Estas cosas no pasaban en Estados Unidos

Pearl Harbor, Vietnam..., Oklahoma. Todo cambió en EE UU con aquellos dos grandes acontecimientos históricos, y nada volverá a ser lo mismo tampoco tras la bomba que provocó en el corazón de la América profunda la muerte de tantos norteamericanos como la guerra del Golfo.De repente, la nación se ha visto a sí misma frágil, indefensa, incapaz de hacer frente a un mal que creía ajeno. "No importa si el atentado de Oklahoma fue planeado por nacionales promotores del odio o por extremistas con respaldo internacional. La lección para la Administración es la misma: la violencia terrorista se ha conv...

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Pearl Harbor, Vietnam..., Oklahoma. Todo cambió en EE UU con aquellos dos grandes acontecimientos históricos, y nada volverá a ser lo mismo tampoco tras la bomba que provocó en el corazón de la América profunda la muerte de tantos norteamericanos como la guerra del Golfo.De repente, la nación se ha visto a sí misma frágil, indefensa, incapaz de hacer frente a un mal que creía ajeno. "No importa si el atentado de Oklahoma fue planeado por nacionales promotores del odio o por extremistas con respaldo internacional. La lección para la Administración es la misma: la violencia terrorista se ha convertido en la principal amenaza para la seguridad del país.

Admitir eso es ya doloroso para un país que, con excepción del ataque japonés en Hawai, no conoce la guerra sobre su propio territorio desde la Guerra de Secesión (1861-1865). Pero más difícil aún resulta luchar contra esa amenaza sin renunciar a las libertades de las que esta sociedad hace gala, incluida la de comprar y portar armas de fuego.

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Cualquier forma de control, en aras de la seguridad, está considerada como una intolerable intromisión del Estado. Los norteamericanos no están obligados siquiera a disponer de un documento nacional de identidad. Los edificios públicos están en su mayoría abiertos, todos pueden recorrer libremente los pasillos del Congreso, fotografiarse a 10 metros de la entrada a la Casa Blanca y recorrer la residencia presidencial en horas de visita.

En los últimos años, la policía y otros cuerpos de seguridad han desarrollado métodos para hacer frente a la creciente violencia de las pandillas juveniles de las grandes ciudades y, en general, contra la delincuencia común. Pero nada de eso sirve contra el terrorismo. EE UU no dispone, por ejemplo, de una brigada antiterrorista.

El Congreso tiene previsto empezar a discutir esta semana una ley antiterrorista, que puede hacer más difícil la entrada en EE UU de extranjeros sospechosos, pero eso no evitará que grupos como las milicias de extrema derecha fabriquen bombas con materiales comprados en una droguería.

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La actividad de la Milicia de Michigan era de sobra conocida. La televisión había emitido reportajes sobre ese grupo que aterrorizarían cualquier conciencia foránea, pero que dejaban sin pestañear al Gobierno y la mayoría de los ciudadanos.

El derecho a portar armas de fuego está recogido en la Constitución y un alto porcentaje de estadounidenses lo respaldaba hasta ahora con la misma firmeza que la libertad de expresión o de culto.

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