"No quedó más remedio que acabar con ellos"

Grozni olía ayer a muerte y a ninguna otra cosa, pese a los esfuerzos de una mujer aislada que se empeñaba en limpiar los cristales de su balcón en un mundo lleno de ruinas. Esparcidos por las calles de la ciudad estaban aún los cadáveres de muchos soldados rusos que perecieron en los combates por reconquistar este lugar maldito que, según dicen, fue una bella ciudad en el pasado.Brigadas funerarias rusas recorren la ciudad y desentierran los cadáveres de los suyos allí donde les indican los chechenos, los mismos chechenos que rechazaron a los soldados hace unos días y que les enterraron despu...

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Grozni olía ayer a muerte y a ninguna otra cosa, pese a los esfuerzos de una mujer aislada que se empeñaba en limpiar los cristales de su balcón en un mundo lleno de ruinas. Esparcidos por las calles de la ciudad estaban aún los cadáveres de muchos soldados rusos que perecieron en los combates por reconquistar este lugar maldito que, según dicen, fue una bella ciudad en el pasado.Brigadas funerarias rusas recorren la ciudad y desentierran los cadáveres de los suyos allí donde les indican los chechenos, los mismos chechenos que rechazaron a los soldados hace unos días y que les enterraron después. En un paseo por el centro de Grozni se pudo ver por lo menos una quincena de cadáveres más una fosa de la que eran desenterrados otros 20, así como también una treintena de carros de combate chamuscados.

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A los rusos se les notaban los labios resecos cuando se veían obligados a responder a los periodistas entre sus muertos.

Los equipos de enterramiento de las tropas federales trabajaban con parsimonia. En una esquina de la calle Bogdano Jmelnitski humeaban aún los restos carbonizados de los seis tripulantes de un carro que se acercó a estos lugares el 7 de agosto. Los guerrilleros que les rechazaron entonces se encuentran todavía en el mismo sitio. Son gente curtida que han estado tanto con Shamil Basáiev en Budiónnovsk en 1995 como con Salmán Radúiev en Kizliar y Pervomáiskoie en enero.

Quema de cadáveres

Los guerrilleros vigilan con sus Kaláshnikov al hombro y juguetean con la cuerda que controla una mina situada en medio de la calle. Uno de ellos cuenta así lo que pasó el pasado día 7: "Vinieron los tanques. Les disparamos. Les herimos. Se arrastraron hasta la esquina. No se entregaban vivos. Eran mercenarios, no cabe duda. En vez de rendirse, heridos y todo, nos propusieron que nos entregáramos nosotros. No quedó más remedio, que acabar con ellos. Luego, cuando se firmó el acuerdo, les dijimos a los grupos de enterramiento rusos que recogieran los cuerpos, pero nos dijeron que no tenían sitio, que iban llenos, así que hemos tenido que quemarlos. También matamos al perro, para que no anduviera por ahí después de haber comido cadáveres. Los quemamos porque, de lo contrario, el olor nos hubiera obligado a cambiar de posición, y nosotros queríamos permanecer aquíLos muertos, dicen los guerrilleros, no llevaban ninguna identificación (de ahí concluyen que se trataba de mercenarios), así que si realmente se portaron de forma valiente y merecieran una medalla de heroísmo de Rusia no habría forma de dársela porque no hay forma tampoco de determinar quiénes eran. A no ser que el número de los fusiles que llevaban sirviera para algo. Un fusil está ahora en poder de uno de los guerrilleros. Nos apuntamos el número y se lo entregamos a uno de los burócratas del Ministerio de Interior, que cuidadosamente lo anotó en su cuaderno.

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