Reportaje:PLAZA MENOR

La pérdida del Yucatán

Hay una guerra cruel y subterránea que libra una de sus más encarnizadas batallas detrás de las alegres bambalinas de la bulliciosa glorieta de Bilbao; es una guerra sorda que enfrenta a los establecimientos tradicionales, cuyo bastión incólume es el café Comercial, con las franquicias y las cadenas alimenticias de engorde rápido, con los salones de máquinas tragaperras y las sucursales bancarias que se disfrazan engañosamente con colores de hamburguesería para atrapar a la clientela juvenil de paso por la zona.La glorieta de Bilbao, antes Puerta de Bilbao, o de Los Pozos de la Nieve, nació en...

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Hay una guerra cruel y subterránea que libra una de sus más encarnizadas batallas detrás de las alegres bambalinas de la bulliciosa glorieta de Bilbao; es una guerra sorda que enfrenta a los establecimientos tradicionales, cuyo bastión incólume es el café Comercial, con las franquicias y las cadenas alimenticias de engorde rápido, con los salones de máquinas tragaperras y las sucursales bancarias que se disfrazan engañosamente con colores de hamburguesería para atrapar a la clientela juvenil de paso por la zona.La glorieta de Bilbao, antes Puerta de Bilbao, o de Los Pozos de la Nieve, nació en la frontera norte del recinto amuralla do de Madrid, aunque tuvo que conformarse con una simple valla, un tapial inútil desde el punto de vista defensivo. En la glorieta de Bilbao se almacenaban las nieves del invierno que enfriarían luego la horchata, el agua de cebada y la limo nada del verano. La cercanía de los depósitos del helado líquido' hizo que proliferaran allí desde el siglo XVI aguaduchos y ven torrillos, quioscos y chiringuitos que con el tiempo genera rían a su alrededor una zona de atracciones de feria, carpas y barracas que alumbrarían más tarde las primeras imágenes del recién - nacido cinematógrafo que encandilaría para siempre a los madrileños. Entre la glorieta de Bilbao y la de Quevedo, en el arranque del barrio de Chamberí, que nacía pujante sobre tejares y cementerios, fue ron aclimatándose y creciendo las barracas hasta convertirse en salas de cine que a su vez realimentaron con su clientela a los primitivos quioscos que se transformaron en tabernas y cafés, luego bares y cafeterías. El cronista Pedro de Répide fue el primero en reseñar cómo las terrazas de los cafés y las cervecerías de la glorieta "dan en verano a las aceras un aspecto de terraza de playa". A la acera más ancha, privilegiada por el sol y plantada de sombrillas con mensajes publicitarios, la llamaban algunos de sus parroquianos "la costa del Yucatán", como homenaje a una cafetería moderna de los años cincuenta que acaba de cerrar sus puertas. El cierre del Yucatán es una sensible pérdida para los vecinos y habituales, una pérdida difícil de reparar porque las cafeterías multiusos están en franco retroceso. La variada y reparadora oferta del Yucatán abarcaba generosamente desde el desayuno tempranero al tentempié de madrugada, pasando por tapas y aperitivos, menús y platos combinados, al mediodía y a la noche, meriendas con tortitas con nata y sandwiches, zumos, batidos o raciones. Desde su desaparición, los clientes habituales vagan como almas en pena desayunando aquí y tomando el aperitivo acullá. De momento, la cervecería de al lado ha ocupado provisionalmente el territorio del establecimiento cerrado sobre cuya fachada se anuncia la próxima apertura de un café, italianizante y perteneciente a una gran cadena.

La fama del Yucatán era puramente local y práctica; la del Comercial, situado en la costa de enfrente, es casi universal, o por lo menos cosmopolita. Cada vez que en esta sorda y sórdida guerra de intereses se menciona el nombre del café Comercial como posible víctima, una corriente de inquietud se extiende entre clientes, ex clientes y viajeros de paso que más de una vez se quedaron atrapados dentro de su oscura y acogedora pecera. El Comercial es un símbolo y también un fantasma por el que no pasan los años ni las modas, una burbuja aislada fuera del tiempo y del espacio, donde los mismos personajes se encarnan una y otra vez para mantener un misterioso equilibrio entre las moléculas. Intelectuales con barba que leen gruesos libros y echan miradas de reojo a los muslos adolescen, viejas y voraces damas dándole al churro y al cruasán, estudiantes conspirando o preparando exámenes, parejas estratégicamente situadas en los rincones y sombras desvaídas en el purgatorio de las mesas exiliadas del salón que se alojan en el estrecho pasillo que conduce a los lavabos iluminados con infernales fluorescentes violetas. En el Comercial hay clientes solitarios que hablan en voz alta con interlocutores imaginarios y de vez en cuando hacen una pausa para escuchar atentamente sus respuestas. Aunque hay otra, para entrar como es debido en el Comercial hay que hacerlo por la puerta giratoria, que es la ruleta que nos lanzará al territorio del azar y la sorpresa, del reencuentro y del desencuentro. El Comercial es el sitio donde siempre nos tropezamos con una novia que nos olvidamos, o nos olvidó, allí mismo años atrás.

Muy cerca, a la vuelta de la esquina, en la calle de Sagasta, una escueta y ejemplar taberna se preserva gracias quizás a la aureola que expande el viejo y resistente Comercial. Menos suerte tuvo el Kühper, un legítimo y recoleto café austrohúngaro y modernista que regentó hasta el final una pulcra señora de San Sebastián. El Kühper estaba en la embocadura de la calle de Luchana, donde hoy se levanta un nuevo y anodino edificio de pisos. Antes, en la misma glorieta, un salón de juegos electrónicos había usurpado los locales de otro bar histórico, La Campana, último refugio de noctámbulos y primer refrigerio de madrugadores.

En sus mejores tiempos, la costa del Yucatán y sus afluentes eran- famosos por sus calamares que iban en - bocadillo, sus gambas con gabardina y sus boquerones. La glorieta de Bilbao y sus entornos, que olían a freiduría, han sido desodorizados y colonizados por comidas rápidas y clónicas, híbridos de pizza y de bocata, hamburguesas transgénicas y otros alimentos virtuales. Pero no todo es artificio y mentira en la glorieta. La acera ancha, entre Luchana y Fuencarral, se puebla en los fines de semana de pandillas adolescentes que el metro bombea sin prisas ni pausas, jóvenes que encaminan sus pasos a los cines de Fuencarral o a los antros de Malasaña. En esa acera sigue siendo fácil tropezarse entre los repartidores de publicidad con jóvenes propagandistas de nobles y perdidas causas vendiendo publicaciones izquierdistas, sumando firmas ecologistas o llamando a la solidaridad con los parias de la Tierra.

La glorieta de Bilbao sigue siendo uno de los más activos mentideros de la Villa, un aliviadero de las tensiones urbanas como lo fue desde un principio.

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