Tribuna:

La importancia de ser lector

Gabriel García Márquez, gran conocedor del mundo de la información además de gran escritor, ha escrito un bello y clarividente texto sobre el oficio y el trabajo de periodista, publicado el 20 de octubre en este diario, que está destinado a ser ampliamente comentado en las escuelas y facultades de periodismo. Lo citó mi predecesor en estas tareas, Juan Arias, en su columna de despedida del domingo 27 de octubre y no me resisto a citarlo en la primera de las mías, tan rico es en sugerencias y enseñanzas para los periodistas. García Márquez apunta a una cuestión clave del periodismo actual: el ...

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Gabriel García Márquez, gran conocedor del mundo de la información además de gran escritor, ha escrito un bello y clarividente texto sobre el oficio y el trabajo de periodista, publicado el 20 de octubre en este diario, que está destinado a ser ampliamente comentado en las escuelas y facultades de periodismo. Lo citó mi predecesor en estas tareas, Juan Arias, en su columna de despedida del domingo 27 de octubre y no me resisto a citarlo en la primera de las mías, tan rico es en sugerencias y enseñanzas para los periodistas. García Márquez apunta a una cuestión clave del periodismo actual: el riesgo de que los periodistas, por efecto de las enormes posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación, tiendan a convertir en guetos las redacciones y se desconecten del sentir y de las preocupaciones reales de los lectores. No resta crudeza a su diagnóstico que el premio Nobel de Literatura lo envuelva en esa bella y al tiempo escalofriante imagen de salas de redacción transformadas "en laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores". La realidad virtual, potenciada por el enorme caudal. de información que fluye por los ordenadores, acabaría por sustituir la realidad de verdad en la percepción del periodista.En la medida en que eso sucediera, los medios informativos, los periodistas, perderían legitimación como actores destacados en el proceso de comunicación libre que caracteriza a una sociedad democrática. Salir a la calle, ir al lugar de la noticia, hablar con protagonistas y testigos, acercarse a las fuentes..., es decir, pegarse a la realidad y a los problemas vitales de los ciudadanos, es lo que otorga marchamo de autenticidad al periodismo y, hace que éste contribuya a la formación de una opinión pública libre. Función que lo legitima socialmente, de acuerdo con la reiterada jurisprudencia del Tribunal Constitucional. De esa función no se deriva, como es lógico, ningún privilegio para el periodista, y "mucho menos el de transformar en su favor lo que para el común de los ciudadanos es derecho de libertad", como expresamente señala el Tribunal Constitucional.

Cuando un medio informativo comienza a alejarse del sentir de sus lectores -actuales o potenciales-, su muerte está asegurada a mayor o menor plazo. En España tenemos ejemplos de periódicos y publicaciones de prestigio que han ido languideciendo hasta desaparecer por su incapacidad de evolucionar al ritmo de sus lectores en los años de los grandes cambios políticos y sociales de la transición. Y en el periodismo español de nuestros días están a la vista modos, corporativistas o narcisistas de ejercerlo que se traducen en un atosigamiento a los lectores con historias que poco o nada tienen que ver con sus preocupaciones y mucho con los intereses particulares de quienes las escriben. Es un timo al lector por el que éste no dejará de pasar factura a su debido tiempo.

La pregunta "¿qué interesa al lector?" es la regla de oro del oficio de periodista. Y responder a ella, la razón de ser de la empresa periodística. Una respuesta correcta a esa pregunta sólo puede darse desde la consideración del lector como parte integrante del proyecto periodístico. O, dicho de otro modo, desde la consideración del lector como algo más que comprador o consumidor de periódicos. No debe ser tratado, pues, como mero objeto mercantilista. La relación del medio periodístico con sus lectores debe trascender los fríos esquemas que revelan conceptos tales como "tirada" o "audiencia".

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Desde su fundación, EL PAÍS -empresa, dirección y cuerpo redaccional- ha tenido claro que son los lectores los propietarios últimos de la información, y los periodistas tan sólo los mediadores entre aquéllos y ésta. En el prólogo a la undécima edición del Libro de estilo, el director de EL PAÍS, Jesús Ceberio, renueva este contrato fundacional del periódico con sus lectores al afirmar que "el compromiso de información de un periódico se sustenta en el respeto a sus lectores". Y al cumplimiento de ese objetivo van dirigidos todos los textos básicos que regulan la actividad informativa de EL PAÍS, desde el Estatuto de la Redacción al Libro de estilo, pasando por el Estatuto del Ombudsman o Defensor del Lector.

Compromiso

Pero, obviamente, no basta con que ese compromiso exista en los textos para que se realice en la práctica. Entra dentro de los derechos del lector estar sobre aviso y alertar siempre que observe el más mínimo desfallecimiento o actitud perezosa en su cumplimiento. Aun así, se desesperará en ocasiones al constatar cómo los errores y las deficiencias que señala tardan tiempo en enmendarse o vuelven a aparecer con una cadencia injustificada. Además del derecho constitucional que le asiste a "recibir una información veraz", el lector de EL PAÍS tiene el de obtener, a cambio del precio que paga, un producto informativo de "alta calidad, que le ayude a entender la realidad y a formarse su propio criterio", como reza el Estatuto de la Redacción.

El Defensor del Lector es una de las vías por las que EL PAÍS se comunica con sus lectores y éstos con aquél. Su tarea es atender las dudas, quejas y sugerencias de los lectores sobre los contenidos del periódico, así como vigilar de oficio que el tratamiento de las informaciones, sea acorde con las reglas éticas y profesionales del periodismo. El Defensor del Lector no es juez de nadie, aunque deba pronunciarse explícitamente sobre los casos concretos que se le plantean. En esa tarea se han afanado con acierto cuantos han desempeñado estas funciones en EL PAÍS, desde el primero, el siempre recordado Ismael López Muñoz, hasta el más inmediato, Juan Arias. Por mi parte, espero no desmerecer de su demostrada capacidad y buen quehacer profesional en el servicio a ustedes, los lectores.

Presuntísimos

Una de las primeras cartas que el nuevo Defensor del Lector se ha encontrado sobre su mesa es la de 23 compañeros del profesor detenido a raíz de las investigaciones policiales sobre la muerte del asesor financiero Francisco J. Sánchez Bocanegra en Marbella (Málaga). Se quejan de que en la información publicada el 10 de octubre referente a ese hecho se detalle la profesión del detenido, y se preguntan si es costumbre de EL PAÍS dar información completa sobre "presuntísimos" implicados cuando no hay nada definitivo. El Libro de estilo no contempla el tema de las personas detenidas y puestas a disposición judicial. Pero es evidente que su tratamiento informativo debe poner especial cuidado en respetar el derecho a la presunción de inocencia de esas personas y evitar formulaciones o conceptos equívocos que la pongan en duda. Jesús Duva, autor de la información, estima que en este caso la profesión era un dato importante para dar al lector alguna pista sobre los indicios meramente circunstanciales que relacionaban a este detenido con los otros dos acusados por la policía de ser los autores de la muerte. De otro lado, afirma Duva: "Está claro que la difusión de la identidad del detenido crea una sombra de duda sobre su conducta". Pero EL PAÍS refleja que se trata de una simple "acusación" policial que habrá de probarse. Además, en contra de lo publicado por otros periódicos, EL PAÍS deja claro que esa persona no está vinculada con el asesinato de Francisco J. Sánchez Bocanegra en Marbella (Málaga), "sino que sólo tiene supuestas relaciones tangenciales con los presuntos homicidas búlgaros". La alarma social creada por ese suceso comprometía a los medios informativos a informar sobre las pesquisas policiales. Pero estando de por medio derechos fundamentales de la persona, y sucediendo a veces que la policía se equivoca o no es capaz de convertir sus iniciales indicios. en pruebas ante un tribunal, lo obligado para un medio informativo serio es no desentenderse del seguimiento de la información. Para que la acusación publicada no permanezca si la justicia establece un veredicto de inocencia.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector o telefonearle al número (91) 337 78 36

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