Tribuna:

Arganda

El señor alcalde de Arganda está justamente preocupado por la imagen exterior de su pueblo. El mes pasado fue asesinado allí, en la llamada zona de copas, el joven David Martín, a manos al parecer de un grupo de ultras. Y hace unos días, otro joven, Joaquín Roldán, que trabajaba como pinchadiscos en uno de los bares de la zona, fue atacado y pateado y está en el hospital con la mandíbula rota.Es natural que don Ginés López se preocupe, no solamente por estos hechos en sí -el aumento de la violencia preocupa a todos los ciudadanos- sino por la mala reputación que esto da a su pueblo. Al alcalde...

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El señor alcalde de Arganda está justamente preocupado por la imagen exterior de su pueblo. El mes pasado fue asesinado allí, en la llamada zona de copas, el joven David Martín, a manos al parecer de un grupo de ultras. Y hace unos días, otro joven, Joaquín Roldán, que trabajaba como pinchadiscos en uno de los bares de la zona, fue atacado y pateado y está en el hospital con la mandíbula rota.Es natural que don Ginés López se preocupe, no solamente por estos hechos en sí -el aumento de la violencia preocupa a todos los ciudadanos- sino por la mala reputación que esto da a su pueblo. Al alcalde se le ha ocurrido una idea para que Arganda aparezca en los medios de comunicación con una imagen pacífica y simpática: ha creado una escuela en la que jóvenes varones de la localidad -parece que el mismo alcalde acude también a ella como alumno-, aprenden a guisar al objeto de ayudar a sus esposas o futuras esposas en las labores domésticas.

Ignoro hasta dónde habrán llegado las habilidades culinarias de estos argandeños -el alcalde asegura que la tortilla de patata les sale ya muy jugosa-, pero la verdad es que una medida tan políticamente correcta como la que ha tomado don Ginés López ha suscitado el interés de los medios y el nombre de Arganda ha salido en los papeles, como se dice, por algo no reseñable en la página de sucesos.

En mis viajes por España he comprobado siempre lo quejosa que está la gente por el hecho de que su pueblo o su pequeña ciudad no aparezca en los medios de comunicación más que con ocasión de algún horrible crimen que allí se haya cometido o de alguna catástrofe.

El orgullo local, tan arraigado en España, quiere que los pueblos sean conocidos por lo bueno y no por lo malo que en ellos pueda ocurrir. Y la verdad es que no son muy exigentes. Hace años leí en el Abc la crónica de un corresponsal de pueblo que decía: "Se ha comentado con honda satisfacción en esta villa el hecho de que su nombre apareciera en el crucigrama del Abc del domingo pasado".

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