Tribuna:

África: oferta y demanda

No creo que haga falta insistir en los datos de la tragedia humanitaria que viven (y mueren) los refugiados ruandeses y los desplazados zaireños en la zona fronteriza entre sus respectivos países. Ni en el hecho de que, a pesar de su extraordinaria magnitud, las imágenes que la ilustran tienen algo "ya visto". Tampoco parece necesario resaltar los riesgos, pagados con algunas vidas, que llevaron a una evacuación del personal humanitario del escenario de la tragedia. Y es que ni es la primera, ni me temo, si seguimos actuando con el mismo modelo de intervención (y de no intervención), será la ú...

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No creo que haga falta insistir en los datos de la tragedia humanitaria que viven (y mueren) los refugiados ruandeses y los desplazados zaireños en la zona fronteriza entre sus respectivos países. Ni en el hecho de que, a pesar de su extraordinaria magnitud, las imágenes que la ilustran tienen algo "ya visto". Tampoco parece necesario resaltar los riesgos, pagados con algunas vidas, que llevaron a una evacuación del personal humanitario del escenario de la tragedia. Y es que ni es la primera, ni me temo, si seguimos actuando con el mismo modelo de intervención (y de no intervención), será la última.Hay que ir más allá de la definición de una estrategia de urgencia para enfrentar el reto de reducir el número de víctimas de este segundo acto de una crisis anunciada, denunciada, previsible y no evitada. Creo que es el momento de dar el paso que nos lleve desde la emoción y el sentimiento de indignación al análisis más profundo de las causas que permitan una prevención activa de conflictos, evitando que tragedias como ésta se repitan, convirtiéndose en una especie de serial interminable de desgracias, haciéndose (como ya pareciera ser el caso) una especie de rutina, donde sólo la creciente magnitud de los desastres se convierte en novedad siniestra respecto al anterior capítulo.

África se nos está muriendo ante los ojos perplejos de los que la aman y los ojos ciegos de los que la condenan. África camina a la deriva entre la indiferencia de muchos y la activa contribución de los mercaderes de la muerte. África "sobra" en el reparto de funciones de esa economía globalizada, que mundializa los beneficios y que no conoce fronteras ni límites para especuladores y traficantes, para arrogantes teóricos del triunfo del mercado y de la competencia. Pero que sí los establece cuando de derechos humanos, de valores y de principios se trata. África, expoliada y dejada en manos de dirigentes corrompidos por el sistema corruptor que les vendimos, se hunde mientras se debate en busca de un futuro que le niegan los adoradores del mercado. Quieren éstos un África de Mobutus, de dictadores y de tiranos, o de democracias huecas y vulnerables, incapaces de cuestionar su lugar en el reparto. De depredadores de sus riquezas y destructores de su equilibrio ecológico. Y somos muchos los que queremos y creemos en un África de Mandelas, de dignidad e independencia. De derechos humanos y de libertad.

Mientras, en Europa avanzamos en la convergencia, en el control del déficit y de la inflación, hacia la moneda y el mercado únicos, como si ésos fueran los únicos objetivos de un continente que sobrevivirá sólo si sobreviven los valores que deben fundamentarla y que se olvidan o sacrifican tantas veces. Se vende a los ciudadanos, cada vez más escépticos, más alejados de sus instituciones, una Europa de sálvese quien pueda, cuando ante cada horror, ante cada masacre, la ciudadanía europea, y la española en particular, da muestras de estar por delante de sus dirigentes en sensibilidad y sentido de la responsabilidad ante las víctimas de nuestros egoísmos y cobardías.

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Está bien. Europa de mercado. Hagamos que coticen como valores los seres humanos, avancemos en una convergencia solidaria que nos haga gritar ¡basta ya! de Sevilla a Estocolmo. Corrijamos el déficit democrático de que no cuenten con nosotros (ni con los ciudadanos, ni con el Parlamento elegido por los europeos y al que se niega la autoridad y capacidad de decisión necesarias), el déficit de espacio para nuestras inquietudes, el déficit de solidaridad y de presupuestos para la cooperación, el déficit de capacidad de respuesta ciudadana, articulada y enérgica para decirles que no. Que no somos despreciables seres egoístas o insensibles, objetos emisores de votos inevitables, como pretenden algunos.

Sí. Luchemos contra la inflación. Inflación de funcionarios de la política, insensibles y burócratas, desmotivadores y alejados de la realidad, inflación de reuniones y palabras, frente al déficit de acciones coherentes. Inflación de corruptos y sinvergüenzas, producto de la deificación del mercado y del dinero fácil. Inflación de falsos incentivos hacia una felicidad imposible si se nos aparta de los valores que nos hacen ser humanos, sensibles, solidarios.

La crisis que hoy viven millones de ciudadanos en Zaire, en Ruanda y en Burundi se resolverá sólo en parte, pero únicamente con la decisión y firmeza de que carecen las instituciones que deberían enfrentarla. Y con instrumentos políticos. No con agua mineral. Pero hace falta que no se repita. Hace falta prevenir la próxima. Y la lista de alertas es larga. Sólo un cambio de política global respecto a África puede evitarnos el ir de desastre en desastre y de lágrimas a más lágrimas. Y no sólo es cuestión de más dinero. Sino de una verdadera política de derechos humanos, de democratización, de desarrollo humano y sostenible, de control de venta de armas y prohibición de minas, de una ONU más autónoma y más representativa, mejor dotada de recursos, etcétera. Africano tiene tiempo que perder ni para recuperar todo lo que no se hizo. Debe incorporarse, a través de la libertad y de la educación, al siglo XXI, sin pasar por el que ya perdieron.

Y hacia ese siglo vamos caminando también nosotros, confundidos y a veces desmoralizados por la fuerza de este castillo de naipes, aunque de aparente solidez, construido por los aduladores del Dios de los Mercados. Especulemos contra ellos. Dejemos de comprar sus bonos y valores y compremos, todos a una, el valor no cotizable de la dignidad humana. Harán crac, un estruendoso crac mayor y más profundo que los de la Bolsa de Nueva York.

Es un problema de oferta y de demanda. Y los que demandan son millones de seres humanos que quieren vivir. Adecuemos la oferta.

Sí. Hay que abrir corredores humanitarios, corredores solidarios. Pero que lleguen hasta nuestras conciencias y que lleven a África hacia el futuro.

José María Mendiluce es vicepresidente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo.

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