El pacífico vecino "porno"

Las personas que viven cerca de 'sex-shops' aseguran que estos locales no causan problemas al barrio

¿Qué supone la irrupción de un sex-shop para un barrio que presume de apacible? Carlos Aznar, el vicepresidente de la comunidad de vecinos que ha comandado la recogida de 5.000 firmas contra la apertura de un sex-shop en la calle del General Moscardó (Tetuán), lo tiene muy claro: "Vendrán proxenetas, prostitutas, drogas y alcoholismo, ya se sabe".Pero los comerciantes y vecinos que conviven desde hace años al lado de estos locales de tórridas actuaciones en vivo y venta de material pornográfico no han descubierto los síntomas de apocalipsis que Aznar describe. A su juicio, estos ...

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¿Qué supone la irrupción de un sex-shop para un barrio que presume de apacible? Carlos Aznar, el vicepresidente de la comunidad de vecinos que ha comandado la recogida de 5.000 firmas contra la apertura de un sex-shop en la calle del General Moscardó (Tetuán), lo tiene muy claro: "Vendrán proxenetas, prostitutas, drogas y alcoholismo, ya se sabe".Pero los comerciantes y vecinos que conviven desde hace años al lado de estos locales de tórridas actuaciones en vivo y venta de material pornográfico no han descubierto los síntomas de apocalipsis que Aznar describe. A su juicio, estos negocios dan tantos problemas como una floristería o una tienda de mascotas.

En el mismo Tetuán, la junta municipal de la que depende la licencia del sex-shop proyectado en la calle del General Moscardó está rodeada de establecimientos del mismo ramo. Cualquier concejal circunspecto, funcionario o vecino que salga del edificio consistorial ha de ver, a la fuerza, el neón azul, verde y rosa que salpica la fachada del show center Afrodita, un local apoyado en un lema y un logotipo inequívoco: "La copa del veo-veo", reza un gran cartel luminoso, junto al dibujo de un caballero de ojos muy abiertos que suda sin parar.

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La clientela, en sesión matinal y jornada festiva, escasea, pero otros indicios apuntan a que el negocio va bien. No en vano, el horario es francamente generoso (de diez de la mañana a cinco de la madrugada), por aquello de la diversidad del mercado. Y la oferta, muy variada: en la planta de la calle, una bien surtida tienda despliega un reino de látex y profilaxis, revistas acordes con el entorno, cosméticos de resultado dudoso, lencería, rincón sado y un surtido videográfico que abarca todas las combinaciones venéreas imaginables. En el sótano, reducto de mentes más intrépidas, unas señoras o señoritas de atuendo escueto animan a la charla. La. consumición mínima sale por 900 pesetas.

Pero todo esto le "trae sin cuidado" a Antonia, que ayer prefería mirar un escaparate próximo de cocinas. Y añadía: "Yo nunca entraría en uno, porque no le encuentro el interés, pero tampoco me molestan".

Ángel Sánchez, de 71 años, se repantigó ayer en el banco que hay, justo a la entrada del Afrodita para enfrascarse en la lectura de su Diario 16. Y en su elección, todo sea dicho, no se advertía rastro de morbo mirón, sino pura indiferencia. "A mí me da que, de cada cuatro personas que entran ahí, tres son un poco raras, pero con no entrar es suficiente", razonó. ¿Y si hubiera un colegio al lado? "Los niños de hoy en día, con las revistas, la tele y esas cosas, ya saben más que yo cuando tenía 20 años", apuntó con amplia sonrisa.

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Al trabajador público de la junta que no repare en este Afrodita que se yergue delante mismo de sus narices le queda aún otra posibilidad. En el lateral del edificio, calle de las Aguileñas, enfrente del hangar municipal de limpiezas y de un puesto del Samur, aparece el sex-shop Venus. En su puerta se presume de "supervedettes por sólo 200 pesetas", afirmación corroborada por las imágenes de varias mujeres ligeras, en efecto, de equipaje.

Existe un tramo de unos doscientos metros de la calle de Atocha en el que se emplazan dos de los sex-shops más conocidos de la ciudad: el Show Center Hollywood, en el número 128, y el Atocha 80. Los vecinos y habituales de la zona no se inquietan lo más mínimo por la presencia de los clientes. "Son gente con necesidades sexuales, pero para nada degeneran el barrio", dice Pedro David Alvés, de 19 años, camarero de un bar cercano. "Yo conozco el sitio, ya que he entrado varias veces, no porque me guste, sino porque necesito cambio, y los que están ahí son normales; además, las chicas vienen a desayunar al bar, con lo que aumenta nuestro negocio", apostilla.

Benito Mingoarranz, de 34 años, regenta una tienda de frutos secos situada entre los dos sex-shops de la calle de Atocha. "Hace cinco años, cuando se instalaron estos locales, la gente protestó mucho. Y es normal: se desconocía de qué iban y los vecinos tenían miedo. Pero luego se ha demostrado que no traen ningún problema", explica Mingoarranz, que añade: "Bueno, sí: a veces se organizan manifestaciones en la calle, pero son de organizaciones feministas que no están de acuerdo. Los clientes de los sex-shops que yo conozco, no porque haya entrado, sino porque los veo pasar por la calle, son en su mayoría militares no violentos", concluye.

Dos vecinos jubilados, el portero de una finca próxima y la vendedora de periódicos, entre otros, coinciden con el resto: los sex-shops, que conocen pero que nunca visitan, no dan quebraderos de cabeza al barrio.

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