Cartas al director

Más que una anécdota

La trágica noticia aparecida el día 23 de febrero en El País Madrid acerca de un hombre muerto a causa de un infarto junto a una clínica privada en Madrid por no conseguir la ayuda médica necesaria demandada a dicho centro es algo más que una anécdota lamentable.La clínica privada en cuestión es propiedad de una orden religiosa, como otros muchos centros de este tipo existentes en Madrid. Se trata de un antiguo centro de beneficencia cuyo edificio ha sido reciclado y reconvertido en hospital, buscando, tal vez, una mayor rentabilidad económica.

Tampoco esta anécdota es un hecho a...

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La trágica noticia aparecida el día 23 de febrero en El País Madrid acerca de un hombre muerto a causa de un infarto junto a una clínica privada en Madrid por no conseguir la ayuda médica necesaria demandada a dicho centro es algo más que una anécdota lamentable.La clínica privada en cuestión es propiedad de una orden religiosa, como otros muchos centros de este tipo existentes en Madrid. Se trata de un antiguo centro de beneficencia cuyo edificio ha sido reciclado y reconvertido en hospital, buscando, tal vez, una mayor rentabilidad económica.

Tampoco esta anécdota es un hecho aislado. Otras veces los hospitales regidos por órdenes religiosas han dado la callada por respuesta a las necesidades ajenas, como es el caso de la sociedad médica SERME, que suspendió pagos y fue intervenida en febrero de 1992. Muchos de sus afiliados, en tratamiento médico, se encontraron desamparados y no eran admitidos por los hospitales privados concertados con SERME, salvo por uno, al que la sociedad adeudaba unos cuantos millones de pesetas, decía entonces un diario.

La Iglesia no puede ser insensible a hechos como éstos. Los religiosos que gobiernan centros hospitalarios no pueden convertirse en empresarios con toca o con hábito.

Si su objetivo es competir con otros centros de medicina privada en un terreno meramente económico y empresarial, deberían antes, por un mínimo sentido de justicia, renunciar a los privilegios con que arrancan (edificios propiedad del patrimonio de la Iglesia, beneficios fiscales, etcétera); además, deberían adquirir la capacitación y titulación universitarias adecuadas que les hagan responsables directos, con nombres y apellidos, de los resultados de su actuación.

O si, por el contrario, lo que quieren es dar un testimonio cristiano de servicio, habrán de modificar radicalmente sus planteamientos actuales.

Se hace cada vez más necesaria una revisión para que aflore la Iglesia verdadera: "La Iglesia de los necesitados".-

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