Cartas al director

Es una pena

Nunca pensé que para poder creerme una noticia de periódico tuviese que leer antes el suplemento semanal. Sobre todo un mes de agosto, en plena canícula y en la sección de Relatos de seducción, donde La pena, de Carlos Fuentes, resulta ser finalmente una confirmación del oprobio estival.Al parecer, en el país del escrítor, y segun él mismo nos cuenta al inicio de su relato, el vocablo "pena", además de un afligido sustantivo, es sinónimo de "vergüenza". Y es por eso que Juan Zamora, su protagonista, esta "apenado". La causa de su pena es sólo un eslabón más que sumar a la larga c...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Nunca pensé que para poder creerme una noticia de periódico tuviese que leer antes el suplemento semanal. Sobre todo un mes de agosto, en plena canícula y en la sección de Relatos de seducción, donde La pena, de Carlos Fuentes, resulta ser finalmente una confirmación del oprobio estival.Al parecer, en el país del escrítor, y segun él mismo nos cuenta al inicio de su relato, el vocablo "pena", además de un afligido sustantivo, es sinónimo de "vergüenza". Y es por eso que Juan Zamora, su protagonista, esta "apenado". La causa de su pena es sólo un eslabón más que sumar a la larga cadena de conductas constreñidas por la moral imperante. (En otras palabras, Juan es homosexual).

Mientras tanto, en la vecina orilla de lo real y tangible, la policía detiene a una pareja por hacer el amor en plena calle. El incidente esta vez tiene lugar en Madrid, en la sección más amplia de la crónica nacional, donde unos transeúntes indignados han alertado a las fuerzas del orden.

Nunca he tenido vocación de mirona y, además, las prácticas sexuales, del tipo que sean, siempre me han parecido algo demasiado, privado e íntimo como para convertirlas en un espectáculo al aire libre y al alcance de la afrenta y censura públicas. De todas fromas, la imagen de una pareja improvisando su lecho de amor en un banco frente a una estación de tren, aunque sea delante de una de las salidas del AVE, es algo que no me hiere ni me escandaliza moralmente de un modo especial.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Lo que no o acabo de entender es por qué una sociedad que se solivianta hasta tal punto por el uso tan privativo que algunos puedan hacer de sus calles, no expresa igual o mayor rechazo, cuando otros, por ejemplo (en sentido literal y figurado), convierten la vía pública en un urinario y papelera gigantescos.

Quizá sea que a nuestra moral de pacotilla todavía le duran muchas mentiras.-

Archivado En