Tribuna:

La 'doctrina Butros-Gali'

Conocíamos ya la doctrina de Monroe y la doctrina Bréznev; y, junto a ellas varias prácticas que, sin rango doctrinal, tenían las mismas o parecidas consecuencias: imponer, por las buenas o por las malas, en determinadas posiciones de nuestro planeta, una situación (denominada, por lo general, orden) lo más coincidente, posible con los intereses -políticos, militares, económicos- del Estado más poderoso de la región respectiva. Ahora, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas ha dado a conocer sus intenciones con vistas a proteger o a restaurar la paz...

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Conocíamos ya la doctrina de Monroe y la doctrina Bréznev; y, junto a ellas varias prácticas que, sin rango doctrinal, tenían las mismas o parecidas consecuencias: imponer, por las buenas o por las malas, en determinadas posiciones de nuestro planeta, una situación (denominada, por lo general, orden) lo más coincidente, posible con los intereses -políticos, militares, económicos- del Estado más poderoso de la región respectiva. Ahora, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas ha dado a conocer sus intenciones con vistas a proteger o a restaurar la paz y el orden en los numerosos lugares de la Tierra donde se encuentran amenazados o han sido reemplazados por la guerra o por el caos; las intenciones, al traducirse en realidades, equivaldrán a la generalización, a escala mundial y al amparo de la ONU, que aquellas doctrinas y prácticas que sólo tenían hasta ahora alcance regional, consagrando así oficialmente y bajo el pretexto de aplicar la Carta de las Naciones Unidas, la división del mundo en zonas de influencia. Caricaturizando las cosas: se trata de darle, al chulo de la calle, el estatuto legal de alcalde de barrio.El Consejo de Seguridad no parece tener inconveniente mayor en aplicar la doctrina del secretario general, pues ya ha autorizado -por llamarles a las cosas por su nombre- la ocupación de Haití por Estados Unidos. Incluso se había anticipado a las declaraciones de Butros-Gali, publicadas por la prensa el 25 de julio, autorizando el 21 el despliegue de tropas rusas en la República de Georgia; y un mes antes, la realización por Francia de la humanitaria Operación Turquesa, tan desdichadamente tardía (¡pero más vale tarde que nunca!) y tan escandalosamente mal secundada por el resto de nuestro Occidente, cubierto así de oprobio.

En lugar de presentar tales autorizaciones como excepciones impuestas por la gravedad y la urgencia de los casos y que, a poder ser, deben evitarse en lo sucesivo, el secretario general de la ONU ha dicho: "Ya que (los Estados así autorizados) utilizan fuerzas que no son fuerzas de la ONU propiamente dichas (es decir: que no son cascos azules), soy partidario de encomendar a Estados-miembros las operaciones de mantenimiento de la paz".

Enteramente en la línea de esta visión de la cosas están las opiniones sustentadas por el mismo personaje en su carta-informe a la presidencia del Consejo de Seguridad, hecha pública el día siguiente. Dado que el principal mediador en el conflicto balcánico es hoy el curiosamente llamado grupo de contacto (autor del último plan de participación y pacificación de Bosnia-Herzegovina, que trata de imponer a las partes contendientes), compuesto de representantes de Alemania, Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia, en cuyo seno no está representada la ONU en cuanto tal, el papel político de esta última es, a consecuencia de ello, "considerablemente menos importante que antes"; por lo que resulta lógico que sea ese grupo el que, en lugar de ella, "asuma la responsabilidad de la aplicación de lo que el propio grupo ha negociado".

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Por eso, y alegando los problemas extremadamente delicados que plantean las relaciones entre la OTAN y la ONU a la hora de coordinar sus actuaciones militares respectivas, Butros-Gali propone que los cascos azules se retiren del territorio de lo que fue Yugoslavia y el Consejo de Seguridad encomiende a una fuerza internacional (en la práctica, la OTAN y Rusia) la aplicación del eventual acuerdo de participación y pacificación. Lo cual parece haber disgustado seriamente a los Estados-miembros permanentes del Consejo de Seguridad; pero, si la propuesta tiene un defecto, éste consiste en la pretensión de hacerla extensiva a regiones distintas, de Bosnia-Herzegovina (única de que se ocupa el grupo de contacto); por lo demás, es totalmente lógica. Ahora bien: su lógica está basada en el principio de que las Naciones Unidas deben encomendar a sus miembros la realización de las misiones que corresponden a su propia organización.

Para Estados Unidos, potencia harto experta en intervenir -política, económica y militarmente- fuera de sus propias fronteras, y a menudo bien lejos de éstas, aunque sobre todo en sus inmediaciones, la concepción de Butros-Gali se acomoda de perlas con su tradición y su particular conveniencia. Otro tanto cabe decir de Rusia, heredera cuasi universal de la Unión Soviética, con la salvedad de que sus medios materiales no le permiten, de momento (pero, verosímilmente, se lo permitirán en un porvenir no demasiado distante), actuaciones ambiciosas fuera de su vecindad inmediata. ¿Y Europa?

Por ahora, desgraciadamente, el pesimismo es aquí rigor. Cuando, a principios del año actual, un ministro de uno de los más encopetados Gobiernos de la Unión Europea, con armamento atómico para más poder presumir, comunicó al jefe de uno de los tres pequeños Estados bálticos que la seguridad de éstos era preocupación prioritaria de la Unión Europea Occidental (esa UEO que, en 39 años de existencia, nunca ha servido para nada), escuchó la respuesta siguiente: la garantía que nosotros necesitamos es la de la OTAN. Y es que donde está Estados Unidos, es en la OTAN; no en la UEO. Hoy por hoy, y por mucho tiempo todavía, sin el respaldo estadounidense Europa carece de credibilidad.

Lo tremendo es que la necesita; y tanto más si, con la aplicación de la doctrina Butros-Gali, llega el momento de saber quién manda no sólo en lo que fue territorio soviético, sino también en sus aledaños. Si la tan condenada vocación de polacos, checos, húngaros y demás de formar parte un día de la Unión Europea es algo más que mera retórica y miserable cebo para engañar, ni a Rusia ni a nadie se le puede consentir que emita ni la sombra de una reserva acerca de la incorporación a la OTAN de los Estados respectivos; ya que la Unión Europea, o deja de poder ser tomada en serio, o tiene que esforzarse en formular y aplicar por mucho que le cueste en tiempo y en trabajo- una política exterior común; y, entretanto, formar parte del sistema de alianzas que libremente escojan sus Estados-miembros (sea la OTAN o sea otro; y en estos momentos es la OTAN el que más les interesa). Por eso no es concebible que los países de la Europa central y oriental puedan ingresar en la Unión Europea mientras alguien -Rusia u otra potencia- pueda oponerse a su ingreso en la OTAN, a menos que la Unión Europea no sea tal, sino la carabina de Ambrosio: una carabina todo lo europea que se quiera, pero inservible y hazmerreír de propios y extraños.

Con el catecismo de la doctrina butros-galiana en la mano, Estados Unidos podrá en lo sucesivo, sin que le remuerda la conciencia, imponer su orden en las Antillas y hasta, quizás, en la Patagonia; las antiguas potencias coloniales -directamente o a través de sus satélites-, en el África negra; sabe Dios, quién, en el mundo árabe; Rusia, en el con, glomerado euroasiático que sometieron los zares y mantuvo unido la Unión Soviética (incluidas, triste es decirlo, Estonia, Letoma y Lituania), Mientras tanto, Europa se juega su. ser o no ser en el trecho que va (de Gdank a Macedonia, donde no parece que, hoy por hoy, sea capaz de hacerse valer sin el apoyo de Estados Unidos y la autorización de Rusia (que sólo se juegan allí una parte de su influencia respectiva sobre el exterior).

Está por ver si en la Europa occidental acabamos cobrando conciencia de la gravedad que todo esto entraña. Y, finalmente, si el cobrarla nos sirve para algo práctico.

José Miguel de Azaola es escritor.

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