Vuelo a Carabanchel

Subieron en San Salvador, hicieron escala en Río de Janeiro y acabaron en la cárcel de Carabanchel. El 5 de mayo pasado, Félix R. M., almeriense de 37 años, bajó del avión de la mano de su hijo, de 11 años, y de su compañera, Teresa G. F., granadina de 27. Aguardaron de pie la salida del equipaje. Dos maletas negras. Las subieron al carro y se dirigieron a la aduana. Silenciosos. La repentina voz de alto no les mudó el gesto. Sólo el chiquillo miró pon sorpresa los trajes verdes y las pistolas al cinto que les acababan de cercar. "Sígannos". En las dependencias de la Guardia Civil, bajo la mir...

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Subieron en San Salvador, hicieron escala en Río de Janeiro y acabaron en la cárcel de Carabanchel. El 5 de mayo pasado, Félix R. M., almeriense de 37 años, bajó del avión de la mano de su hijo, de 11 años, y de su compañera, Teresa G. F., granadina de 27. Aguardaron de pie la salida del equipaje. Dos maletas negras. Las subieron al carro y se dirigieron a la aduana. Silenciosos. La repentina voz de alto no les mudó el gesto. Sólo el chiquillo miró pon sorpresa los trajes verdes y las pistolas al cinto que les acababan de cercar. "Sígannos". En las dependencias de la Guardia Civil, bajo la mirada de un experto del Servicio de Vigilancia Aduanera, Félix y su compañera fueron conducidos a un cuarto blanco, con, un sofá de piel sintética. Los detenidos se sentaron, cruzaron los brazos y dejaron la mirada en suspenso. El niño, en espera de su verdadera madre -avisada para evitar que el chaval pasase la noche en un centro de acogida-, fue separado de su padre.Los guardias, con parsimonia burocrática, abrieron las maletas. Los colores de la ropa sucia, revuelta, chisporrotearon entre sus manos. Siguió un estallido dulzón. El olor de la coca. Cinco paquetes rojos en una maleta, cinco paquetes amarillos en otra. Diez kilos en el doble fondo. Félix y Teresa se revolvieron en sus asientos. Evitaron mirarse. "Yo estoy blanca [soy inocente] ", se excusó Teresa, vestida de azul y con botas de charol negro. Los guardias callaron. Poco después, el agente de Aduanas preguntó a Félix.

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-¿A qué te dedicas?

-Estoy en paro.

-¿Y de dónde sacas el dinero para viajar al trópico?

-Cobré una deuda.

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-Te iban a pagar más por llevar al niño, ¿verdad? [Las mafias consideran que viajar con un menor reduce las sospechas y facilita el contrabando, de ahí que ofrezcan más dinero a los correos que lo hagan.]

Félix calla. La chaqueta cruzada le viene grande. Teresa, también ha empequenecido. Sobre todo las manos, de uñas pintadas, que mete en el bolsillo para sacar una receta e insistir: "¡Dios! Yo no sé nada. Viajé por mi enfermedad. Tengo ansiedad, Miren el papel". Los agentes, mudos, le han abierto el bolso. Le retiran el dinero:,apenas 7.000 pesetas. El llanto de la mujer despierta sobre el sofá de piel usada. Ella y su compañero siguen sin mirarse. Los guardias retiran la droga. Minutos después acompañaran a los detenidos hasta las oficinas para que presten declaración. El primero en hablar será Félix. Sólo entonces se le torcerá el gesto. A dos metros descubrirá a su hijo. Al niño se le han hundido los ojos en lágrimas. Él sí que mira a su padre.

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