Tribuna:

El monte de El Pardo

El primer sitio que conocí de Madrid fue El Pardo. Yo tenía 12 años y venía a estudiar interno al colegio de los padres capuchinos donde ya estaba un hermano mío.Recuerdo aún perfectamente la noche en que llegué: las luces de la autopista, el túnel de Guadarrama, el olor de los pinos del monte y la visión del colegio recortándose en la noche sobre lo alto de la colina que domina el valle de El Pardo. Y también, cuando me fui a dormir (por primera vez en mi vida lejos de casa), el resplandor de Madrid, a través de la ventana, en la distancia.

El colegio de los padres capuchinos -o del Cr...

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El primer sitio que conocí de Madrid fue El Pardo. Yo tenía 12 años y venía a estudiar interno al colegio de los padres capuchinos donde ya estaba un hermano mío.Recuerdo aún perfectamente la noche en que llegué: las luces de la autopista, el túnel de Guadarrama, el olor de los pinos del monte y la visión del colegio recortándose en la noche sobre lo alto de la colina que domina el valle de El Pardo. Y también, cuando me fui a dormir (por primera vez en mi vida lejos de casa), el resplandor de Madrid, a través de la ventana, en la distancia.

El colegio de los padres capuchinos -o del Cristo, como popularmente lo llaman- estaba, y aún sigue allí, en pleno monte de El Pardo. Es, de hecho, junto a un par de restaurantes, la avanzadilla de la civilización (en esa inmensa dehesa que se extiende por el norte de Madrid hasta las mismas fuentes del Manzanares y que ha sobrevivido a aquélla gracias a su condición de cazadero real, primero, y a partir de la guerra civil, de jardín privado de Franco. A éste le debo, precisamente, si bien por delegación, el enorme privilegio de haber conocido un monte que, para el resto del mundo, permanece inaccesible y oculto tras alambradas: dada la situación del colegio y la afición de todos los dictadores a tener sus frailes particulares, no sólo nos regalaba la carne de los. conejos y los gamos que cazaba (y que nosotros, pobres internos, acabábamos odiando), sino que nos dejaba entrar al monte una tarde a la semana. Eso sí, vigilados estrechamente por los frailes y los guardas.

Ahora leo en el periódico que el Patrimonio Nacional y el Gobierno regional discuten sobre la posibilidad de convertir El Pardo en reserva científica o en parque natural. Ignoro por qué motivos y quién tiene razón (seguramen,te ninguno), y qué pretenden hacer, pero lo único que les pido es que lo dejen igual que está. Y, sobre todo, que no lo al público con dudosos y falsarios argumentos democráticos.

La prueba principal de que el monte, de El Pardo tiene que seguir oculto y protegido tras alambradas es el aspecto que muestra la parte que ya está abierta.

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