Tribuna:

El franquismo

A más de veinte años del fin del franquismo, su recuerdo sigue vivísimo entre nosotros. Aparenternente casi nadie añora ya a Franco y su mundo. Pero no hay duda de que la nostalgia se presenta muchas veces por la puerta trasera. A veces ni siquiera es nostalgia, sino pura regurgitacíón. Ésta, por ejemplo: cualquier desazón ante el funcionamiento de la democracia la solucionan los españoles identificando la causa del mal con la pervivencia de actitudes franquistas.Da igual de qué actitudes presuntamente franquistas se trate. Puede ser la recurrencia al secreto de Estado -lo que el franquismo ll...

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A más de veinte años del fin del franquismo, su recuerdo sigue vivísimo entre nosotros. Aparenternente casi nadie añora ya a Franco y su mundo. Pero no hay duda de que la nostalgia se presenta muchas veces por la puerta trasera. A veces ni siquiera es nostalgia, sino pura regurgitacíón. Ésta, por ejemplo: cualquier desazón ante el funcionamiento de la democracia la solucionan los españoles identificando la causa del mal con la pervivencia de actitudes franquistas.Da igual de qué actitudes presuntamente franquistas se trate. Puede ser la recurrencia al secreto de Estado -lo que el franquismo llamaba "materia reservada", Guinea por ejemplo-, una determinada actuación policial o incluso la opinión de los obispos sobre un determinado enlace matrimonial. No es lo mismo'ser hoy parlamentario, policía u obispo que serlo en el franquismo. Sin duda, hay oficios que en las dictaduras adquieren un brillo especial (el de periodista es también uno de ellos).

Un parlamentario nace en una urna. En el extremo superior de la porra que pega hay un tipo legítimo que da las órdenes. En la mitra de un obispo hay un concordato. La apreciación no es formal. Al menos no lo es para los que consideramos que la democracia no es un formalismo. En el escaño ' en la porra y en la mitra hay un orden voluntariamente elegido. Aún más: adjudicar el mote de franquista a todo lo qué nos repugna es mantener viva una ficción peligrosa: que la democracia es el cuento del lechero. La democracia es, sobre todo, el lugar del conflicto. Incluso el de la brutalidad del conflicto. La democracia hace pupa. Llamar franquista a esa inexorable evidencia es seguir viviendo en la plena adolescencia moral. En un limbo donde el mal nunca nos emplaza ni nos atañe.

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