Tribuna:

Los vaivenes europeos del PP

¿Cuál será la poetica europea de España. después del 3-M? La campaña electoral debería aclarar la cuestión. Es cierto que: los principales partidos -el PSOE, el PP y los nacionalistas- comparten un tronco común, una posición genéricamente integracionista. La única excepción es Izquierda Unida: en su seno se ha producido una ruptura histórica, el abandono del europeísmo cosmopolita que fue seña de identidad del Partido Comunista de la transición (y de las mejores tradiciones continentales de esta corriente, simbolizadas en una figura como la de Altiero Spinelli) en favor de un casticismo populi...

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¿Cuál será la poetica europea de España. después del 3-M? La campaña electoral debería aclarar la cuestión. Es cierto que: los principales partidos -el PSOE, el PP y los nacionalistas- comparten un tronco común, una posición genéricamente integracionista. La única excepción es Izquierda Unida: en su seno se ha producido una ruptura histórica, el abandono del europeísmo cosmopolita que fue seña de identidad del Partido Comunista de la transición (y de las mejores tradiciones continentales de esta corriente, simbolizadas en una figura como la de Altiero Spinelli) en favor de un casticismo populista refractario al Tratado de la Unión.La gravedad de esta quiebra, que sorprendentemente no se discute en público, apenas viene compensada por las sugerentes aportaciones de gentes como Nicolás Sartorius o Diego López Garrido, de su corriente Nueva Izquierda. Pero el interrogante más decisivo se sitúa en el ámbito del Partido Popular. Tras la adhesión a las Comunidades Europeas en 1985-86, las grandes opciones económicas de la política europea de los Gobiernos socialistas han sido seguramente -bajo el lema de "más Europa"- la voluntad de incorporar a España al grupo de cabeza de la Unión Europea (UE), concretada en la unión monetaria; y la estrategia de reequilibrio económico Sur-Norte, esto es, la política de cohesión económico-social.

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Independientemente de que en ambas cuestiones los resultados concretos obtenidos por Felipe González en estos diez años puedan deban ser desgranados y discutidos al detalle, preocupa la persistencia de la indefinición del PP sobre las mismas. Afortunadamente, a medida que se acerca la cita electoral, se perciben concreciones y drásticos cambios de rumbo. Hace poco más de un año, un José María Aznar escéptico escribía en La segunda transición -un libro con gotas de recelo castizo pasadas por el cedazo del intergubernamentalismo conservador británico- que "la Unión Económica y Monetaria es uno de los objetivos recogidos en el Tratado de Maastricht.. Sin perjuicio de que las previsiones de calendario allí contempladas se van a tener que revisar, también la forma en que se configure está por definir". Sin embargo, el programa electoral del PP apuesta hoy por "entrar en la tercera fase de la unión económica y monetaria en los plazos establecidos, lo que supone cumplir los criterios de convergencia contenidos en el Tratado de la Unión"'.

Pese a esta taxativa propuesta, el líder del PP sucumbe a veces a las tentaciones de esparcir la duda o recuperar cierta indefinición: "Yo soy partidario de cumplir las reglas del Tratado [pero] es lógico que no se deba avanzar otro tipo de pasos en relación con asuntos que es deseable que se puedan cumplir, como es la formulación definitiva de la unión monetaria, pero que no sabemos todavía si van a ocurrir", declaraba el pasado jueves en Bruselas.

Tanto más evidentes son los vaivenes sobre la política de cohesión, Primero fue el torpedo lanzado en diciembre de 1992 a la propia dotación fundacional del Fondo de Cohesión -que debía compensar el mayor esfuerzo de los países menos desarrollados para alcanzar la convergencia y apuntarse a la moneda única- en el preciso instante en que González echaba un pulso para lograrlo, durante la cumbre europea de Edimburgo: de "actitudes mendicantes" y de actuar "de pedigüeño", le acusó Aznar.

Después, en La segunda transición ofreció un cóctel doctrinal a medio camino de la retórica nacionalista y el apremio liberal-riguroso. Retórica: "La defensa de los intereses nacionales es la que ha de guiar nuestra conducta. No concibo y no aceptaré una política que nos lleve inevitablemente a que España se convierta en un país débil y dependiente de los subsidios". Apremio: "Lograr éstos puede presentarse como un éxito, pero a la larga su continuidad producirá unos efectos dañinos para nuestra economía y nuestra sociedad. Los ciudadanos deben ver a la Unión Europea no como una salvación, sino como una oportunidad".

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Finalmente, llegó, en abril del año pasado -con ocasión de la Conferencia Interparlamentaria del PP europeo en Bruselas-, la caída de Saulo: "La construcción europea sólo podrá avanzar en la línea de integración si se refuerza el principio de solidaridad y se aplica con sinceridad", rectificó Aznar. Y precisó más: "Sin políticas de cohesión, Europa difícilmente llegará a ser algo distinto a una suma de mecanismos de cooperación intergubernamental".

¿Evolución definitiva? Ojalá Rafael Arias-Salgado, portavoz del Grupo Popular en la Comisión parlamentaria para la UE, y uno de los principales candidatos a ministro de Exteriores si gana el PP, escribía en estas páginas el pasado 8 de junio que el "segundo error más grave" de González "deriva de la creencia de que los desequilibrios intracomunitarios entre países ricos y pobres se corrigen con ayudas financieras directas que los primeros deben transferir, por vía presupuestaria, a los segundos, hasta producir un sustancial acercamiento". ¿Habría pasado el PIB español por habitante del 66% de la media comunitaria en 1985 1 77% en 1994 sin políticas de reequilibrio a través de los, fondos estructurales? ¿Habría ascendido en diez años la renta agraria española del 87% al 121% de la media comunitaria? ¿Podría aspirar España a figurar en el núcleo de cabeza del euro si las restricciones presupuestaria no se compensasen con los recursos de Fondo de Cohesión, aunque éste, obviamente, no deba ser eterno? ¿Podría avanzar en la convergencia real sin disponer de los recursos para infrastructuras que la convergencia nominal obliga restringir?

A lo mejor es verosímil que un instrumento como el Fondo de Cohesión "debilita implícitamente la posición negocia dora de España a la hora de defender frente a sus socios los intereses específicos de los sectores productivos", como sostiene Arias. Aunque faltan la evidencia histórica y la opinión de los sectores también de los beneficiados: la construcción, en primer lugar; pero todos al fin, através de las subvenciones mediambien tales.

Y, sobre todo, resulta suicida anunciar a los socios que se renunciará a lo obtenido por esa vía sin haber concretado ni tener amarrado un instrumento alternativo mejor. El programa electoral del PP propugna ahora "el mantenimiento de los principios y criterios esenciales que inspiraron la Política Agraria [sic] Común, así como las políticas estructurales y de cohesión". Bien. Y pide "mecanismos presupuestarios de redistribución que vayan más allá del carácter meramente compensatorio de los fondos de cohesión". Que se concreten ante los ciudadanos. Que se discuta su viabilidad. Que se elucide la Capacidad de alcanzar sobre ellos el consenso de los Quince. No sea que pájaro en mano valga más que ciento volando.

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