Tribuna:

El precio de la continuidad

Hacía tiempo que los índices macroeconómicos no eran tan positivos, hasta el punto de que confiamos en entrar en el euro en la primera vuelta. Los obstáculos que aún pudieran dar al traste con tantos esfuerzos, más que de una posible indisposición española, provienen de las dificultades por las que pasan otros países. En lo laboral, se ha llegado a un acuerdo entre la patronal y los sindicatos del que cabe muy bien felicitarse, sobre todo si tomamos en cuenta la debilidad de estos últimos y los tiempos que corren: el mayor logro, que se haya respetado la independencia de los agentes sociales. ...

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Hacía tiempo que los índices macroeconómicos no eran tan positivos, hasta el punto de que confiamos en entrar en el euro en la primera vuelta. Los obstáculos que aún pudieran dar al traste con tantos esfuerzos, más que de una posible indisposición española, provienen de las dificultades por las que pasan otros países. En lo laboral, se ha llegado a un acuerdo entre la patronal y los sindicatos del que cabe muy bien felicitarse, sobre todo si tomamos en cuenta la debilidad de estos últimos y los tiempos que corren: el mayor logro, que se haya respetado la independencia de los agentes sociales. En la lucha antiterrorista, además de que la suerte haya acompañado en la detención de algunos etarras inmediatamente o al poco tiempo de cometer el atentado, algo que no ocurría desde hace muchos años, se ha mantenido un talante abierto y razonable, despejando las dudas sobre malos tratos, como corresponde a los representantes de un Estado de derecho, sin por ello ceder allí donde no se debe: mientras continúe el secuestro, harto doloroso, de un funcionario de prisiones, de ningún modo cabe plantear el reagrupamiento de los presos en el País Vasco.En un año, el Gobierno de Aznar ha conseguido éxitos relevantes en tres ámbitos fundamentales: política económica, laboral y antiterrorista. En lo autonómico, ha impulsado grados de autogobierno en el País Vasco y en Cataluña que rompen los moldes -centralismo y nacionalismo españolista- en que teníamos encerrada a la derecha, hasta el punto de que la preocupación pertinente más bien se inclina a preguntarse por el futuro de este país, nación, simple Estado o lo que sea que llamamos España. Se dirá que a la fuerza ahorcan, pero en política, más que los motivos, importan los resultados. Y en un año el proceso autonómico ha avanzado en el País Vasco y Cataluña más que en los 15 anteriores. Y que cada cual lo juzgue desde su particular punto de vista. En fin, en un cortísimo plazo, parece que España funciona en lo económico y, pese a la política restrictiva, disfruta de una baja conflictividad social, así como ha dado un vuelco, hasta hace poco impensable, en las relaciones con las naciones -este carácter ya no se discute- periféricas.

Pues bien, pese a tamaños logros, la imagen del Gobierno de Aznar no puede ser peor, y ello se refleja en la intención de voto: las encuestas siguen dando un empate técnico. El PP pensó que bastaba que la población de más edad comprobase que seguía cobrando las pensiones para que, con el conservadurismo que se le imputa, canalizase el voto hacia el nuevo partido gobernante. Se mantienen las peonadas y subsidios en Andalucía, pero, aunque ahora sea otro el Gobierno que los paga, sigue en las mismas manos el que llamaron "voto cautivo". Día tras día, la televisión pública ensalza los éxitos del Gobierno y la prosperidad de que gozaríamos los españoles, pero los socialistas, pese a "lo mucho que ha llovido", se mantienen como una alternativa creíble, amagando con recuperar el poder al menor cambio en la dirección del viento. Y ya se sabe que las alegrías en la casa del pobre duran poco, y la economía española, en cuanto cambie la coyuntura internacional, aún puede darnos más de un susto. Comprendo el nerviosismo del Gobierno, aunque no tenga la menor comprensión con que en el afán de corregir esta tendencia, de la que en buena parte es el único culpable, acumule error tras error.

Lo más suave que se puede decir es que la política de imagen del Gobierno ha fracasado rotundamente. El secretario de Estado para la Comunicación, desde el aspecto físico a sus peculiares dotes oratorias y demás méritos que no alcanzo a descubrir, mal puede representar a un Gobierno que quiere que se le tome en serio: si a ello se añade que hasta ahora sólo ha conseguido que la oposición aproveche sus muchas torpezas para poner en el primer plano de la preocupación del país el machismo, el autoritarismo o el carácter amenazante del Gobierno, no dejando así espacio alguno para que se discutan otros asuntos de mayor calado, como la economía o la política laboral y de empleo, sobre los que la oposición socialista -la de IU se ha intalado en "la otra orilla", y desde la lejanía no se la oye, o no se acierta a distinguir lo que dice- nada tiene que comentar, como no sea atribuirse, no sin su dosis de razón, parte del éxito. El que el presidente mantenga en cargo tan crucial al señor Rodríguez, pese a los estropicios que ha ocasionado, de los que la oposición ha sabido aprovecharse con maña y astucia consumadas, sólo se entiende desde el falso principio de autoridad -si no queréis taza, taza y media, y a mí nadie me dicta a quién pongo o saco del Gobierno-, actitud que, como tantas otras que luce, reproducen, por cierto fielmente, aquellas de las que hizo gala el presidente anterior.

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Aquí está, me parece, el quid de la cuestión. Este Gobierno no sólo ha continuado la política económica, social, europeísta del anterior -lo que en principio, aunque sea muy aleccionador, no tiene por qué ser negativo-, sino que también, y de ello sí hay que lamentarse, ha imitado de manera casi obsesiva actitudes y comportamientos que antes el PP había denunciado y que se pensaba que trataría de extirpar. Movidos por el mismo afán de consolidarse para largo en el poder y comprensiblemente nerviosos por los datos que arrojan las encuestas, en las dificultades de la tarea diaria recurren a los mismos trucos y componendas que reprocharon a los socialistas, echando también, si se tercia, por la calle de en medio. Cuando la oposición o los ciudadanos critican estas conductas, no tienen otra salida que señalar los casos en que el anterior Gobierno aún se comportó peor. El debate político, como las reyertas de los chiquillos callejeros, ha terminado por constreñirse a lanzarse mutuamente a la cara "y tu más".

Esta obsesión imitativa ha llevado a adoptar, como si fueran inherentes a la política, muchas de las corruptelas y formas arbitrarias de gobernar que se denunciaron en el pasado. De ahí proviene un segundo efecto, no menos perturbador, que ha consistido en trastrocar los papeles, de modo que de hecho el Gobierno se convierte en la oposición de la oposición. Al arreciar las críticas se acude, bien a deslegitimar a la oposición -"lo vas a decir tú, que has hecho esto o aquello"-, lo que en una democracia resulta intolerable, bien a denunciar a toro pasado la labor del anterior Gobierno. El absurdo de esta actitud ha culminado en lograr suprimir una comisión parlamentaria que Investigase la política del Gobierno respecto a los medios -igual que ha-

Ignacio Sotelo es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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