Tribuna:

.De visita a La Moncloa

Vino un día el presidente de la Generalitat de visita a La Moncloa y su anfitrión tuvo que hacer luego ímprobos esfuerzos para no dar la rueda de prensa en catalán. Pasó después por allí el presidente de la patronal y al poco se anunciaron medidas fiscales tan revolucionarias que los puestos de trabajo se multiplican ya como hongos. Acertó más tarde a echar un rato en eI palacete el vicepresidente de Estados Unidos y José María Aznar anunció que Cuba podía despedirse de las ayudas recibidas del Estado español.No hay presidente que pase por La Moncloa que no se lleve, además de su ración de son...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Vino un día el presidente de la Generalitat de visita a La Moncloa y su anfitrión tuvo que hacer luego ímprobos esfuerzos para no dar la rueda de prensa en catalán. Pasó después por allí el presidente de la patronal y al poco se anunciaron medidas fiscales tan revolucionarias que los puestos de trabajo se multiplican ya como hongos. Acertó más tarde a echar un rato en eI palacete el vicepresidente de Estados Unidos y José María Aznar anunció que Cuba podía despedirse de las ayudas recibidas del Estado español.No hay presidente que pase por La Moncloa que no se lleve, además de su ración de sonrisas, un buen pellizco, debió de pensar el de la Conferencia Episcopal Española y allá que se fue por ver si también a la Iglesia le caía algo. Como todo el mundo recuerda, la Iglesia católica de España, que se adaptó con agilidad al sistema democrático y respiró aliviada, cuando las autoridades educativas del primer gobierno socialista decidieron mantener con fondos públicos los centros privados de enseñanza, lleva clavadas dos espinas en el corazón. Una es el impreso del impuesto sobre la renta y otra la enseñanza de religión en las escuelas públicas.

De manera que, sin pérdida de tiempo, el prelado encaminó sus pasos a La Moncloa para sacarse alguna de las dos espinas. Respecto a la primera, debió de obtener alentadoras promesas porque ya andan propalando una triquiñuela para interpretar correctamente la voluntad de los contribuyentes. Los obispos tienen tan pobre opinión del pueblo de Dios que no lo creen capacitado para expresar positivamente el deseo de destinar parte de sus impuestos al pago del personal y las actividades de la Iglesia trazando la dichosa "x" con su propio bolígrafo. Una visita más a La Moncloa y el año próximo, para que ningún católico se olvide de cumplir sus obligaciones, los papeles del impuesto vendrán ya con la "x" impresa en la casilla de la Iglesia.La segunda espina tiene, como diría Cuevas, más calado; tanto, que llega hasta las inundaciones de los años treinta del siglo pasado, cuando la quema de conventos y la desamortización. La paciencia y la prudencia que en esta materia han derrochado los ministros de Educación de los gobiernos socialistas se la han puesto los nuevos responsables del ramo por montera y cuando por fip se había encontrado la solución menos mala de todas las malas soluciones que tiene este falso problema, pretenden volver al principio, como si talcosa: meter la religión en el currículum y obligar al resto de los escolares a cursar una discliplina alternativa.

Y eso no puede ser. Los obispos no acaban de enterarse de que en una sociedad laica y en un Estado no confesionaI el ámbito propio de la transmisión de la fe es la respectiva comunidad de creyentes, sea católica, protestante, judía o musulmana. La catequesis católica, que tal es el nombre auténtico de lo que la Conferencia EpiscopaI llama enseñanza de religión, deben impartirla los católicos en sus hogares, parroquias o escuelas y ya hacen bastante los colegios públicos con facilitar a la Iglesia su presencia en las aulas y en horas lectivas para catequizar a los chicos que lo deseen. Es lo más, y es mucho, que a una institución laica se le puede pedir. Lo que un colegio público haga con el resto de los alumnos durante la hora que cede sus aulas a los catequistas es asunto en el que la Iglesia no tiene nada que decir ni ver.

Un poco de prudencia y autoestima debía bastar para que el presidente y sus ministros y secretarios generales se limitaran a pronunciar palabras triviales inmediatamente despues de recibir en La Moncloa visitas de los presidentes de este mundo y del otro. Pues ese prurito de ser más papistas que el papa y mostrarse, más que complacientes, sumisos ante esos poderes, además de extender la duda acerca de quién manda aquí, entraña el grave riesgo de que las visitas, sintiéndose tan a gusto, se hagan las remolonas y acaben por echarles de su propia casa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En