Tribuna:

Las señas de identidad del socialismo

He dudado bastante antes de decidirme a publicar este artículo. Desde los 16 años soy militante del Partido Socialista Obrero Español y mi intención es seguir siéndolo el resto de mis días. Por eso, expresar opiniones críticas es algo que considero no sólo un derecho, sino también una obligación en momentos electorales. Algunos pensarán que no es el momento oportuno. La experiencia me ha enseñado que nunca suele serlo. Hoy porque estamos en elecciones, mañana porque puede ser necesario cerrar filas tras los malos resultados. A lo último, lo peor es permanecer impasibles hasta que se consume la...

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He dudado bastante antes de decidirme a publicar este artículo. Desde los 16 años soy militante del Partido Socialista Obrero Español y mi intención es seguir siéndolo el resto de mis días. Por eso, expresar opiniones críticas es algo que considero no sólo un derecho, sino también una obligación en momentos electorales. Algunos pensarán que no es el momento oportuno. La experiencia me ha enseñado que nunca suele serlo. Hoy porque estamos en elecciones, mañana porque puede ser necesario cerrar filas tras los malos resultados. A lo último, lo peor es permanecer impasibles hasta que se consume la derrota. Enrocarse en posiciones autocomplacientes sólo contribuye a profundizar la debacle.No es la primera vez que me refiero a este tema, pero creo que es precisamente ahora y no después, una vez que la pérdida del poder desate los agravios y las culpabilizaciones, cuando es necesario hablar y reflexionar. Salvo que deseemos esperar resignadamente a ver descender la cuota electoral socialista del 40% al 30% y después al 20%. La decepción y la pérdida de credibilidad de la parte más politizada y activa del electorado socialista, que quedó totalmente escaldada por la forma en que se aplicó el falso mensaje del cambio del cambio (que, estaba claro desde el principio, no pretendía producir un giro progresista en la política del Gobierno, sino endosar a los adversarios en el partido los casos de presunta financiación ilegal y desterrar definitivamente cualquier tentación izquierdista como el pacto sobre la Ley de Huelga), sólo será recuperable en la medida en que desde las filas socialistas se haga autocrítica de los errores cometidos y se recuperen las señas de identidad del proyecto socialista.

Escribo, pues, convencido de que la suerte de estas elecciones está ya echada desde hace tiempo y que, por tanto, mis opiniones en nada van a influir en su resultado. Persuadido también de que cuanto más tarde se hagan públicas las críticas que hoy se expresan privadamente, dentro del PSOE, cuanto más se retrase un análisis riguroso de las causas y de la pérdida de credibilidad, cuanto más se prolongue la política de autoexculpación recurriendo a enemigos externos, mayores serán las dificultades para regenerar nuestro socialismo. De lo que depende la recuperación de la confianza de una parte del electorado, las posibilidades de un entendimiento estratégico entre las fuerzas de la izquierda y el propio futuro del PSOE. Creo, en definitiva, que, hoy por hoy, el debate al que estamos abocados no es tanto el de si viene la derecha como el de plantearnos en qué condiciones va a quedar la izquierda, y más en concreto el socialismo.

Durante los últimos 10 años algunos hemos intentado que el socialismo gobernante rectificara el rumbo de su política. Especialmente en el terreno económico y social, que era el que a los sindicalistas nos tocaba más de cerca. Desde las primeras diferencias sobre la reconversión industrial hasta la huelga general del pasado año contra la reforma laboral, pasando por el 14-D, toda la contestación sindical no ha estado orientada a desgastar o derribar a este Gobierno, sino a intentar que recuperara la orientación socialdemócrata de su política. El conflicto entre los sindicatos y el Gobierno no se ha debido a ningún tipo de fobia personal, sino al progresivo deslizamiento de su política hacia una longitud de onda cada vez más neoliberal. Hasta el punto de que el PP, para diferenciarse de la misma, recurre a propuestas fiscales y laborales tan exageradas que no encuentran parangón entre los conservadores europeos.

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En la actualidad, la esperanza de que un Gobierno presidido por Felipe González pueda recuperar una orientación socialdemócrata se ha esfumado. A lo sumo, podrá mantenerse algunos años más en el poder haciendo cada vez más descaradamente la política marcada por Pujol. Como lo ha hecho, en algunos casos con bastante convicción, en la reforma laboral, en la adopción de sustanciosas medidas fiscales favorables a las empresas, en el aplazamiento de la cuestión del aborto o de la Ley de Salud Laboral. Pero esta continuidad en el Gobierno -además de improbable a la luz de los pronósticos- no sería para ahondar las señas socialdemócratas, sino a costa de perder aún mayor espacio e identidad política.

El panorama de continuar como si nada pasara tiene inquietos a muchos responsables socialistas. Los ácidos comentarios que en privado se realizan reclamando la recuperación de las senas de identidad del partido y planteando un candidato distinto a Felipe González para encabezar las próximas elecciones generales son crecientes. Aunque sean pocos los que trascienden a la opinión pública (Santesmases y Rodríguez Ibarra), la conciencia de que la inercia actual puede hipotecar gravemente el futuro del partido socialista es cada vez más generalizada. Esta inquietud aumentará, con toda seguridad, tras las elecciones autonómicas y municipales del 28-M.Siendo, en mi opinión, las más lúcidas, no es probable, sin embargo, que estas opiniones encuentren respaldo suficiente. Lo más previsible es que prevalezca la estrategia del sector renovador encabezado por Felipe González. Es decir, retoques en el Gobierno. Esperar a que escampe y a que la recuperación económica eleve el listón electoral. Repetición del candidato, continuidad de la misma política y elecciones en 1997. Es lo que, por otra parte, interesa a Pujol. Después de las elecciones generales, si las matemáticas electorales lo permiten, seguir gobernando con los grupos nacionalistas. Si ello no fuera posible, seguir dirigiendo el PSOE -salvo que un total descalabro electoral hiciera que González tuviera que renunciar también a la secretaría general del partido-, realizando desde la oposición una política de centro frente alfundamentalismo conservador del PP.

Dado el dilema en el que objetivamente está inmerso -decantarse definitivamente hacia el espacio de un partido social-liberal o recuperar el sitio genuino deja socialdemocracia- el PSOE, si prevalece el diseño de los renovadores se inclinaría totalmente hacia la primera opción.

Siendo importante el cambio de cartel electoral, la recuperación del crédito y del proyecto socialista requiere de más cosas. Conozco a bastantes votantes socialistas que, entre elegir a Aznar o a Felipe-Pujol, prefieren quedarse en casa o votar a IU. Un simple cambio de cara no solucionaría este problema. Es necesario un cambio en los contenidos y en las políticas, además de en las personas.

Empezando, en primer lugar, porque dentro del PSOE se expresen en público las cosas que se dicen en privado. Es desmoralizador escuchar, en dirigentes socialistas, críticas, a veces extremadamente duras, sobre las políticas que se practican y ver luego que las defienden incluso con un ardor superior al de sus inspiradores. Uno de los mayores problemas para el futuro del PSOE es la falta de dirigentes políticos capaces de defender abiertamente posiciones diferentes. ¿Quién podrá mañana realizar una política distinta, quién tendrá credibilidad si ahora no tiene posiciones diferentes?

Haciendo, en segundo lugar, un cierto balance crítico de las políticas que se han practicado y defendido. En lo económico, por ejemplo, asumiendo casi todos los postulados liberales: lo primero es el crecimiento, luego la cohesión. Y además: sacralización del mercado, desregulación laboral, desconfianza hacia el sector público, prioridad de los objetivos monetarios sobre la creación de empleo, asimilación de los parados a vagos y defraudadores. En 12 años hemos pasado del histórico logro de la ley de jornada de 40 horas a la reforma laboral más regresiva de Europa. ¿Se podrá recuperar el socialismo en la oposición manteniendo estos postulados? ¿Serán creíbles quienes digan lo contrario sólo después de que hayan dejado el poder?

Autocrítica también de una política arrogante en la que todo empezaba y terminaba en el Gobierno. Que todo lo ha querido supeditar a la mayoría parlamentaria, cuando el papel que la Constitución establece para sindicatos, prensa, jueces, es propio y diferente. Que ha hecho oídos sordos, aliándose con la derecha, a las reivindicaciones sociales más masivas y tratado de desestabilizar a los sindicatos, en especial a la UGT.

Pero quizá es en el terreno de los valores culturales donde los estragos hayan sido más profundos. La cultura del beneficio y del dinero rápido, la exaltación de la competitividad, la ambigüedad calculada como forma de hacer política, la culpabilización de los trabajadores, la deslegitimación de la discrepancia, la entronización de lo económico, han labrado el terreno para que la derecha acapare los más poderosos centros de producción ideológica, gane enorme terreno entre la juventud y esté en las mejores condiciones para aplicar las soluciones sociales más duras, con las que, por otra parte, no pocas veces ha coqueteado más de un miembro del Gobierno socialista.

Junto a ello, se ha apoyado la idea de que los altos impuestos son un factor de desmotivación y fraude fiscal, aceptándose, con empirismo primitivo, que la progresividad fiscal atenta contra el empleo o que "la generosidad" en la protección por desempleo reduce el entusiasmo de los parados por buscar empleo. En este contexto, las conquistas sociales logradas con tanto sacrificio por los trabajadores se presentan como obstáculos contra la competitividad y el empleo, con lo que el Gobierno reacciona con la simple pretensión de eliminarlas. Es probable que con el PSOE en la oposición no sea tan fácil aplicar medidas en esta dirección como cuando se hacían a través suyo.

En tercer lugar, es necesario crear las bases para un entendimiento del conjunto de la izquierda. Es decir, entre el PSOE e Izquierda Unida y entre éstos y, dentro de su plena autonomía, las organizaciones sindicales y sociales. Creo que la primera condición para ello es un cambio en la orientación del PSOE. También una posición menos dogmática hacia el socialismo por parte de IU. Sólo desde esa base se podrá plantear un entendimiento estratégico, más allá de acuerdos puntuales en tal Ayuntamiento o en políticas concretas. Ese entendimiento resulta imprescindible para salvar los muebles de la izquierda y enfrentarse con nuevas propuestas al profundo cambio hacia atrás que en el modelo de sociedad se está produciendo en toda Europa.

Para comprender el mundo y cambiarlo, la izquierda sigue siendo necesaria. En España sigue habiendo una izquierda plural, y es por ello muy importante que el partido socialista recupere su naturaleza de formación socialdemócrata consecuente. Lo que exige que recupere sus señas de identidad. Esto no será posible si dentro del PSOE no se produce una profunda autocrítica sobre la experiencia de estos 12 años de Gobierno y si no surgen líderes con una cultura diferente del poder y se realiza una profunda renovación y adaptación del pensamiento. Tampoco si antepone al proyecto de transformación social una cultura de mera gestión del poder que deja a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. La creciente indiferenciación política entre derecha e izquierda sólo favorece a la derecha. La actual resignación de la gente de izquierda no se superará mientras que la diferencia más evidente entre izquierda y derecha consista en que una aplica un ritmo más lento en la regresión de la protección social.

Con todas las adaptaciones que puedan ser necesarias, la izquierda seguirá siendo sobre todo la defensa de los más modestos. Volver a recuperar esos principios es lo prioritario. Más que las elecciones. O, si me apuran, incluso para las elecciones.

Nicolás Redondo es militante socialista y fue secretario general de UGT hasta abril de 1994.

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