Tribuna:

El dinero de la falsificación

Una vez que uno se entrega al becerro de oro, al mercado, sin ninguna reserva espiritual hacia este modo de relacionarse con el mundo, se queda expuesto a cualquier cosa. La fe en el mercado da muchas satisfacciones, pero proporciona también innumerables dolores de cabeza. Don Manuel Martín, cura de Las Rozas, de quien ya nos hemos ocupado aquí en otras ocasiones, se cayó un día del caballo, yendo de Madrid a la Casa de Campo, y se le apareció entre las nubes el presidente de la CEOE. Deslumbrado por esta presencia, que le reveló las verdades fundamentales del mercado, regresó a su parroquia y...

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Una vez que uno se entrega al becerro de oro, al mercado, sin ninguna reserva espiritual hacia este modo de relacionarse con el mundo, se queda expuesto a cualquier cosa. La fe en el mercado da muchas satisfacciones, pero proporciona también innumerables dolores de cabeza. Don Manuel Martín, cura de Las Rozas, de quien ya nos hemos ocupado aquí en otras ocasiones, se cayó un día del caballo, yendo de Madrid a la Casa de Campo, y se le apareció entre las nubes el presidente de la CEOE. Deslumbrado por esta presencia, que le reveló las verdades fundamentales del mercado, regresó a su parroquia y contrató con la Telefónica un servicio 906 a través del cual difundía los Evangelios al tiempo que ingresaba un dinero para obras de caridad.Después de eso, ya no pudo pararse; comprendió que a la locomotora del mercado puedes engancharle cualquier vagón, porque se trata de una locomotora sin escrúpulos. De manera que puso un karaoke en la iglesia para que la gente siguiera los cánticos religiosos en plan mundano, como manda el mercado. El karaoke fue en realidad una operación de imagen, porque don Manuel había descubierto, junto a la eficacia del mercado, las delicias de la imagen. Con la imagen no se obtienen beneficios inmediatos, pero se trata de un tipo de inversión que, cuando funciona, fideliza al cliente. Los clientes de don Manuel se apresuraron a aplaudir la iniciativa: se trataba de nuevo de una idea revolucionaria para los tiempos que corren, en los que todo el mundo ha olvidado la historia del becerro de oro. El cura de Las Rozas, encelado por este éxito, decidió continuar invirtiendo en imagen, en lugar de en imágenes, porque una vez que descubres la imagen tampoco puedes pararte, y montó un concurso para elegir el logotipo parroquial. Y es que si quieres entrar con fuerza en el mercado, sobre todo en el mercado de la imagen, no puedes ir sin logotipo a ningún sitio. El logotipo es la base de la identidad corporativa y nuestro cura había descubierto también los placeres de la identidad corporativa. O sea, que acababa de topar con el cuerpo y, en consecuencia, con los pecados de la carne.

En cualquier caso, es preciso señalar que todo lo que obtenía con sus iniciativas comerciales lo dedicaba a obras de caridad, eso dicen sus fieles, de manera que las cosas marchaban razonablemente bien en su parroquia de Las Rozas. Pero la fe en el mercado, ya digo, es muy absorbente. Una vez que uno se acostumbra a ver la realidad desde el lado económico, no puede, por ejemplo, acercarse a una fotocopiadora sin pensar todo lo que se podría falsificar con ella. La fotocopiadora sirve para reproducir, ya lo sabemos, pero si quieres sacarle una plusvalía rápida has de ser capaz de apreciar su costado delictivo. Don Manuel, que ya no podía pararse porque la caridad es, como el mercado, una droga dura, de manera que una vez que te entregas a ella necesitas hacer cada vez más caridad; don Manuel, decíamos, vio una fotocopiadora y pensé en la caridad fácil, en el dinero fácil: el dinero de la falsificación, que es, por cierto, el título de una hermosa novela de Patricia Highsmith, a quien deseamos desde aquí que descanse en paz. Cuando pase este lío, contrataremos a don Manuel para que le oficie unas misas.

El cura de Las, Rozas es seguramente un buen tipo, pero eso no le ha librado de llevar dentro un míster Hyde. Al míster Hyde de don Manuel le ha dado, presuntamente, por las chicas de la Casa de Campo, qué le vamos a hacer, a todos les da por lo mismo: hasta ahí no pasa de ser un Hyde convencional, de clase media y comunión diaria. Pero lo de los billetes falsos, con los antecedentes mercantiles de este cura, resulta un exceso. La culpa la tiene el mercado, o sea, el becerro de oro. Que lea más.

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