Tribuna:

El único 'hooligan'

El ruido no es sólo el mayor flagelo de esta urbe, sino que goza, sin que nadie sepa por qué, de total impunidad ¿Son sordas todas las autoridades competentes? A cualquier hora, diurna o nocturna puede alguien ponerse a perforar debajo de nuestra ventana, y de nuestras narices, la acera de la calle, esa acera horadada ayer por otros operarios y que esta misma mañana, con insólita eficacia, había remendado otro grupo muy serio de señores con mono. No se sabe a qué viene todo esto, quiénes son aquellos sujetos, de qué va la obra, quién les ha dado licencia, para matar.Pues bien, nosotros, los pa...

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El ruido no es sólo el mayor flagelo de esta urbe, sino que goza, sin que nadie sepa por qué, de total impunidad ¿Son sordas todas las autoridades competentes? A cualquier hora, diurna o nocturna puede alguien ponerse a perforar debajo de nuestra ventana, y de nuestras narices, la acera de la calle, esa acera horadada ayer por otros operarios y que esta misma mañana, con insólita eficacia, había remendado otro grupo muy serio de señores con mono. No se sabe a qué viene todo esto, quiénes son aquellos sujetos, de qué va la obra, quién les ha dado licencia, para matar.Pues bien, nosotros, los pacíficos ciudadanos, no comprendemos ni la obra en sí ni el estrépito ni la impunidad. Y conste que, cuando hablo de pacíficos- ciudadanos, me refiero a quienes no buscamos el ruido, sean cuales fueren nuestra edad, dignidad y gobierno; a quienes no acudimos en pos del decibelio a la Costa Polvoranca o cualquiera de las demás costas que, en Madrid y sus alrededores, proliferan.

De todos los males físicos y psíquicos que el ruido nos produce, yo creo que esta incomprensión -por qué se hacen así las cosas, por qué se permite realizarlas así, etcétera- es la que, más desazona a la ciudadanía. Bueno, no: lo que más me desazona a mí, concretamente, es que la permanente agresión del ruido que hasta mis oídos llega no proceda de, por ejemplo, los escapes de las motos de jóvenes hooligans (gamberros of course) enfebrecidos celebrando el santo advenimiento semanal del sábado noche, sino de las instituciones que, precisamente, debieran proteger nuestros tímpanos, amparar nuestros sueños, punir a los supermanes decibélicos. Son pensamientos que incrementan mi indefensión ante un mundo, ya, totalmente kafkiano. "¿Por qué, por qué?", me pregunto, al igual que él pobre ciudadano K. Y como a él, nadie se preocupa de facilitarme una respuesta. La vida, a trancas y barrancas, sigue, sigue... hasta que logren exterminamos del todo.

Sigue. El claxon gimiente del coche atrapado por otro que aparcó en doble fila, los alaridos francamente rabaneros de los vehículos que bloquea el camión de reparto, el fragor enloquecido de los butaneros deseosos de llamar la atención del vecindario, las alarmas que se disparan nerviosas, sin ton ni son (y, total, ¿para qué? En este barrio, que jamás ha visto un policía de ninguna denominación, ni siquiera, aún, un mosso de escuadra, nos roban constante e impunemente), y la fábrica de estrépito instalada por nuestros amos municipales en el cul de sac que une General Ramírez de Madrid -la calle de que estoy hablando- con Infanta Mercedes, compiten durante todo el día para situarse en el top-bit del desacato urbano.

Nadie sabe, por cierto, qué pretende esta última obra, auténtica primicia. Han instalado casetas, barreras, vallas, y no parece que estén haciendo nada, pero a las ocho de la mañana se ponen a perforar, ¿qué?; entran y salen ruidosísimos bulldozers, ¿para qué?, etcétera.

Claro que quien sigue siendo el rey de las noches, el único hooligan del barrio, no es otro, como siempre, que nuestro excelentísimo y reverendísimo ayuntamiento.. Escribo estas líneas un martes y quiero contar la historia ruidosa de los tres últimos días, con la venia:.

el sábado me había acostado a las cuatro de la madrugada. El domingo, a las siete y media de la ídem, ya estaba el barrendero municipal produciendo ruidos increíbles debajo de mi ventana. En la madrugada del lunes al martes vi y oí a la regadora municipal -un compendio de estertores y guiños amarillos- en su aproximación.- La calle estaba previamente como los chorros, pero ¡qué concienzudamente la limpió! Cinco horas más tarde, a las ocho menos diez de la mañana, como siempre, la fregadora-barredora y los terroríficos señores de los tubos tonantes volvieron a limpiarla.

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Siguen. Y yo continúo preguntándome por qué el disparate, por qué el derroche, por qué se creen ellos que los vecinos de esta calle no tenemos derecho a descansar jamás. ¿Acaso seremos supermanes?

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