Tribuna:

Un cuarto de hora de fama

Siempre toca en una charcutería, en un bar o en unos grandes almacenes. Es la revancha histórica anual de los descamisados por más que apenas queden sin camisas, salvo algún macarra de discoteca en busca de sensaciones fuertes frente al espejo.Lágrimas de alegría, botellas de cava que se comparten con la solidaridad de la euforia, miradas torvas de los no agraciados. Todos los 22 de diciembre vuelve el rito del cuarto de hora de fama y felicidad por obra y gracia de los niños de San Ildefonso. Los medios de comunicación impresos movilizan todos sus efectivos conscientes de que el 23 de ...

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Siempre toca en una charcutería, en un bar o en unos grandes almacenes. Es la revancha histórica anual de los descamisados por más que apenas queden sin camisas, salvo algún macarra de discoteca en busca de sensaciones fuertes frente al espejo.Lágrimas de alegría, botellas de cava que se comparten con la solidaridad de la euforia, miradas torvas de los no agraciados. Todos los 22 de diciembre vuelve el rito del cuarto de hora de fama y felicidad por obra y gracia de los niños de San Ildefonso. Los medios de comunicación impresos movilizan todos sus efectivos conscientes de que el 23 de diciembre es el día de mayor tirada del año. La lista de la Lotería es el éxito de ventas por antonomasia y resulta extraño comprobar que ningún columnista-tertuliano de la AEPI no la haya registrado todavía. Todo llegará.

Después vendrán los apoderados de los bancos, los listos, los estafadores, los familiares y, probablemente, alguna Hermana de la Caridad. Años más tarde nos enteraremos que de aquellos fastos sólo quedan unos Iodos. Real como la vida misma.

Hay otro tipo de loterías, más discretas, quizás con mayores riesgos pero también con mayores beneficios: por ejemplo los 5.000 millones que, al parecer o presuntamente, le han correspondido al señor Romaní en el sorteo de los antiguos gestores de Banesto. Dentro de poco se sabrá lo que les han tocado a los señores Conde o Pérez Escolar, si han sido agraciados con algún premio, por supuesto. La suerte que ha podido tener el señor Hachuel será más dificil de comprobar porque su amor por la cultura le llevó a residir hace tiempo en Suiza donde, sin duda, rinde homenaje permanente a La montaña mágica de Thomas Mann en el 70 aniversario de su primera edición. De momento se apuntan más de 1.300 millones con una participación comprada en Carburos Metálicos. Menos da una piedra.

Al parecer la lotería de Banesto, como la de Grand Tibidabo, eran radicalmente exclusivas: sólo tenían boletos unos pocos pero debían de jugar mucho cada uno de ellos a tenor de los premios. En algo se tiene que distinguir un sorteo en el que intervienen abogados del Estado o ex subsecretarios de Justicia, del especial de la Navidad en el que participan mayoritariamente tenderos, dependientas o inmigrantes de dudosa legalidad.

No sería educado dejar sin citar las pequeñas loterías de las financiaciones de los partidos políticos. Nombres propios como los de Aida Alvarez, Palop, Sanchís o entelequias como las de Filesa, Casinos, Tragaperras... han ido confeccionando un excelente tapiz de favorecidos por la fortuna. Lástima que el señor Naseiro ahora no recuerde nada de nada. Habrá perdido el boleto. Y todo ello, naturalmente, sin despreciar las loterías teritoriales, las que se basan en el valor de la tierra: solares, fincas recalificadas, concesiones de gasolineras... en las que por obra y gracia de distintas decisiones municipales, autonómicas o centrales, consiguen levantar cabeza algunos constructores, concejales, comandantes o alcaldes y, de paso, comprarse un BMW. Ventajas del reparto civilizado de la tarta.

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