El cabestro que embestía como un toro

Un cabestro constituía la principal atracción de los encierros de San Sebastián de los Reyes en la década de los cincuenta. Su dueño, Laureano Navacerrada, vecino de la localidad, que falleció en 1994, le había puesto de nombre Curro y, excepto en la fiestas, lo utilizaba para arar. "Era el buey más manso que yo haya visto en mi vida, que no habré arado yo veces con él", dice Casimiro Navacerrada, hijo de Laureano. "Era muy alto, muy grande y tenía una fuerza descomunal. No se cansaba nunca. Un fenómeno".Pero Curro no era un cabestro como los demás, no sólo araba. Laureano Navacerrada l...

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Un cabestro constituía la principal atracción de los encierros de San Sebastián de los Reyes en la década de los cincuenta. Su dueño, Laureano Navacerrada, vecino de la localidad, que falleció en 1994, le había puesto de nombre Curro y, excepto en la fiestas, lo utilizaba para arar. "Era el buey más manso que yo haya visto en mi vida, que no habré arado yo veces con él", dice Casimiro Navacerrada, hijo de Laureano. "Era muy alto, muy grande y tenía una fuerza descomunal. No se cansaba nunca. Un fenómeno".Pero Curro no era un cabestro como los demás, no sólo araba. Laureano Navacerrada lo soltaba en los encierros, con los toros y los otros cabestros. Entonces, Curro se transformaba y embestía como un toro de lidia. "Más que un toro de Miura, era increíble", dice Casimiro. "Yo creo que cuando llegaban las fiestas se volvía loco, si no, no se comprende. Verlo el resto del año tan manso y dócil, y luego en los encierros repartiendo más leña que los toros, y yo no lo entendía. Ni nadie, claro".

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Daba excelente juego. "Era un espectáculo, aquí no se ha visto cosa igual", prosigue. "Cogió a algunos, pero nada grave. Dio bastantes sustos y golpes, eso sí".

Curro y su dueño se superaron un año. La historia la cuentan varios vecinos de San Sebastián de los Reyes, y al referírsela a Casimiro Navacerrada se le ponen los ojos acuosos, pregunta: "¿Cómo sabe usted eso?", y la corrobora: "No recuerdo el año, era yo una chaval. Ya estaban los toros y los bueyes en la plaza, y A Pepe, el Panadero, no se le ocurrió otra cosa que pinchar a Curro con una vara o una pica que tenía. Lo pinchó desde el tendido, claro; en el ruedo no se hubiese atrevido. Lo vio mi padre y no le gustó nada. Se bajó y empezó a llamarlo: '¡Curro, Curro!'. Todo el mundo se quedó asustado, pensábamos que mi padre se había vuelto loco, yo también. 'Le va a matar, le va a matar', decía la gente. Curro, al oír a mi padre, se fue hacia él como un cordero. Mi padre lo cogió así, pasándose los cuernos por la espalda y con el morro pegado al culo, le abrieron la puerta de la plaza y se lo llevó a casa".

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