VIOLENCIA INTEGRISTA EN ARGELIA

Cuatro religiosos, asesinados en Argelia en represalia por la muerte de los piratas

Un comando integrista argelino asesinó ayer a sangre fría a tres religiosos franceses y otro de origen belga. El crimen ocurrió en Tizi Uzu, la capital de la Cabilia, a 100 kilómetros al sur de Argel. Todo apunta a que la matanza es una represalia del Grupo Islámico Armado (GIA) por la muerte de los cuatro terroristas que el día anterior fueron abatidos en el aeropuerto de Marsella al asaltar la policía francesa el avión de Air France secuestrado por los radicales islámicos.

La comida de los religiosos, de la orden de los padres blancos, seguía anoche intacta sobre la mesa de...

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Un comando integrista argelino asesinó ayer a sangre fría a tres religiosos franceses y otro de origen belga. El crimen ocurrió en Tizi Uzu, la capital de la Cabilia, a 100 kilómetros al sur de Argel. Todo apunta a que la matanza es una represalia del Grupo Islámico Armado (GIA) por la muerte de los cuatro terroristas que el día anterior fueron abatidos en el aeropuerto de Marsella al asaltar la policía francesa el avión de Air France secuestrado por los radicales islámicos.

La comida de los religiosos, de la orden de los padres blancos, seguía anoche intacta sobre la mesa de su comunidad. Dos policías armados con fusiles Kalásinikov vigilaban los cuatro platos. Los cadáveres habían sido trasladados al hospital de Tizi Uzu. En esa localidad habían dicho que querían ser enterrados.

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La comunidad de los Padres Blancos se fundó hace más de cien años en el norte de África, en el barrio argelino de El Harrach, con la misión de establecer un diálogo entre católicos y musulmanes. Con la muerte de esto cuatro sacerdotes se eleva ya a 7 el número de extranjeros asesinados en Argelia desde que se suspendieron las elecciones legislativas, hace aproximadamente tres años. Entre esta macabra relación figuran ya ya ocho religiosos católicos. Los primeros en caer fueron dos franceses: el padre Henri Vergés y la hermana Paule-Helène Saint Raymond, el pasado 8 de mayo. Después fueron asesinadas las monjas españolas Esther Alonso y María Álvarez Martín, el pasado 10 de octubre. Ahora les ha tocado el turno al belga Charles Deckers de 70 años, y a los franceses Jean Chevillard, de 69; Alain Dieulangard, de 75, y Christian Cheissel, de 32.

Murieron a hacia las 12 del mediodía de ayer, cuando se encontraban en sus habitaciones y se disponían a bajar al comedor para sentarse a la mesa. La comida ya estaba preparada. Anoche aún permanecía intacta sobre un mantel de cuadros. Allí estaban impecablemente dispuestos los cuatro platos, los cuatro vasos, los cubiertos, la jarra del agua, las servilletas, una barra de pan y una enorme fuente de ensalada adornada con rodajas de tomate y anchoas en perfecta simetría.

Su vida se detuvo allí. Un comando integrista, haciéndose pasar por policías, irrumpió en el jardín y les llamó para que descendieran de sus habitaciones. Los atacantes habían tenido antes la precaución de encerrar e inmovilizar en un cobertizo cercano a los obreros que trabajaban en la reparación de la casa. Una mujer encargada de las tareas domésticas, sorprendida por la irrupción del comando, también fue maniatada. El primero en acudir hacia la muerte fue el padre Charles Deckers.

Al principio fue una simple discusión entre el sacerdote y los 10 miembros del comando, que en su papel de falsos policías, le conminaban a que acudiera junto con sus compañeros hasta la comisaría. De nada sirvieron sus explicaciones. Los demás sacerdotes se alertaron ante el griterío. Se produjo así una situación confusa que nadie todavía sabe explicar.

Sombras en el jardín

Los resultados, sin embargo, son tajantes. Charles Deckers murió de un tiro en la frente y otros cuatro disparos en la espalda. Los demás sacerdotes fueron tiroteados en el jardín. Sus cadáveres cayeron en varios puntos alejados entre sí. Por la posición en la que quedaron sus cuerpos, se deduce que habían tratado de escapar, tal vez a la carrera. Pero nadie puede confirmar este relato del crimen. Anoche sólo se proyectaban sobre el jardín las sombras de los dos gendarmes que custodiaban con sendos Kaláshnikov la comunidad de los Padres Blancos.

Los cuerpos de los cuatro religiosos yacían ya en el depósito de cadáveres del hospital de Tizi Uzu, una ciudad de 150.000 habitantes. Mientras el responsable en la región de la orden de los Padres Blancos, el español Mikel Larburu paseaba junto con otro sacerdote francés por la casa vacía. El teléfono no dejó de sonar ni un solo instante. Todos querían saber lo que había pasado en Tizi Uzu.

La comunidad religiosa de los Padres Blancos es conocida y elogiada en la capital de la Cabilia. No en vano, durante muchos años ha dirigido un centro de formación profesional. Recientemente, los religiosos habían decidido dedicarse a obras de asistencia social: redactaban cartas en francés, gestionaban jubilaciones o el retorno de emigrantes. En definitiva, ejercían la caridad.

Christian Cheissel, el más joven de la comunidad a sus 32 años, hacía poco menos de 24 meses que había llegado a Argelia. Se había puesto a trabajar en la preparación del organigrama de una biblioteca universitaria que debía abrirse muy cerca de la vieja residencia de los Padres Blancos, en una casa adosada que ya se estaba rehabilitando al efecto.

Pero el sacerdote más conocido en la Cabilia era el padre Deckers. Hablaba árabe y bereber, daba clases de Latín e Historia en la Universidad de Bellas Artes de Argel, y se había comprometido hasta la médula con la sociedad del país, hasta el punto que había. adquirido la nacionalidad argelina.

"El padre Deckers nunca morirá, siempre quedará algo de él en todos nosotros", aseguraba ayer un ingenuo habitante de Tizi Uzu -un aprendiz de filósofo y poeta-, en un improvisado epitafio anunciado en plena calle. "Es el epitafio que todos deseamos", dijo a continuación, absorto, antes de despertar del absurdo y comprender que el recuerdo no puede devolver la vida a nadie.

"Nadie está a salvo"

El padre Larburu, responsable de esta comunidad en Argelia y Túnez, no perdió en ningún momento la entereza. No en vano, es el responsable de otros 33 religiosos. "Perdón, ahora sólo quedan 29", tuvo que rectificar con pesar el sacerdote al dar las cifras.

Poco antes de salir desde Argel hacia Tizi Uzu, el padre Larburu había recibido desde Santiago de Chile una llamada telefónica. Era la madre María Jesús, responsable de la comunidad de las Agustinas, a la que pertenecían las dos monjas asesinadas en el barrio argelino de Bab el Oued. "Más unidos y fuertes que nunca", respondía Larburu a la religiosa.

Tizi Uzu estaba anoche en calma. No había controles policiales en la carretera de Argel. Los hoteles y los cafés estaban abarrotados: en esta ciudad no hay toque de queda. Algunos establecimientos suelen estar abiertos hasta bien entrada la madrugada. Pero todos hablaban del asesinato de los cuatro sacerdotes y repetían hasta la saciedad en sus conversaciones: "Nadie está a salvo".

Mientras tanto, las autoridades francesas repiten desde París otra vieja cantinela: "Los extranjeros que no hacen nada, que salgan del país". En voz más baja, España se hace la misma reflexión. Pero la sugerencia no encuentra eco entre los extranjeros en Argelia. "Adónde iremos si nos hemos pasado toda, la vida aquí y ésta es también nuestra tierra". Ésta es, sin duda, la misma pregunta que se hacían hasta ayer los cuatro religioso. La respuesta les estalló en la cara.

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