Tribuna:

La revancha de la política

La difícil preparación de la unión monetaria ocupa la actualidad europea. Y, sin embargo, el continente vive otra transformación quizá más importante. Mientras no se habla más que de liberalización y globalización de los intercambios, parece que Europa se está despertando políticamente y que, en muchos países, el liberalismo está cediendo terreno ante una izquierda que combina la indispensable liberalización de la economía con la salvaguardia, o incluso la mejora, de la protección social. ¿Cómo no dejarse impresionar por la victoria de El Olivo en Italia, por esa combinación, realizada bajo la...

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La difícil preparación de la unión monetaria ocupa la actualidad europea. Y, sin embargo, el continente vive otra transformación quizá más importante. Mientras no se habla más que de liberalización y globalización de los intercambios, parece que Europa se está despertando políticamente y que, en muchos países, el liberalismo está cediendo terreno ante una izquierda que combina la indispensable liberalización de la economía con la salvaguardia, o incluso la mejora, de la protección social. ¿Cómo no dejarse impresionar por la victoria de El Olivo en Italia, por esa combinación, realizada bajo la tutela de Romano Prodi, entre el voto de izquierda del PDS y la voluntad de integración europea del propio Prodi y de los, ex ministros Dini y Ciampi? ¿Cómo no presumir que Gran Bretaña tomará dentro de poco una decisión análoga y que la economía social de mercado alemana no está tan alejada de lo que podría ser el programa de Tony Blair? A ello hay que añadir que en Suecia y en Austria, tras un periodo de retroceso repleto de dificultades, la socialdemocracia parece recuperarse. ¿Y resultaría paradójico aventurar que España sigue el mismo camino? Se pensaba, en efecto, que después de tantos años en el poder y de la serie de escándalos que han salido a la luz pública, el PSOE iba a sufrir una derrota clara, incluso desastrosa, similar a la del Partido Socialista en Francia. Pues bien, aunque el PP haya ganado, lo ha hecho con un margen mínimo, lo que parece demostrar que también los españoles dan prioridad a la lucha contra la inseguridad y a la defensa de los beneficios sociales. Finalmente, podemos cruzar la antigua frontera entre Este y Oeste y comprobar que la vuelta de los comunistas al poder, con otros nombres, en Polonia y en Hungría en particular, indica más un deseo de limitar y equilibrar la política liberal de los últimos años que una vuelta de los comunistas al poder, algo que, en cambio, parece que está pasando en varios países de Europa del Este.La única excepción de peso dentro de esta tendencia generalizada hacia el centro-izquierda, que también puede apreciarse en Portugal, es Francia. ¿Pero no es cierto que la excepción confirma la regla? Francia nunca ha sido socialdemócrata. En los años ochenta, después del fracaso del Gobierno de Mauroy, intentó serlo bajo la dirección del sindicalista Edmond Maire, del primer ministro Michel Rocard y de Jacques Delors; pero François Mitterrand siguió llevándola firmemente en dirección contraria, aquella que él había elegido en 1972 y que, mediante el Programa Común, le condujo al poder en 1981. En una serie de entrevistas concedidas a un analista político, publicadas póstumamente como testamento político, mantenía con toda firmeza que el Partido Socialista no podía buscar alianzas más que en la izquierda. En el terreno de las ideas, esta postura puede defenderse; desgraciadamente, no se ha correspondido con la práctica de los catorce años de presidencia de François Mitterrand; sólo con los primeros diez meses de esta prolongada etapa. Luego, es decir, a partir de abril de 1982, tuvo que abandonar la retórica de mayo de 1981 y adoptar, con la máxima urgencia, un programa de reajustes estructurales, como los impuestos por el FMI a tantos y tantos países. Desde 1983, Francia tuvo que subordinar su política a la más estricta ortodoxia financiera. Lo que más tarde se denominaría el pensamiento único triunfó porque había que restablecer la capacidad de inversión de las empresas. Y el partido socialista acabaría pagando con una derrota brutal en 1993 diez años de una política inevitable, pero opuesta al discurso oficial. Y cuando, no hace mucho, una parte de la izquierda fue a la huelga en contra de la política de Maastricht y en nombre de la defensa de las víctimas de la liberalización de la economía, nos encontramos con la misma discrepancia entre palabras y hechos, ya que los que se pusieron en huelga fueron sectores protegidos que defendían sus realtivas ventajas, mientras que nadie se preocupó por los parados, ni por los trabajadores amenazados, ni por la recuperación de una economía paralizada. Francia no ha querido saber nada del centro-izquierda; se ha dejado cautivar, una vez más, por el sueño de un Estado omnipotente, pero se trata de un sueño tan alejado de la realidad que siempre acaba convirtiéndose en una pesadilla, y el único resultado de las crisis sociales de este país ha sido un endurecimiento de las políticas ortodoxas. Si la izquierda francesa no se decide por una solución a la italiana, la derecha se mantendrá en el poder y conseguirá lo que Silvio Berlusconi no ha podido lograr en su país.

La razón de este movimiento, casi general, hacia el centro-izquierda, es decir, hacia una política próxima a lo que fue la inspiración central de Felipe González, es que después de sumergirse en las aguas del liberalismo para limpiarse de las fórmulas descompuestas y paralizantes del intervencionismo estatal, el conjunto de los países del mundo busca la forma de salirse de ellas porque se está acatarrando. Las desigualdades aumentan, la exclusión se extiende, y, con ella, la violencia, la inseguridad y todas las formas de descomposición social. Cambio de tendencia lógico y necesario puesto que la sociedad liberal, es decir, una economía controlada por ella misma, sobre todo por el mercado, en vez de por un poder político a través del cual actúen las fuerzas sociales y culturales, no existe, ni existirá nunca. Hemos destruido unas formas agotadas de control social de la economía; hay que construir cuanto antes otras nuevas si no queremos atravesar una etapa de capitalismo salvaje tan larga como la que convirtió la revolución industrial del siglo XIX europeo en un periodo de intenso sufrimiento para las clases populares.

Aunque: algunos siguen creyendo que entramos en una era liberal de larga duración, estamos saliendo ya de ella, de forma democrática en los países ricos y donde las libertades públicas son sólidas, o a través de regímenes autoritarios o totalitarios allí donde la liberación de la economía aparece como una invasión extranjera que destruye la sociedad y la cultura regional o nacional. Apresurémonos a hablar de globalización porque muy pronto este término habrá sido desplazado por otros. En los primeros años del siglo XX no se hablaba más que de imperialismo, es decir, de triunfo del capitalismo financiero internacionalizado, a los pocos años estallaban la revolución mexicana y la rusa, el triunfo del fascismo y del nazismo, y, anteriormente, el gran periodo de la industrialización Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior alemana y japonesa. En sólo unos años, la política se tomó la revancha con la economía. Todo parece indicar que el escenario volverá a repetirse a principios del siglo XXI. Los nuevos países industrializados, con China a la cabeza, y desde Marruecos hasta Perú o desde Indonesia hasta Singapur, movilizan su nacionalismo cultural para ponerlo al servicio de una política económica liberal, como cien años antes lo hicieran Alemania y Japón, y las democracias occidentales se vacían de cualquier contenido real cuando no existen movimientos en, pro de los derechos sociales o culturales que las revitalicen, como ya pasara hace ahora un siglo.

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En Europa, dicho movimiento tiene sobradas razones para implantarse, ya que puede permitir un encuentro entre la derecha y la izquierda moderadas y dar nueva vida al tema de la integración política de Europa, indispensable asimismo para otorgarle un poder de decisión comparable al de Estados Unidos y Japón, y para hacer que la construcción europea sea más democrática. Es la revancha del general De Gaulle frente a Jean Monet, de la concepción franco-alemana de Europa frente a la concepción británica. Por ello es importantísimo que Italia y España puedan unirse cuanto antes a una Europa monetaria que podría convertirse en una Europa política, y alejarse del modelo ultraliberal al que los conservadores británicos siguen apegados. Estamos asistiendo en todas partes a la revancha de la política.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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