Tribuna:

El vuelo del buitre

Ante el emplazamiento que le había hecho Aznar, Pujol no respondió justificando su apoyo al PSOE, sino explicando por qué no apoya al PP: porque éste no tiene votos suficientes (entiéndase: suficientes para que baste el respaldo de CiU para conformar una mayoría alternativa); porque no tiene un programa definido; por su política autonómica.La alianza de los nacionalistas con el PSOE es menos inestable de lo que parece. Emilio Calvo y Xabier Lasaga, profesores de Matemáticas de la Universidad del País Vasco, realizaron en 1993, siguiendo las técnicas de la teoría de juegos, un estudio sobre la ...

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Ante el emplazamiento que le había hecho Aznar, Pujol no respondió justificando su apoyo al PSOE, sino explicando por qué no apoya al PP: porque éste no tiene votos suficientes (entiéndase: suficientes para que baste el respaldo de CiU para conformar una mayoría alternativa); porque no tiene un programa definido; por su política autonómica.La alianza de los nacionalistas con el PSOE es menos inestable de lo que parece. Emilio Calvo y Xabier Lasaga, profesores de Matemáticas de la Universidad del País Vasco, realizaron en 1993, siguiendo las técnicas de la teoría de juegos, un estudio sobre la viabilidad de las distintas coaliciones de gobierno posibles a la vista de los resultados del 6-J. La formada por el PSOE y los nacionalistas catalanes y, vascos resultó ser la más estable: aquella en la que ninguno de los participantes tiene incentivos para romperla porque en ninguna otra combinación obtendría valores superiores de poder (medido en términos de imprescindibilidad para la aprobación de cualquier proyecto).

El nacionalismo prefiere pactar con el Gobierno en plaza que con la oposición, por radiante que sea el porvenir de ésta. Además, está en la naturaleza de las cosas que los nacionalistas necesiten, junto a un buen aliado, un buen enemigo. La respuesta de Pujol a Aznar refleja que el PP es, por sus orígenes y por su ideología, un excelente enemigo para, cualquier nacionalista.

Ello condiciona a su vez la estrategia de Aznar. Por una parte, sabe que tendría que pagar muy caro un pacto con Pujol y Arzalluz. Precisa la mayoría absoluta. Pero, por otra, el PP apenas, quita votos al PSOE. Por eso necesita que lo haga Izquierda Unida; o, mejor, que el electorado socialista se abstenga. De ahí que la batalla principal no sea para Aznar de programa contra programa (aunque sí lo tenga), sino de denuncia y descrédito del Gobierno, y fundamentalmente de su presidente, en busca del desistimiento de un sector creciente del electorado socialista. Que el debate político gire en tomo a los escándalos de corrupción, incluso con el riesgo de que algunos de ellos salpiquen también al PP o afecten a la estabilidad del sistema, es la estrategia que corresponde a ese objetivo.

La coartada de esa estrategia es que la "obsesión personal" de González por "seguir en el poder a cualquier precio" está "crispando" la sociedad y "generando inestabilidad política". Ese mensaje, reiterado el sábado por Aznar en Valencia, convierte en una obligación moral, en defensa del sistema, el acceso del PP al poder. De ahí que hablen de cambio de régimen, y no sólo de Gobierno, y de una segunda transición. Idea, ésa sí, gravemente desestabilizadora, equivalente a afirmar que cada vez que cambia la mayoría se modifica la naturaleza del sistema.

El problema es que para alimentar esa tensión Aznar depende de una agenda que le viene marcada por los medios especializados en escándalos. La idea de Ciprià Ciscar según la cual el PP sería el titiritero que mueve los hilos de una conspiración que tendría como instrumento a tales medios es menos verosímil que la hipótesis contraria. Para ese lobby, que gobierne Aznar u otro es indiferente. Lo importante es que el desenlace aparezca como efecto de su influencia. Que se haga evidente que son ellos quienes han conseguido cargarse a Felipe González. En algún caso parece casi una apuesta personal, y por eso se equivoca González al identificar los ataques contra su credibilidad como un atentado contra las instituciones. Éstas les traen sin cuidado, es su pellejo lo que quieren.

Para que esa estrategia funcione hace falta que la opinión pública considere verosímil cualquier noticia. Pero pocas no lo son después de que el horizonte de lo increíble haya retrocedido hasta más allá de la imagen de un director general de la Guardia civil en situación de busca y captura. Ya sólo faltaba que a algún agente desestabilizador se le ocurriese decir, pongamos por caso, que Butragueño había estado a punto de fichar por el Barcelona.

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