Reportaje:EXCURSIONES: OTERUELO, ALAMEDA Y PINILLA

Entre la espada y la montaña

Un paseo por el valle del Lozoya, a través de pueblos sobre los que se cierne la amenaza del 'progreso'

Cuando Heráclito sentenció: "No bajarás dos veces al mismo río", quiso dar a entender que el tiempo fluye, que el presenté es inasible y el pasado, irrecuperable como las gotas de lluvia que arrastra una corriente. En aquellos días, la alegoría del de Éfeso era casi obligada, pues pocas cosas fluían (es decir, se renovaban constantemente) aparte de los ríos. En los nuestros, en cambio, fluyen los ríos, los cursos de los ríos, la configuración primordial de los valles, la arquitectura de los pueblos ribereños, la vegetación secular de sus márgenes y hasta los hábitos alimenticios de las ...

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Cuando Heráclito sentenció: "No bajarás dos veces al mismo río", quiso dar a entender que el tiempo fluye, que el presenté es inasible y el pasado, irrecuperable como las gotas de lluvia que arrastra una corriente. En aquellos días, la alegoría del de Éfeso era casi obligada, pues pocas cosas fluían (es decir, se renovaban constantemente) aparte de los ríos. En los nuestros, en cambio, fluyen los ríos, los cursos de los ríos, la configuración primordial de los valles, la arquitectura de los pueblos ribereños, la vegetación secular de sus márgenes y hasta los hábitos alimenticios de las truchas. En conclusión: "No irás dos veces a ninguna parte".El valle alto del Lozoya es un ejemplo doloroso de esta filosofía: vertederos y escombreras aquí y allá, montes aterrazados con maquinaria pesada para plantar pinos que a duras penas crecen -véase la Morcuera-, urbanizaciones y chalés desperdigados en los que no se ha respetado otra ley que la del hormigón armado... Y de las tropelías cometidas en Cotos en aras del esquí alpino - o más bien carpetovetónico, porque es de secano-, mejor ni hablamos.

Ahora resulta que están ensanchando la carretera que discurre por el fondo del valle. La cuestión no es ya para qué -¿para que algún pijo ponga a cien su deportivo, y de paso a su gatita, camino de Valdesquí?-, sino cómo. Numerosas son las voces que se están alzando contra la tala de árboles centenarios de las cunetas y contra la modificación de un trazado enrevesado pero que, nos guste o no, se adapta al terreno como una culebra, sin cuestionarlo.

Proponer una caminata desde Rascafría hasta el embalse de Pinilla, por callejas y cañadas, entre prados y fresnos, enhebrando al paso núcleos rurales que aún no han perdido la inocencia, no supone dar la espalda a los problemas del valle; antes al contrario, implica alertar sobre el fabuloso legado histórico y paisajístico que los madrileños estamos a punto de arruinar por pura desidia.

La marcha se emprende en Rascafría, caminando medio centenar de metros por la carretera que remonta el puerto de la Morcuera. A mano izquierda sale una pista, asfaltada primero y de tierra después, que en poco más de una hora de andar desemboca en el embalse. No hay pérdida posible, y si aun así la hubiere -al callejear por Oteruelo, quizá-, se pregunta a un paisano y santas pascuas.

Ojo a las vallas de piedra que delimitan los prados a lo largo del camino, pues los setos que las tapizan constituyen uno de los grandes tesoros naturales, si no el mayor, del valle. En ellos se entremezclan zarzas, rosales silvestres, evónimos, saúcos, endrinos, aligustres y majuelos. Y no es imposible que, antes de arribar a Oterue lo, el excursionista haya logrado avisar entre la diversa marafla -pájaros como el chochín, la curruca, el mirlo o el petirrojo.

Otro tesoro que los locales vigilan con celo desigual es la arquitectura popular, de la que tanto en Oteruelo, como en Alameda y Pinilla -siguientes pueblos de esta ruta-, hay muestras soberbias. Son casas de no más de dos alturas -habitualmente de una, más el sobrado, que es usado como granero-, con sólidos muros fermados por bloques de gneis y cubierta de teja árabe, que vierte a dos aguas. Vastas cuadras o casonas cobijan a las vacas. En Oteruelo, además, se conserva como oro en paño un potro de herrar, cuyos pilares de granito han soportado el embate de las reses, de los elementos y del progreso, que es el peor porque golpea a sabiendas.

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A las afueras de Pinilla, un puente salva la cola del embalse. Es éste un buen lugar para observar al somormujo y el ánade real, a la garza y al cormorán. Y también para platicar con los pescadores, que llevan tentando a las truchas bajo la cellisca desde las seis de la mañana. Se quejan amargamente de los que emplean berberecho de cebo. "Y los que ponemos lombriz, como está mandado, no nos comemos un colín". Otro signo de los tiempos...

Historias de truchas

Dónde. De Madrid a Rascafría, punto de partida de esta excursión, hay 73 kilómetros por la autovía de Colmenar (hacia Soto del Real-Miraflores-puerto de la Morcuera), aunque también tiene cómodos accesos por la carretera de La Coruña (puerto de Navacerrada) y la de Burgos (desvío por la M-604 en el kilómetro 69). Hay autobús de Continental Auto (teléfono 533 04 00) desde la capital.Cuándo. Al ser breve -unos 10 kilómetros, ida y vuelta- y discurrir por terreno llano, esta excursión puede acometerse en cualquier situación meteorológica. Ideal para un día de lluvia o nieve.

Quién. Ángel Matelanes distribuye los 150 permisos de pesca que le corresponden a Pinilla del Valle. En su restaurante, La Nogalera, le cuenta al forastero historias de truchas de hasta siete kilos.

Cuánto. Comer, y muy bien, puede salir entre las 1.500 pesetas de La Nogalera, en Pinilla (Los Nogales, 32; teléfono 869 32 12), y, las 3.000 de El Marqués (carretera Lozoyuela-Navacerrada, kilómetro 21; teléfono 869 12 64). Dormir, por 9.200, en La Posada de la Alameda (Grande, 34; Alameda del Valle; teléfono 869 13 37); y por 8.150, en Los Calizos (carretera Miraflores-Rascafría, kilómetro 22,500; teléfono 869 11 12).

Y qué más. Una vez en Pinilla, cabe la posibilidad de alargar esta excursión dando la vuelta al embalse, como se describe en la guía El valle del alto Lozoya, editada por la Comunidad de Madrid.

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