Un argumento simple

Yo no lo entiendo. Viene junio. Y la selectividad. Y el lamento de siempre: la Universidad está masificada. Con lo sencillo que parece el remedio, con la sola aplicación del sentido común. Es un argumento simple. ¿Puede un analfabeto ser universitario? Parece que no. ¿Corresponde a la Universidad la tarea de alfabetizarlo? Parece que tampoco.En ese caso, la alfabetización parece requisito sine qua non para el acceso a la Universidad y su umbral razonable. Ahora bien: la alfabetización consiste, al parecer, en saber leer y escribir una lengua. Pero retrocedamos un momento: antes que a le...

Yo no lo entiendo. Viene junio. Y la selectividad. Y el lamento de siempre: la Universidad está masificada. Con lo sencillo que parece el remedio, con la sola aplicación del sentido común. Es un argumento simple. ¿Puede un analfabeto ser universitario? Parece que no. ¿Corresponde a la Universidad la tarea de alfabetizarlo? Parece que tampoco.En ese caso, la alfabetización parece requisito sine qua non para el acceso a la Universidad y su umbral razonable. Ahora bien: la alfabetización consiste, al parecer, en saber leer y escribir una lengua. Pero retrocedamos un momento: antes que a leer y a escribir, parece que el alfabetizado aprende a hablar: saber hablar es previo a saber leer y escribir: previo a la alfabetización. Seamos, pues, generosos. No cerremos las puertas de la Universidad a los analfabetos. Conformémonos con que los que acceden a ella sepan simplemente hablar. La prueba es sencilla: hable usted unos segundos. No sabe. Aprenda primero y luego vuelva. Gracias. El siguiente.

De momento, y con un ¿5%? de su población actual, habremos convertido a la Universidad, de golpe y plumazo, en un oasis: algo así como la academia de Platón. Sin aborrecible numerus clausus y sin otro listón, ni más ni menos, que el apacible don de la palabra. ¿Es usted hombre de palabra? Pase. ¿No lo es? Espere. Y vuelva cuando lo sea. Gracias. Catedrático de Universidad.