Cartas al director

Civismo

Ciertamente eso que llamamos civismo suele ser una cuestión de educación, de solidaridad, pero, sin ninguna duda, en una ciudad tan compleja Corno Madrid, también de tiempo. Sobre todo cuando ese sentido cívico del que más o menos puede estar dotado un ciudadano no va aunado siempre con la eficacia y rapidez que cabe exigir a los servicios públicos, a las instancias que nos gobiernan y también nos representan.A mí, en la noche del sábado pasado, a las 22.30, ser cívica, responsable, me costó más de cinco horas, entre otros trastornos que no por prosaicos dejaban de ser importantes para mí. Eso...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ciertamente eso que llamamos civismo suele ser una cuestión de educación, de solidaridad, pero, sin ninguna duda, en una ciudad tan compleja Corno Madrid, también de tiempo. Sobre todo cuando ese sentido cívico del que más o menos puede estar dotado un ciudadano no va aunado siempre con la eficacia y rapidez que cabe exigir a los servicios públicos, a las instancias que nos gobiernan y también nos representan.A mí, en la noche del sábado pasado, a las 22.30, ser cívica, responsable, me costó más de cinco horas, entre otros trastornos que no por prosaicos dejaban de ser importantes para mí. Eso sí, mi paciencia salió reforzada y fue todo un ejercicio a mi capacidad psicológica de retención, de prudencia, diplomacia y un largo etcétera que desde luego no siempre, por muy fin de semana que sea, te asiste.

Este sábado pasado, mientras circulaba por la calle de Cartagena, un coche, de forma imprevista, se pasó a mi carril chocando frontalmente sin que yo pudiera evitarlo; la poca velocidad que ambos llevábamos (evidentemente por diversos motivos) hizo que la cosa se concretara en un hermoso bollo en la parte frontal de mi vehículo. La colisión no se debió a otra cosa que a la gran melopea que el conductor contrario llevaba.

Y el peligro consistía en que el individuo en cuestión pensaba continuar conduciendo en tales condiciones (de hecho se subió nuevamente a su vehículo arremetiendo contra lo que pudo) de no habérselo impedido las personas que habían presenciado el altercado.

La policía (tanto el 091 como el 092) fue requerida en el mismo instante de la colisión, y tardó todo el tiempo del mundo en personarse, mientras al infractor -cuyo estado no le permitía enterarse muy bien de lo que pasaba, ni de por qué no podía continuar su zigzagueante camino- no se le ocurrió otra cosa que meterse, mientras llegaba quien tenía que llegar, a un bar próximo, en el que, por cierto, se le negó servicio.

Cuando finalmente llegó la Policía Municipal, este individuo pudo ser detenido, y su coche retirado por la grúa, pero no sin que se desarrollasen antes situaciones dignas de un buen libreto del más puro teatro del absurdo, en las que no se sabía ya quién era el beodo de cuantos nos encontrábamos allí.

A las dos de la madrugada, de vuelta a mi casa, tras declarar en las dependencias de la Policía Municipal situadas en la quinta puñeta, en un barrio que no conocía y con mi coche abollado avanzando por oscuras carreteras, me quedó el consuelo, la seguridad, de que al menos el conductor que había colisionado conmigo no lo podía hacer de nuevo por esa noche.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Bien es verdad que no siempre se dispone de cinco horas para que lo evidente pueda solventarse sin tanta complicación.-

Archivado En