Editorial:

Agresividad rusa

LA INVASIÓN de Chechenia puede haber sido causa y efecto. Lo evidente es que estamos asistiendo a un profundo giro de la política exterior del Kremlin. Rusia ha dejado de buscar la armonización de sus intereses con Occidente, y especialmente con Washington. Y de una fase de reafirmación de sus intereses ha pasado a la agresiva defensa de los mismos, cada vez con menos escrúpulos hacia lo que son las leyes y los acuerdos internacionales que se comprometió a respetar.Las noticias de los últimos combates de Chechenia son aterradoras: bombardeos masivos, ejecución y tortura de civiles, operaciones...

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LA INVASIÓN de Chechenia puede haber sido causa y efecto. Lo evidente es que estamos asistiendo a un profundo giro de la política exterior del Kremlin. Rusia ha dejado de buscar la armonización de sus intereses con Occidente, y especialmente con Washington. Y de una fase de reafirmación de sus intereses ha pasado a la agresiva defensa de los mismos, cada vez con menos escrúpulos hacia lo que son las leyes y los acuerdos internacionales que se comprometió a respetar.Las noticias de los últimos combates de Chechenia son aterradoras: bombardeos masivos, ejecución y tortura de civiles, operaciones de castigo y represalia. La prisa por terminar el conflicto antes de que el 9 de mayo, aniversario del fin de la guerra contra Hitler, se reúnan en Moscú los principales dignatarios del mundo sólo parece haber agudizado el horror.

La esperanza de que el 9 de mayo sirviera para una reconciliación entre EE UU y Rusia parece haberse esfumado ya. Washington reconoce que los preparativos no han producido avances. El ministro de Defensa ruso, Grachov, ha dejado claro que Rusia no tiene intención de ratificar el tratado de reducción de armamento convencional firmado en París en 1991. Pone así en cuestión toda la política de desarme europeo de los años de distensión que se abrieron con la llegada de Gorbachov al poder hace una década. También proliferan las declaraciones rusas anunciando que el Parlamento podría no ratificar el tratado START II sobre la reducción de armamento nuclear estratégico. Y Moscú se resiste a toda presión de EE UU para que suspenda el acuerdo que ha firmado con Irán para suministrar a este país dos reactores nucleares, que los norteamericanos consideran como una ayuda para los planes de Teherán de construir armas atómicas.

Pero quizá el indicio más grave del retorno de Moscú a una política de fuerza y coacción sean las declaraciones del ministro de Exteriores, Kózirev, ad virtiendo que Rusia no descarta utilizar la fuerza militar fuera de sus fronteras para defender a la población rusa que vive en otras repúblicas ex soviéticas. Aun que estas manifestaciones fueron hechas ante un auditorio, la Duma, que agradece estos gestos de demagogia nacionalista, no se les puede restar relevancia. Primero, porque la protección de minorías propias supuestamente perseguidas en países vecinos ha sido siempre un manido pretexto para invasiones. Y se gundo, porque está por demostrar que alguna república ex soviética, pasados los fervores nacionalistas de la recuperación de su soberanía, esté aplicando una política tan suicida como la de perseguir a sus ciudadanos de etnia rusa. En ninguna, en todo caso, sufren los rusos el trato que Moscú otorga a los che chenos dentro de sus fronteras.

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Clinton y los otros líderes occidentales invitados a las ceremonias de Moscú el día 9 de mayo tendrán la ocasión de advertir a Rusia que está mal aconsejada si cree que se beneficiará de desempolvar una política exterior que sólo aumenta recelos y miedos del pasado.

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