Fuegos artificiales sobre la selva tropical

La fatídica explosión del primer cohete europeo Ariane 5

Las densas nubes tropicales de Guyana se llenaron de humo y lágrimas de fuego que cayeron hacia el suelo pantanoso de la base espacial de Kourou, la selva que la rodea, y el océano Atlántico. Instantes antes, el nuevo cohete europeo Ariane 5 subía perfectamente, impulsado por sus potentes motores, hasta que se torció, se rompió y estalló con un tremendo petardazo seco. Eran las 9.35 hora local del pasado martes. Más de cien toneladas de hidrógeno y oxígeno líquidos, el combustible del motor principal del cohete, se inflamaron en el aire, a 3.400 metros de altura; las 474 toneladas de combustib...

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Las densas nubes tropicales de Guyana se llenaron de humo y lágrimas de fuego que cayeron hacia el suelo pantanoso de la base espacial de Kourou, la selva que la rodea, y el océano Atlántico. Instantes antes, el nuevo cohete europeo Ariane 5 subía perfectamente, impulsado por sus potentes motores, hasta que se torció, se rompió y estalló con un tremendo petardazo seco. Eran las 9.35 hora local del pasado martes. Más de cien toneladas de hidrógeno y oxígeno líquidos, el combustible del motor principal del cohete, se inflamaron en el aire, a 3.400 metros de altura; las 474 toneladas de combustible sólido -una especie de goma 2- de los dos propulsores laterales cubrieron el cielo de fragmentos anaranjados, como una traca de cohetes artificiales. No hubo que lamentar víctimas ni daños a las instalaciones.Fue todo muy rápido. Un fallo electrónico, según se supo al día siguiente, amargó la expectación tras casi diez años de intenso trabajo de toda la industria espacial europea, incluida la española, con una inversión total del proyecto próxima al billón de pesetas. El primer prototipo del nuevo cohete de la Agencia Europea del Espacio (ESA) dejó helados a centenares de técnicos e invitados de todo el mundo que se habían desplazado a Kourou. La misión Cluster, los cuatro satélites científicos alojados en la punta del cohete, apodados las cuatro joyas, que la ESA había arriesgado con este primer lanzamiento, se habían perdido.

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Dos horas antes, parte de los invitados y un puñado de periodistas que nos dirigíamos en autocar a Tucan (el puesto de observación al aire libre más próximo a la plataforma de lanzamiento de Ariane 5), recibíamos instrucciones acerca de cómo colocarnos la máscara antiguas en caso de emergencia y las instrucciones de evacuación casi con la misma desgana con que los pasajeros de un avión oyen de la azafata las normas de seguridad.

Tantas pruebas, tanta preparación, habían dejado poco margen para esperar el fracaso; en todo caso cabía contar con algún fallo en momentos críticos del vuelo, por ejemplo, el instante en que, ya sobre el Atlántico, los propulsores se separarían del cohete principal; o la puesta en órbita de los satélites... pero no un estallido allí mismo, delante de nuestro ojos. Nunca hasta ahora había fallado el vuelo inaugural de los modelos precedentes de lanzadores Ariane, aunque no exentos de explosiones posteriores.

Puerto espacial europeo

Los cohetes han modificado radicalmente la vida de Kourou, un enclave francés en sudamérica. En una franja de terreno pantanoso casi rodeada por la selva y frente a la Isla del Diablo que fue un durísimo penal hasta hace medio siglo, se levantó la base espacial por la privilegiada situación geográfica -en el ecuador y con el Atlántico al Este- para lanzar cohetes. En la entrada un cartel en francés y en inglés indica: Puerto espacial europeo.Desde 1988 se han ido levantando allí los nuevos edificios de control, de ensamblaje, de integración y de fabricación de propulsores para Ariane 5. Mayor potencia de lanzamiento (hasta 6.800 kilos en órbita geoestacinaria), fiabilidad, sencillez y reducción de costes son los objetivos que se marcó la ESA para el nuevo cohete, hecho con mayoría de participación francesa.

A primera hora de la mañana del martes pasado, la cuenta atrás del nuevo cohete se detuvo durante una hora debido a las condiciones meteorológicas. Por fin el director de operaciones, Pierre Ribardiere, con su segundo, el español Julio Monreal, dió la orden desde la sala de control Jupiter 2 para reanudar la cuenta atrás.

A las 9.35 se vió el fogonazo y el cohete, de 51,4 metros de altura y 745 toneladas de peso, empezó a elevarse con una lengua de fuego brillante. A los 37 segundos se empezó a inclinar y se partió porque no está diseñado para volar tan atravesado; el sistema interno de autodestrucción se activó y el flamante lanzador europeo se convirtió en una traca de 18.000 millones de pesetas.

La evacuación del área Tucan fue inmediata por las carreteras de la base, donde los coches de bomberos estaban alerta, mientras el cielo lleno de humo seguía salpicado de trozos incandescentes. En la explosión se generó una nube con ácido clorhídrico y alúmina que se disipó sobre el mar, compuestos que afectaron ligeramente aja población de un pueblo cercano, sin suponer peligro.

Jean Marie Luton, director general de la ESA, recordó que el 501 era un vuelo experimental y anunció enseguida la puesta en marcha de una comisión para investigar lo sucedido; comisión que revisará todas las posibilidades, hasta la hipótesis de sabotaje. Los expertos, al averiguar al día siguiente que el accidente no se había producido porque el lanzador esté mal concebido sino por un problema electrónico que lo desvió de su trayectoria, recuperaron un cierto optimismo de cara al segundo Ariane 5, el 502, ya en proceso de montaje en las fábricas europeas para su lanzamiento el próximo otoño.

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