando en los modos de vida de las gentes se corresponde con lo que está alterando el comercio internacional. Más aún: mientras las autoridades norteamericanas -máximas autoridades en el ciberespacio- tienen prevista una restricción de libertades civiles dentro de la red, sólo piensan, por el contrario, en ensanchar y hacer cada vez más trasparentes las libertades económicas.El discurso de liberalizar Internet hasta convertirlo en un duty free planetario se corresponde con la obsesión actual de Clinton por demandar en sus viajes que los países abran sus mercados. La vindicación del mercado libre ha sustituido en los años noventa a las exigencias de Derechos Humanos y las reglas de la OMC (Organización Mundial del Comercio) han reemplazado al espíritu de la ONU arruinada. En un mercado sin defensas arancelarias ganan siempre los más fuertes y tanto en latinoamérica como en el sureste asiático los gobiernos locales temen cada vez más ser arrasados por el turbión de la liberalización global, real y financiera.

Hay, con todo, un espacio, el ciberespacio, donde las resistencias de las potencias inferiores tienen poco que hacer. Actualmente el comercio mundial dentro de la red se evalúa en unos 150.000 millones de pesetas pero los pronósticos fijan una cifra 8 veces mayor para el año 2000. Desde julio pasado, a partir del informe que realizó Ira Magaziner para la Casa Blanca, la estrategia presidencial estadounidense tiende a no imponer tasa alguna a las transacciones, con lo que espera impulsar el comercio empresarial. No todos los estados de Estados Unidos están de acuerdo. Y no lo están los estados extranjeros, pero ¿cómo impedirlo?, ¿cómo oponerse? Las compras por Internet de entradas, de billetes, de boletos para alquiler de coches, se están realizando ya -ilegalmente- sin pagar las tasas correspondientes. Pero, además, las remesas de objetos de pequeño tamaño y por unidades burlan diariamente los aranceles de las aduanas.

No es, sin embargo, todo esto lo más decisivo. Lo peculiar de la red es el suministro de informaciones y servicios que se encuentran en manos de empresas norteamericanas. Se estima en más de un billón y medio de pesetas lo que se consume anualmente en Europa en información científica, médica o económica. Fácilmente, el vehículo natural de ese servicio irá siendo cada vez más la red Internet, capaz de conectar con los bancos de datos de cualquier institución del mundo.

En la actualidad, hay un 18% de norteamericanos conectados a Internet frente a un 1,2% en España y poco más de un 2% en Francia. Esa diferencia delata que Europa ingresa demasiado despacio en una participación donde Estados Unidos se lleva la gran tajada. Hay pocas empresas europeas capaces de vender servicios por vía electrónica a los norteamericanos, mientras Estados Unidos exportan más de 25.000 millones de pesetas en programas recreativos (vídeos, discos, video juegos), asesoramientos diversos (bancarios, de seguros, gestión, diseño ... ) en su mayoría con soporte digital. La abolición de todo impuesto sobre esos envíos convertiría a Internet en la mayor vía de "invasión" norteamericana.

Sin impuestos, en un mercado electrónico enteramente libre, según propugna el informe de Ira Magaziner, no sólo los estados perderán ingresos fiscales, no sólo las empresas norteamericanas serán las primeras beneficiarias, los provechos de esta liberalización no favorecerán más que a las clases sociales de mayor nivel en formación y recursos técnicos. Cuando, de una parte, Bill Gates negocia con Rusia el lanzamiento de 300 satélites para multiplicar la potencia de Internet o cuando Tony Blair, de otra, promete un ordenador por escolar saben lo que hacen. Ambos están prediciendo, uno en el beneficio económico y otro en la amenaza social, lo que se viene encima.

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