Editorial:

Insólito gobernante

EL PRESIDENTE de la República Italiana encargó ayer a Silvio Berlusconi la formación del primer Gobierno de la presente legislatura. Es una decisión lógica, casi obligada, a la luz de los resultados electorales, pero el retraso que ha sufrido este nombramiento refleja el carácter heterogéneo de la coalición victoriosa: ha sido un mes de contradicciones serias entre los neofascistas, los federalistas de la Liga Norte y Forza Italia, el movimiento creado por Berlusconi en vísperas de la consulta.La perspectiva inmediata de un Berlusconi jefe del Ejecutivo italiano suscita varios problemas. El má...

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EL PRESIDENTE de la República Italiana encargó ayer a Silvio Berlusconi la formación del primer Gobierno de la presente legislatura. Es una decisión lógica, casi obligada, a la luz de los resultados electorales, pero el retraso que ha sufrido este nombramiento refleja el carácter heterogéneo de la coalición victoriosa: ha sido un mes de contradicciones serias entre los neofascistas, los federalistas de la Liga Norte y Forza Italia, el movimiento creado por Berlusconi en vísperas de la consulta.La perspectiva inmediata de un Berlusconi jefe del Ejecutivo italiano suscita varios problemas. El más llamativo es, sin lugar a duda, que Italia va a tener un jefe de Gobierno que es a la vez el propietario de uno de los mayores imperios económicos del país, y en concreto del grupo que domina la televisión y otros medios de comunicación italianos, incluso con ramificaciones internacionales que incluyen a una cadena televisiva española. Es un hecho desconocido hasta ahora en la política europea. Si no hay barreras legales que lo impiden, provoca una pregunta grave: ¿hasta qué punto podrán prevalecer en esa personalidad doble los intereses del Estado sobre los suyos privados? De esa anormalidad ha sido consciente el propio Berlusconi: habló primero de vender sus empresas, luego de colocar a su lado como "garante" de honorabilidad a Spadolini, un político de la vieja escuela. Nada de eso ha cuajado, pero el hecho mismo de que tales proyectos hayan circulado indica que Berlusconi va a asumir su cargo rodeado de la desconfianza de gran parte de la sociedad italiana, y concretamente de sus aliados electorales.

La nueva etapa de la política italiana debiera haber significado una renovación basada en la transparencia y la pureza: Berlusconi está lejos de poder encarnar esas esperanzas. La confluencia en una sola persona de tantos intereses privados específicos puede o tiene que llevar a Berlusconi pronto a entrar en conflicto con los intereses de Estado. Puede que este nuevo jefe del Ejecutivo esté más cautivo de poderes ajenos al Gobierno y al Parlamento que anteriores políticos sujetos a presiones de mafias y corruptores.

En cuanto a la composición del Gobierno, la entrada de miembros del partido neofascista es un hecho que no se ha dado, desde la II Guerra Mundial, en ningún país europeo. En las calles de Milán y de otras ciudades, gran número de italianos manifestó el pasado 25 de febrero su repudio rotundo a esa especie de rehabilitación de un pasado odiado. Ello contribuirá, sin duda, a su debilitamiento. Pero también liará pasar a los socios europeos de Italia por el poco apetecible compromiso de sentarse en las mesas de la UE con ministros italianos que creen en la grandeza y ejemplaridad de Mussolini.

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