Un colegio con "mala fama"

Un Ayuntamiento leonés recoge firmas contra un asentamiento de extranjeros. Un senegalés es atropellado por la policía en Madrid en circunstancias no aclaradas. Doce jóvenes apalean a un grupo de argelinos en Lérida. Unos desconocidos queman la casa de un inmigrante serbio. Un angoleño, asesinado en una discoteca de Barcelona. Son titulares de prensa de los últimos tres años. La carpeta de documentación dedicada a los ataques racistas en España es cada día más voluminosa.Concepción, la monja que trabaja en la Asociación de San Rafael ayudando a los marroquíes del poblado chabolista de Peña Gra...

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Un Ayuntamiento leonés recoge firmas contra un asentamiento de extranjeros. Un senegalés es atropellado por la policía en Madrid en circunstancias no aclaradas. Doce jóvenes apalean a un grupo de argelinos en Lérida. Unos desconocidos queman la casa de un inmigrante serbio. Un angoleño, asesinado en una discoteca de Barcelona. Son titulares de prensa de los últimos tres años. La carpeta de documentación dedicada a los ataques racistas en España es cada día más voluminosa.Concepción, la monja que trabaja en la Asociación de San Rafael ayudando a los marroquíes del poblado chabolista de Peña Grande (en Madrid; casi 800 habitantes) parece haber perdido la esperanza. Yo creía que la marginalidad de esta gente sería transitoria, pero el problema se va enquistando", dice.

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Hace menos de dos meses, una guardería de Barcelona fue denunciada por rechazar a un niño africano. El colegio madrileño Apolo XI, que es público, no puede rechazar a niños por el color de su piel. En sus aulas estudian ahora 30 niños marroquíes -la mayoría procedentes del poblado de Peña Grande- y 30 gitanos, así que los españoles se han ido dando de baja en fatídico goteo. Hace ocho años, 1.300 niños de todo el barrio llenaban sus aulas. Ahora, entre todos, suman 300.

"Tenernos muy mala fama", dice Carlos Navarro, jefe de estudios del colegio. "A veces llegan madres despistadas y meten a sus hijos hasta que las vecinas les cuentan que aquí hay navajeros y problemas. Yo les digo que no es verdad; pero la mayoría los lleva a otro sitio".

Gitanos y marroquíes

Navarro asegura que los niños se mezclan sin problemas. En el recreo todos juegan con todos, "excepto los gitanos, que rechazan a los marroquíes", pero los padres tienden a generalizar. "Si un niño marroquí hace una travesura, enseguida hablan de 'esa gente'. Yo les digo que esa misma travesura la han hecho siempre todos los niños".

Como no hay mal que por bien no venga, el Apolo puede presumir de tener un número bajísimo de niños por aula. "Nuestro alumnos llegan muy preparados al instituto. Eso me consta", dice Navarro, que añade: "El ministerio, además, se vuelca con nosotros para ayudarnos a superar las dificultades".

A pesar de lo que dice Navarro, los pequeños deben tender a copiar las actitudes de sus padres, porque Francisco Alberto, un dominicano de 19 años, asegura que hace cinco, cuando llegó a España, le costaba mucho trabajo trabar amistad con españoles.

Su madre, Dolores, que trabaja de interna en una casa, dice que es por el color de su piel. El cree, sin embargo, que se debía a que "la forma de ser" es muy diferente. Ahora tiene una pandilla de chavales de su misma edad.

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