La clientela vuelve a la cafetería Manila, reabierta por orden judicial

Manuel Parada se ha rasurado la barba de una semana. Atiende con diligencia la barra de la cafetería Manila, reabierta por orden judicial. Este hombre de 54 años -20 en el establecimiento- fue uno de los diez trabajadores encerrados en el local de la plaza del Callao desde el 23 de mayo, cuando los herederos del dueño del negocio decidieron la clausura del establecimiento y comunicaron la extinción de una cuarentena de contratos. Ayer los empleados volvieron a sus puestos. La falta de fluido eléctrico obligaba a que el café fuera de puchero, y el hielo, prestado. La clientela asidua, en vez de...

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Manuel Parada se ha rasurado la barba de una semana. Atiende con diligencia la barra de la cafetería Manila, reabierta por orden judicial. Este hombre de 54 años -20 en el establecimiento- fue uno de los diez trabajadores encerrados en el local de la plaza del Callao desde el 23 de mayo, cuando los herederos del dueño del negocio decidieron la clausura del establecimiento y comunicaron la extinción de una cuarentena de contratos. Ayer los empleados volvieron a sus puestos. La falta de fluido eléctrico obligaba a que el café fuera de puchero, y el hielo, prestado. La clientela asidua, en vez de quejas, dio enhorabuenas.Como a sus compañeros, a Parada le adeudan el sueldo desde marzo. Pero ha vuelto a trabajar. Y eso anima, igual que la solidaridad demostrada por los bares cercanos y las palabras calurosas de los clientes, que volvían a poblar barra y terraza. A mediodía, la caja del establecimiento tenía un tercio de los ingresos normales. El encargado, Francisco de la Rosa, porfiaba sobre la rentabilidad de la cafetería: "El año pasado hicimos 285 millones de pesetas de caja".

Pese a. la reapertura -provisional hasta que los tribunales decidan sobre la gestión del establecimiento, demandada por un socio del dueño fallecido-, algunos no las tenían todas consigo. Como Tomás Cañámón, 23 años de antigüedad y muchas dudas por delante. "Hay una sensación de provisionalidad", decía preocupado. "Me deben 700.000 pesetas y es el pan de mis hijos". Gestionada ahora por el socio litigante, el futuro de Manila lo escribirán los jueces.

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