Tribuna:

Al diablo

Algunos españoles tienen todavía la necesidad de creer en la honestidad del presidente del Gobierno. Esta creencia básica la necesitan para sobrevivir moralmente. No se trata de una cuestión ideológica o política. Una determinada clase de gente no concibe la existencia sin la ingenuidad de esperar que los demás sean honrados. Semejante actitud la proyectan no sólo sobre los tenderos, sino también sobre algunos políticos. Haber burlado la buena fe de estos ciudadanos tan simples es una gravísima responsabilidad de los socialistas, la última barrera que han traspasado. La oposición tiene el dere...

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Algunos españoles tienen todavía la necesidad de creer en la honestidad del presidente del Gobierno. Esta creencia básica la necesitan para sobrevivir moralmente. No se trata de una cuestión ideológica o política. Una determinada clase de gente no concibe la existencia sin la ingenuidad de esperar que los demás sean honrados. Semejante actitud la proyectan no sólo sobre los tenderos, sino también sobre algunos políticos. Haber burlado la buena fe de estos ciudadanos tan simples es una gravísima responsabilidad de los socialistas, la última barrera que han traspasado. La oposición tiene el derecho y la obligación de aprovechar toda la basura acumulada para derribar al Gobierno por medios legítimos. Es natural que el Gobierno y sus aliados busquen la forma de resistir a toda costa. Hasta aquí se trata del juego democrático limpio o sucio. Pero lo que hoy sucede en España está más allá de los intereses partidistas. La asfixia que produce la corrupción ha alcanzado finalmente a ese tipo de gente ingenua que era el soporte ético de este país. Hoy estas personas se sienten humilladas por haber tenido la debilidad de creer que en el Gobierno habría algunos políticos honrados y sólo por eso acumulan todo el desprecio de su alrededor. Intentaban deslindar la responsabilidad política del presidente de Gobierno y no lo hacían por motivos ideológicos o interesados. Simplemente tenían la necesidad perentoria de que hubiera al menos un hombre justo en la cima del basurero. Éste es el daño más profundo que ha infligido la corrupción: haber roto la ingenuidad de estos seres, tontos útiles, gentes de buenos sentimientos. Tenían muy poco que ver con la política. Tal vez habían votado siempre en blanco para mantenerse incontaminados, pero servían de soporte moral a la política del Gobierno socialista. Quebrantada esta última línea de defensa, a este Gobierno ya sólo lo sostienen con la barriga aquellos que se alimentan con sus residuos. Señor presidente: ¿puede la dueña de una casa de putas ser virgen?

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