Tribuna:

Corriendo a la derecha

¿Cómo se explica el tremendo descalabro sufrido por los demócratas estadounidenses en las elecciones parciales del pasado 8 de noviembre? Tienta hablar de "descalabro de los demócratas" en sentido absoluto. Porque es difícil interpretar de otro modo dos síntomas de este revolucionario cambio: en primer lugar, la descalificación democrática implícita en la negativa de un senador a reconocer la autoridad moral y constitucional del presidente Clinton. Lo acaba de hacer Jesse Helms, próximo presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Es bien cierto que Helms es conocido por su intem...

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¿Cómo se explica el tremendo descalabro sufrido por los demócratas estadounidenses en las elecciones parciales del pasado 8 de noviembre? Tienta hablar de "descalabro de los demócratas" en sentido absoluto. Porque es difícil interpretar de otro modo dos síntomas de este revolucionario cambio: en primer lugar, la descalificación democrática implícita en la negativa de un senador a reconocer la autoridad moral y constitucional del presidente Clinton. Lo acaba de hacer Jesse Helms, próximo presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Es bien cierto que Helms es conocido por su intemperante actitud y que no son nuevas las tonterías que dice. Pero que la manifestación pública de su postura no ten ga mayores consecuencias o que, sobre todo, no haya sido corregida más que muy tibiamente por Bob Dole, líder de la mayoría republicana en el Congreso, es consecuencia obvia del sustancial vuelco hacia la derecha dado por EEUU en estos comicios. El segundo y preocupante síntoma es la aprobación en California de la inconstitucional disposición 187 limitando los derechos de los inmigrantes ilegales. Consuela pensar que los jueces californianos de distrito han vetado su aplicación. Pero sin que quepa olvidar que los primeros defensores de la 187 son los inmigrantes legales, el vuelco racista que supone negar derechos de escolarización y hospitalización a un colectivo que contribuye poderosamente a la buena salud económica del primer Estado norteamericano pone los pelos de punta. Es probablemente una exageración decir que la derrota afecta a los derechos e instituciones democráticos de todos los norteamericanos y no sólo a los votantes del Partido Demócrata al que pertenecen Clinton y, hasta estas elecciones, la mayoría de los diputados, senadores y gobernadores. Durante varios mandatos republicanos, los demócratas tuvieron la mayoría en el Congreso; fue el caso de Nixon, Ford, Reagan y Bush. Tal vez porque la presión sobre esos presidentes fuera liberal, se notaba menos su tensión y rigidez. El vuelco ahora, es más significativo porque va globalmente más allá de un mero cambio pendular y no se lo puede descartar como si se tratara del resultado usual tras las elecciones a mitad de mandato presidencial, como si fuera el habitual castigo al partido en el poder.

La alteración es de tal naturaleza que hace que Ross Perot, el independiente de la extrema derecha que cosechó una buena parte de los votos en las pasadas elecciones presidenciales, parezca un moderado de centro. Lo que es más, si Perot quiere ser presidente en 1996, no va a tener más remedio que integrarse en el Grand Old Party (GOP) republicano y pelear por la nominación frente a los nuevos profetas. Entre pocos otros, Newt Gingrich, nuevo diputado en la Cámara de Representantes a la que accedió blandiendo un conservador Contrato con América y apoyándose en una preocupante Coalición Cristiana.

¿Qué cambio es éste? Probablemente un renacimiento de los valores (luteranos) tradicionales que el fin de la guerra de Vietnam, la caída de los muros, la percepción de un nuevo orden internacional nacido tras la guerra del Golfo habían aguado (liberalizado) dando un aire más abierto y menos interesado a la primera potencia del mundo. Ahora estos valores reaparecen sin fisuras y, si el electorado no lo remedia, bien podrían acabar siendo la base del. programa de una Presidencia republicana, cuando las urnas devuelvan el poder al GOP. Un cierto aislacionismo, un nuevo América para los americanos que querría prescindir de los inmigrantes ilegales, que no concibe la moderación en la crisis de Cuba, que en lo que hace a México duda de la conveniencia del Tratado de Libre Comercio (una idea republicana en origen, no se olvide), que se siente incómodo en Europa (con lo que ello tendría de consecuencia para la OTAN y la defensa europea) y que sentirá la tentación de regresar a los principios de proteccionismo comercial para defenderse de los llamados tigres de Asia. Pero lo más preocupante es que este nuevo evangelio parece considerar que las grandes virtudes de la igualdad de oportunidades tienen mejor expresión en el egoísmo colectivo ("¿por qué tengo yo que pagar desde Texas las enfermedades de un mexicano en California o desde Nueva York el retiro de un anciano en Miami?").

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